Días con Díaz-Canel: un escritor argentino compara al de hoy con el que conoció hace 20 años

MIguel Díaz-Canel con Fidel Castro (Ahora)

Cuando lo conoció en Santa Clara andaba en jeans, escuchaba a Fito Páez, la gente lo interpelaba en la calle y él decía sentirse satisfecho por mejorar sus vidas. Luego, se volvió atildado, obediente, el heredero de los Castro, dice en el New York Times el periodista y novelista Martín Caparrós.

El periodista y novelista argentino residente en España Martín Caparrós ofrece este sábado en The New York Times una singular perspectiva sobre el flamante presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, Miguel Díaz-Canel, con quien pasó varios días en Santa Clara hace más de 20 años.

El escritor había conseguido a través de un amigo empresario que tenía negocios en Cuba que le mostraran el monumento al Che Guevara, por entonces todavía en construcción. Díaz-Canel, a la sazón primer secretario del Partido Comunista en Villa Clara, “me recibió, me contó cosas, me sacó a pasear, me alojó en una casa para funcionarios extranjeros”, recuerda.

Cuenta Caparrós que se subieron al Lada del dirigente comunista, y este metió en la casetera un casete de Fito Páez.“Andaba en jeans gastados y camiseta del Che pero no tenía el pelo tan largo como me habían dicho ni había hecho todo lo que se decía”.

Le preguntó si era cierto que se había declarado “el secretario de todos, de los obreros, los estudiantes, los campesinos, los homosexuales” y él lo negó, “pero yo siempre he dicho que tenemos que dar un espacio para todos, trabajar para todos”, le comentó Díaz-Canel

“Es alto, bien hecho, mucho deporte encima. Tiene 36 años y un diploma en ingeniería electrónica, pero siempre estuvo en política y fue parte del equipo del ahora canciller Robertico Robaina en la Unión de Juventudes Comunistas”, escribió entonces sobre él el novelista.

Rememora en su crónica que mientras caminaban por el centro de la ciudad, la gente lo paraba y lo interpelaba: “Oye, Díaz, a ver para cuándo terminan con el camino aquel que tú dijiste”.

Acerca de si sentía envidia por los llamados dirigentes históricos, el joven cuadro del PCC le dijo que “Hacer la revolución fue importante, fundamental, pero construir el socialismo también puede ser la pelea de una vida”.

El autor describe como “muy ilustrativos” los paseos con el primer secretario, pero dice que la verdadera revelación fue acompañarlo a una de sus tres reuniones semanales con responsables de las empresas y los servicios de la provincia de Villa Clara. En el encuentro se habló de una miscelánea de temas como las enfermedades gastrointestinales, alimentos en mal estado, la calidad del agua, los apagones, la producción de helados y ron, piezas para microbuses, los féretros para las funerarias y la merienda escolar.

“En esa reunión de funcionarios provinciales y datos burocráticos estaba la explicación de todo”, dice el colaborador del New York Times. “Lo que arruinó las experiencias comunistas fue, sabemos, la ineficacia, la paranoia, la concentración de poder, la ‘dictadura del proletariado’. Pero fue, sobre todo, esa ambición magnífica, imposible: la de ser todo para todos, hacerse cargo de cada detalle, proclamar que el Estado debe garantizar el bienestar de cada ciudadano (…) El capitalismo consiguió hacernos creer que ese bienestar era la responsabilidad de cada uno”, mientras que el socialismo “te promete todo en nombre de la igualdad y falla porque todo no se puede”.

Mostraba su ambición

Raúl Castro traspasa la presidencia de Cuba a Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Luego Caparrós retoma la evolución política del militante Díaz-Canel: “el joven pelilargo se tornó un funcionario atildado, siempre obediente, siempre dispuesto, que se fue volviendo el heredero de la diarquía de los Castro"

"Ya entonces mostraba su ambición; aquella tarde me contó cómo, un año antes, se había ganado el favor del primogénito organizándole de la noche a la mañana un “gran acto de masas”. Después siguió subiendo: fue ministro de Educación Superior, vicepresidente del Consejo de Estado, esas cosas. Ahora es el primer mandatario en más de medio siglo que usa otro apellido. Pero se diría que las diferencias con sus excomandantes no van mucho más lejos”.

“Leo, en estos días, artículos de amigos cubanos que lo miran llegar sin sombra de esperanza; ellos, por supuesto, lo conocen y dicen que va a seguir por el mismo camino de estos años: que nadie podría llegar tan alto en el escalafón de su aparato sin dar fidelidad garantizada. Así que es, suponen, muy improbable que el sistema cambie”.

El autor de “El hambre” concluye su crónica en el New York Times con una reflexión sobre el socialismo y el ser humano, con el cual ─afirma─“no sirve actuar como si fuera tonto, como si hubiera que hacer todo en su lugar, pensar y actuar por él. No le gusta, se rebela un poco. Y, si no encuentra otras vías, puede incluso creer cosas tan raras como que la rebeldía, la libertad, el camino a la felicidad pasan por Miami. Esa es, ahora, la herencia triste de la ‘Revolución cubana’”, termina diciendo Martín Caparrós.

(Crónica de The New York Times, reseñada por Rolando Cartaya)