María Matienzo: ¿Importa quedarte sola cuando haces periodismo independiente?

María de los Angeles Matienzo Puerto, escritora y periodista independiente. (Foto de Anniet Forte).

Ante la arremetida contra la prensa independiente en Cuba, Radio Televisión Martí continúa la serie sobre los rigores de ejercer en la isla uno de los oficios más peligrosos del mundo. ¿Qué sucede cuando alguien hace uso del derecho a la libertad de expresión por medio del periodismo no oficialista?

María de los Ángeles Matienzo Puerto colabora de modo regular con el portal Cubanet, como antes lo hiciera para Diario de Cuba. Su pasión por la narrativa la ha llevado de contar historias de ficción a desbrozar la realidad de Cuba, que a veces parece increíble a los ojos menos entrenados.

Aquí están con las valoraciones de una mujer que describe cómo el Estado cubano interfiere de modo directo en la libertad de expresión de sus ciudadanos, mientras se dice garante de los más elementales derechos.

¿Cómo le ha afectado la represión por hacer periodismo independiente en Cuba?

La verdad es que no tengo cómo medir cuánto ha influido el hostigamiento y la propaganda gubernamental contra mi persona. Un día estaba rodeada de amigos y al día siguiente me levanté sola, pero seguí adelante. Supongo que se quedaron los de verdad, para los que el amor y mi amistad eran más importante que el miedo.​

Quizás mi caso sea un tanto particular porque parte de mis amigos fueron conflictivos desde siempre, desde antes de conocerlos. Y hemos crecido juntos en la oposición, en el activismo, en el arte. Y de los que no formaron parte de ningún movimiento ni se pronunciaban abiertamente en contra del sistema y se quedaron siendo mis amigos, nunca me han contado si fueron “llamados” y si lo han hecho, simplemente, prefirieron seguir siendo mis amigos porque además, no me he permitido desconfiar de ninguno.

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De los vecinos no me escondo y si han sido “alertados” nunca lo he sabido ni me ha interesado, pero sí he vivido mucha complicidad con ellos. Recuerdo cuando vivía en Alamar, la ascensorista me alertaba, como quien no quería la cosa, si había gente rara rondando o en el mismo ascensor cuando coincidía con otros a los que apenas me conectaban los buenos días, se ponían a hablar, a pasarme información o a decirme dónde encontrarlos si necesitaba algo.

En su caso, ¿cuánto ha influido el hostigamiento policial y la propaganda gubernamental contra su labor en la estabilidad de su familia o la relación con vecinos y amistades más cercanas?

A mi madre en algún momento intentaron coaccionarla, pero simplemente, ella es mi madre. Y mi pareja es activista por los Derechos Humanos desde hace más tiempo que yo periodista.

Pero aun en este mundo perfecto del que te cuento, de vez en cuando se levanta una ola de misterio y alguien intenta hacerme daño incluso entre estos amigos. Nadie sabe quién fue el primero en decir ‘”María es esto o María es lo otro”, y la gente se hace eco muy fácil del veneno y ahí están ellos para decir, “Ey, aguanta un mes que ella es mi amiga” y si la bola sigue corriendo ni me entero.

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Mis amigos están ahí como mismo yo estoy aquí para ellos. Pero eso me recuerda a lo último que me dijo el compañero que me atendía porque hace mucho no sé de él; “María, tú no eres líder de nada, a ti no te sigue nadie”, pero a mí lo que me interesa es escribir, no que nadie me siga.

¿Qué obstáculos legales o impuestos por la Seguridad del Estado has debido sortear en su intención de hacer periodismo? ¿Cuánto cree que ha influido esta hostilidad en su obra periodística?

Los obstáculos legales que más he tenido que sortear son los relacionados al acceso a la información. Creo que haría un periodismo mucho más serio del que hago si tuviera el acceso a estadísticas e información que debiera ser pública. Sobre todo, si no tuviera que apoyarme muchas veces en los datos que dan los medios oficialistas y que yo sé que están falseados porque todo eso se colegia antes de ser publicado.

Uno de los objetivos de la censura y otros mecanismos represivos es atemorizar al comunicador independiente o alternativo para disuadirlo de realizar su labor. ¿Ha sentido miedo? ¿Puede describir algunas de estas situaciones?

Cada vez que escribo, entrevisto o denuncio un caso y me tiemblan las manos porque a mí misma me parece que será muy fuerte lo que voy a publicar, me digo, “bueno, que sea lo que Ochún quiera”, y me sirve de recurso sicológico para desintoxicarme del miedo a publicar nombre de fiscales y militares corruptos, de abogados negligentes, de delegados indolentes, de gente prestada para hacer el mal.

No es que yo sea muy valiente, solo que me apoyo en una fuerza mayor que en mi cabeza supera incluso a la Seguridad [Seguridad del Estado] y esos son mis orichas. No obstante, cuando veo a mis colegas siendo hostigados me parece que seré la próxima, pero eso no me limita a llamarlos y mostrarles mi apoyo.

Tengo una amiga que me dice que el policía que vaya detrás de mi debe ser un hombre con ampollas en los pies y otro que me dice que solo me están dejando correr. Y creo en las dos variantes, pero tengo una tranquilidad espiritual que no la brinca un chivo, como decían mis viejos.

Las cosas que me han pasado a mí pueden perfectamente haber salido de una novela de Agatha Christie. Si las cuento nadie me las creerá.

Una vez me monté en un carro distraída y a mitad de camino me di cuenta de que estaba siendo interrogada. Otro día me monté en una guagua y una pareja intentó buscar problemas, golpearme, y yo reaccioné como ni yo misma me esperaba, les cedí el espacio y me fui a parar al lado del tipo con aspecto más agresivo del pasillo y ese fue el que se enfrentó a aquella gente que después descubrí que era militares.

Las cosas que me han pasado a mí pueden perfectamente haber salido de una novela de Agatha Christie

El día del río, antes de iniciar las ceremonias para hacerme Ochún, tenía en los bajos de casa de mi padrino, un vigía, y después que salí del cuarto de santo mis padrinos me contaron que ellos ya tenían un plan B porque también se dieron cuenta de que estaba siendo vigilada.

Lo demás, creo que es lo que han vivido todos. Hombres que te siguen, hombres apostados en los bajos de la casa, gente rara que te provoca incluso en viajes de trabajo y de los que te preguntas “¿cómo llegó aquí esta gente?”

En uno de los últimos viajes que hice de superación -no te diré quiénes me invitaron ni dónde fue- en el grupo iba una muchacha que nunca supimos a qué organización pertenecía, pero estaba allí. Fue un mes infernal de acoso, pasó del extremo de enamorarme al de señalarme en público y decir que yo era su enemiga. Todo eso delante de gente que apenas me conoce por correo electrónico. Te confieso que lloré en mi habitación y también me pregunté qué hacía en aquel lugar tan lejos de mi casa y mi escritura. Después supimos que habían entrado a nuestras habitaciones y nos habían revisado nuestras cosas.

Pero no soy, por suerte, ni remotamente de las periodistas más hostigadas. Así que trato de no victimizarme porque creo que otros merecen más atención que yo. No sé tampoco si soy de las más arriesgadas, pero no le permito a nadie que me quite el sueño y para eso tengo mis recursos.

Ante la presión del Estado para silenciar a las voces discordantes –y la prensa independiente es una de las más constantes-, ¿por qué insiste en dedicarse a una de las labores más peligrosas que se llevan a cabo en países en dictadura?

A mí me da por visualizar algunas situaciones de mi vida de modo cinematográfico. Así que te cuento cuál ha sido la película de mi vida.

Un día me cansé de correr delante de un tren que se llamaba miedo y detrás de otro llamado huida. El que venía detrás estaba lleno de frases como “no eres tan buena”, “no eres confiable”, “no te mereces esto o aquello”, “cuidado que te marcas”, “estás escribiendo lo que no debes”, “eso no te lo van a publicar”, “cuidado que te cortan las alas”.

Me giré e invertí los papeles. Le empecé a caer detrás al miedo, me le enfrenté, dejé el trabajo de editora en Letras Cubanas, pensé que moriría de hambre y a la semana, gracias a mi amiga Ailer Gónzalez Mena con la que nunca he perdido el contacto, ya trabajaba para Diario de Cuba.

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Después de eso he vivido solo lo que me ha tocado. He tenido que crecer y por el camino me he dado cuenta de que los problemas de Cuba no son solo los de vivir en una dictadura sino las consecuencias de vivir en esta dictadura y lo que nos ha afectado en la médula de la cubanidad y nos ha permeado de miseria humana.

Desde ese momento en que dejé de correr comencé a vivir mejor, a dormir mejor, me siento en libertad de decir que No o Sí, quedo mejor conmigo misma, he alcanzado metas importantes, me he trazado otras, y creo que soy mejor persona que es el bien más preciado al que debiéramos aspirar todos, incluso los escritores que tenemos que vivir del periodismo.