Enrique del Risco: La Libertad vs. la minuciosa imposibilidad de escoger

Enrique del Risco, escritor cubano residente en Nueva York.

¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?

Fue la toma de conciencia de un par de cosas: que el de Cuba era un régimen criminal que no se detenía ante nada. Ni siquiera ante el asesinato de niños como ocurrió con el hundimiento del remolcador “13 de marzo”. Y que permanecer allí, sin poder alzar la voz ante esos crímenes, era humillante. La otra fue comprender -tras una larga serie de censuras y acosos- que profesionalmente tampoco había espacio para mí en ese país.

Que ante la humillación cotidiana que suponía la vida en Cuba, solo quedaban dos caminos: la marginación progresiva (ya yo trabajaba en el cementerio, así que el próximo paso sería la prisión) o la domesticación. Y a esa le tenía más miedo aún. Me fui de Cuba en 1995, cuando ni siquiera la rebeldía digital era imaginable. Lo que me quedaba era salir a la calle a que me cogieran preso y entonces tuve una tercera epifanía: la de comprender que no tengo madera de héroe.

¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?

Libertad, en primer lugar. La famosa posibilidad de gritar de que hablaba Arenas. Y la de informarme. También esperaba un poco de comprensión, de solidaridad. Y la posibilidad de llevar una vida más o menos normal, sin lujos, pero en la que para comer, vestirme, viajar, no tuviera que poner constantemente a prueba la decencia que se debe todo ser humano a sí mismo y a los demás.

¿Qué encontraste?

Casi todo lo que buscaba menos solidaridad. Había mucha más gente dispuesta a seguir creyendo en la bondad esencial del sistema cubano de lo que cabría esperar en un mundo con libre acceso a la información. Si he sentido algo de solidaridad y comprensión ha sido a título personal y eso me hace atesorar esos gestos con un agradecimiento muy especial.

¿Qué has aprendido durante el proceso?

Mucho, aunque no todo lo atribuyo al acto de salir de Cuba. Entre otras cosas he aprendido que hasta un ser tan inútil para las cosas prácticas como yo puede sobrevivir en lugares perfectamente ajenos y disfrutarlo en el proceso. He aprendido lo que son los derechos, las leyes, la ciudadanía, la democracia, la tolerancia como una experiencia cotidiana. Como la vez que fui a una entrevista de trabajo y mi entrevistador resultó ser un admirador del castrismo. Me olvidé de que necesitaba ese trabajo para rebatirle sus argumentos a favor del régimen cubano. Pero al final, para mi sorpresa, el señor me otorgó el puesto. Ese día aprendí más de lo que significan conceptos como tolerancia y democracia que lo que cualquier libro me hubiese tratado de explicar.

Portada de Turcos en la niebla, el más reciente libro de Enrique del Risco

También he aprendido a querer lo mejor de mi país sin tener que asociarlo a lo peor. Que lo cubano no viene asociado por fuerza con la miseria, la escasez, la falta de libertad, de opciones, la mezquindad y la grosería. Vivir fuera de Cuba no solo me ha permitido tener acceso a una buena parte de la cultura cubana excluida sistemáticamente de la versión oficial.

También me ha permitido disfrutarla con calma, como si no fuera una suerte de condena sino una libre elección. Y esa sensación, por falsa que sea, (porque al final estamos condicionados a elegir lo que nos resulta más familiar) ha liberado mucho mi relación con Cuba.

¿Qué es para ti la Libertad?

La libertad para mí abarca todo un rango de posibilidades que va desde lo más sublime hasta algo tan pedestre como comprar un pasaje de avión o un six pack de cervezas. La minuciosa imposibilidad de escoger y vivir libremente que uno tenía que afrontar en Cuba ha hecho muy disfrutable todas las libertades grandes y pequeñas que me tomo en la vida. Desde elegir un político hasta lo que voy a leer. Libertad es la posibilidad de elegir sin miedo.

¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?

No pienso en la Patria. Vivo en ella. La Patria son los amigos. Los cercanos y los lejanos con los que me mantengo en contacto permanente. He tenido la suerte de vivir en medio de una comunidad de amigos cubanos acá en Nueva Jersey, gente buena, sana y con muchas afinidades. Y de poder desarrollar con ellos una buena vida cubana asumiendo muchas de las cosas que nos proveen estas nuevas circunstancias y desechando lo peor de la experiencia cubana. Y trabajo en Nueva York, el sitio donde se crearon buena parte de las señas esenciales de lo cubano, desde la bandera hasta las grabaciones del Trío Matamoros, pasando por los “Versos sencillos” y “Cecilia Valdés”. Todo eso me ha hecho entender que patria no tiene que ser necesariamente la carnada que usan los canallas para engatusarnos, ni está anclada a un espacio concreto.

La patria es algo que podemos llevar a cuestas, o reinventárnosla donde vayamos. Algo que nos ata a ciertas circunstancias nacionales y nos obliga a no desentendernos de ellas, pero al mismo tiempo puede liberarnos del fatalismo que supuestamente viene con nacer y crecer en un sitio determinado. Una noche, el músico Boris Larramendi cantaba en el sótano de un bar de Madrid para un grupo de amigos y recuerdo que cuando entonó aquella vieja conga que dice “ahora que estamos en Cuba libre/ celebrando este carnaval/ qué bueno, qué bueno, qué bueno/ qué buena es la libertad”, me dije: esta noche, este sótano es Cuba libre. Mi idea es que donde quiera que uno está puede ser Cuba libre. Sobre todo libre. Pero sin aspavientos ni banderas. Relajado. Como si fuera algo natural.