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El horror de parir en La Habana


La propaganda gubernamental no se cansa de repetir que la medicina cubana es un modelo para el mundo, y que los trabajadores de la Salud son un ejemplo de la creación de valores.

En cuanto a las embarazadas, se pregona que gozan de una atención privilegiada; se enfatiza la alta calificación profesional de los obstetras, y la esmerada atención brindada por los médicos y las enfermeras de la familia durante los 42 días del puerperio.

Quizás los representantes de la organización Save the Children, con sede en Londres, que visitaron nuestro país el año pasado, se dejaron influenciar por esta propaganda cuando calificaron a Cuba como el mejor país de América Latina para ser madre.

Sin embargo, esta opinión no la comparten Marisel ni su familia después de la aterradora experiencia que les tocó vivir en el Hospital Gineco-Obstétrico Hijas de Galicia, del municipio Diez de Octubre.

Cuando Marisel acudió a la consulta, ya con su embarazo a término, la doctora la hizo ingresar. Al día siguiente amaneció con diarreas, y habló con la enfermera, quien rápidamente llamó a la doctora. Cuenta la muchacha que entonces se formó tremendo alboroto. Por mucho que ella trataba de explicarles que cuando la mandaron a ingresar se puso nerviosa y la comida le hizo daño, no le prestaron atención y le indicaron la prueba del cólera.

Hasta ahí, todo bien. El problema fue que sin esperar los resultados, ante la sospecha se la llevaron para el Hospital Clínico Quirúrgico Enrique Cabrera en Altahabana, conocido como el Nacional (para lo cual la ambulancia apareció al momento). Allí la internaron en la sala de infecciosos.

Cuenta Marisel que aquella sala daba asco: estaba sucia, el agua escaseaba y tenía que descargar el baño usando un cubo. Estuvo todo el tiempo preocupada por complicarse con alguna enfermedad contagiosa que pusiera en riesgo su vida o la del bebé por nacer. Por suerte para ella, el resultado de sus análisis fue negativo. Sin embargo, ahora no había ambulancia que la regresara a Hijas de Galicia, por lo que le dieron el alta sin más.

Pero para entonces ya Marisel tenía los primeros síntomas de parto, así que el esposo tuvo que alquilar un auto hasta el hospital materno. Todavía la joven no sabía que lo peor estaba por venir, y que sería la protagonista de una película de terror. Esa tarde la subieron para la sala de pre-parto y la acostaron en una camilla con dos pinchos por estribo, donde permaneció varias horas con los dolores.


Al llegar el momento del alumbramiento, la llevaron caminando para la única camilla que tenía estribos, llena de sangre de la mujer que acababa de parir en ella. Pero Marisel en aquel difícil momento se sentía tan desesperada, que así mismo se dejó acostar en ella y ni pensó en protestar. Tampoco había luz, y la alumbraban con una lámpara parecida a la que usan los dentistas. Cuenta que nunca olvidará el maltrato que recibió durante el parto.

Pero la pesadilla no había terminado aún. A medida que transcurrían los días, ella se sentía como un mal olor. Fue a ver entonces a la doctora del consultorio y le explicó lo que le sucedía. Esta la examinó superficialmente y le dijo que estaba bien. Como la joven insistía, la doctora le dijo que el parto la había alterado, que eran ideas suyas, que estaba obsesionada.


Pero al noveno día, Marisel decidió examinarse ella misma. Al palparse, notó algo raro y llamó a su esposo para que mirara. Lo que este vio lo dejó sin palabras: en el hospital le habían dejado dentro una torunda, que el esposo, espantado, sacó inmediatamente.

Este artículo de la maestra Gladys Linares fue publicado originalmente en Cubanet.

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