Cada 10 de diciembre, el mundo conmemora el Día de los Derechos Humanos. Gobiernos y organizaciones no gubernamentales emiten comunicados sobre la libertad y la dignidad. En mi patria, Cuba, esas palabras resuenan débiles ante el estruendo de las puertas de hierro y las oraciones silenciosas de hombres y mujeres que se niegan a renunciar a su fe.
Conozco bien este silencio. Pasé casi 12 años en prisiones cubanas por defender la vida y la libertad. Mi “crimen” fue afirmar que todo ser humano es sagrado, porque Dios lo creó. Mi celda era pequeña y húmeda; la luz entraba por una rendija encima de la puerta. Lo que me mantuvo con vida fue la fe, no en la política, ni en la ideología, sino en algo más profundo y elevado que el régimen de Castro no podía alcanzar.
Esa convicción es el verdadero fundamento de los derechos humanos. No son invenciones de diplomáticos, ni de abogados, sino el resultado de una verdad ancestral: que cada persona lleva la imagen de Dios.
Antes de que esta creencia se afianzara, la vida no tenía valor. Los fuertes dominaban a los débiles. El poder, y no la justicia, era la única medida de valía.
El cristianismo transformó ese orden moral. Enseñó que todas las personas, incluso las más pobres, los esclavos y los prisioneros, poseen igual dignidad. Generaciones posteriores tradujeron esa idea a un lenguaje secular, pero sus raíces permanecieron espirituales.
Esas raíces se han marchitado en Cuba. Según Prisoners Defenders, más de 1,000 presos políticos permanecen en la isla, entre ellos, niños, mujeres y hombres, cuya salud se ha deteriorado debido a las duras condiciones de reclusión.
Nueve presos políticos se encuentran actualmente en huelga de hambre. Además de los casos políticos, Cuba tiene alrededor de 90,000 reclusos en total, lo que la convierte en el segundo país con la tasa de encarcelamiento más alta del mundo.
Un informe de 2025 de Christian Solidarity Worldwide reveló que a la mayoría de los presos religiosos se les niega el acceso a Biblias u otros materiales religiosos, y a muchos se les impide orar o celebrar reuniones religiosas durante su encarcelamiento.
Fuera de las prisiones, la vida religiosa en Cuba se ve cada vez más restringida por la presión del gobierno. El Informe sobre Libertad Religiosa Internacional de 2023 del Departamento de Estado de Estados Unidos documenta el acoso a pastores, la confiscación de propiedades de iglesias y las amenazas contra congregaciones que se niegan a alinearse con las instituciones gubernamentales.
Líderes católicos y protestantes denuncian vigilancia y prohibiciones de viaje; a las iglesias domésticas se les niega sistemáticamente el reconocimiento legal. El mensaje es inequívoco: la lealtad a Dios debe ceder ante la lealtad al Estado.
El régimen sigue afirmando defender la igualdad y la justicia social. Sin embargo, niega la existencia de presos políticos y tacha a los disidentes de “mercenarios”.
Censura a los sacerdotes que hablan de conciencia y arresta a los laicos que protestan. Human Rights Watch ha documentado palizas, aislamiento prolongado y negación de atención médica para quienes fueron encarcelados tras las protestas de 2021. Estas prácticas revelan la intención de un gobierno no solo de silenciar las palabras, sino de erradicar la propia creencia.
Cuando los derechos humanos se desvinculan de su origen divino, se vuelven frágiles, sujetos a ser otorgados o revocados por el poder. En Cuba, los derechos existen solo como permisos concedidos por el Partido Comunista. Un Estado que pretende reemplazar a Dios terminará por pretender definir al ser humano.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Newsweek
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