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El VI congreso de lo mismo


El VI Congreso del Partido no aportará nada verdaderamente nuevo al discurso castrista.

El Partido Comunista de Cuba (coartada ideológica del clan que gobierna la isla) se dispone a reafirmar la autoridad de Raúl Castro y ratificar las reformas que garantizarán la permanencia de su linaje en el poder.

Un linaje hispanista y europeizante sin interés natural por la independencia de Cuba, hostil por instinto a Estados Unidos, embarcado en una nueva reconquista y empecinado en arrancar de raíz la cultura americanista criolla, inspirada en el modelo de la democracia norteamericana.

Pugna que el ensayista mexicano Alfonso Reyes definió como "El inevitable conflicto entre americanistas e hispanistas, entre los que cargan el acento en la nueva realidad y los que lo cargan en la antigua tradición".

El VI Congreso del Partido no aportará nada verdaderamente nuevo al discurso castrista. No hay nada más parecido al alboroto que formó Fidel Castro con el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas en 1986, que el apocalíptico pronóstico de Raúl. Ha creado un estado de confusión e inquietud de tal magnitud que la preocupación se ha extendido desde Washington hasta la Plaza de San Pedro.

Pero pongamos las cosas en perspectiva. La economía cubana no se encuentra al borde del abismo; la economía cubana hace mucho tiempo que se despeñó por el precipicio. Lo que persiguen ahora los miembros del clan es disminuir los gastos públicos (subsidios), promover una economía de servicio (zapateros, barberos, payasos), lo cual no alcanza para crear verdadera riqueza, y con estos ahorros ampliar los negocios estatales en el sector turístico, la llamada nueva zona económica y la exploración petrolera.

La hoja de ruta que los científicos sociales del régimen le entregaron a Raúl fue certera: el grueso de la población quedó paralizada por un discurso equivalente a una terapia de choque colectivo. ¡La revolución estaba a punto de hundirse a menos que se tomaran medidas radicales!

Pero era menester ser cuidadoso y mitigar la angustia que provocaba cada edicto. La pavorosa medida de un millón de despidos y su posterior aplazamiento, por ejemplo, daría paso a un prolongado suspiro de alivio. La preocupación por el cierre de comedores populares, aumento en el precio de algunos artículos y la eliminación de la libreta de racionamiento hallaría sosiego en un tranquilizante "nadie quedará desamparado".

En un abrir y cerrar de ojos Raúl Castro creó el fantasma de una catástrofe, le dio solución, modificó el paso de la solución, dijo que el sacrificio de hoy se traducirá en felicidad mañana y culpó de paso a todo el mundo (menos a su hermano Fidel) por más de medio siglo de errores.

Después de tantas vueltas en esa montaña rusa dialéctica a una velocidad espantosa, con caídas en las que el estómago parecía que se iba a salir por la boca, el grueso de los cubanos se replegó a sus hogares en silencio.

Prisioneros de la cultura de la miseria que formuló Oscar Lewis, se refugian en el fatalismo, la desilusión, la desconfianza y la promiscuidad. Sus hijos no tienen otros valores que los de sus padres y por lo tanto correrán la misma suerte. No saben que el VI Congreso del Partido ya se celebró y que Raúl Castro pronunció el discurso de clausura el 18 de diciembre del año pasado.

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