Cuba, la Navidad perdida

Un restaurante adornado con una imagen de Santa Claus en La Habana. EFE

¿Qué podemos hacer para que Cuba vuelva a disfrutar de una Navidad que desborde los hogares, los templos y lo alegre todo, desde los comercios, los medios de comunicación, las calles y las plazas hasta el batey más remoto?

He querido ofrecer a los cubanos residentes en la isla una serie de programas especiales dedicados a la Navidad. Y no he podido evitar hacerme, y hacer a esos compatriotas míos, algunas preguntas. Los documentos, recuerdos, experiencias, canciones y algunas reflexiones a las que no he dudado en abandonarme las han ido dictando.

¿Qué podemos hacer para que Cuba vuelva a disfrutar de una Navidad que desborde los hogares, los templos y lo alegre todo, desde los comercios, los medios de comunicación, las calles y las plazas hasta el batey más remoto? Ningún pueblo en el resto del continente americano ha renunciado a estas fiestas. Ninguno, tampoco, ha sido despojado de ellas. Todos esperan la Navidad con la misma ilusión que la esperaban sus padres y abuelos; a ninguno se le ocurriría privarse o dejarse privar de una tradición tan hermosa.

¿Cómo es posible que los cubanos no reclamemos masivamente el derecho de volver a celebrar la Navidad, que continuemos atados al potro del desánimo, a la espera de que algo o alguien nos devuelva lo que perdimos, y no nos decidamos a exigir que se nos reintegre lo que se nos escamoteó o, torpes, permitimos que se nos arruinara? A la necesidad de un cambio hay que sobreponer la voluntad de propiciarlo.

Cuba necesita unas Navidades a la altura de las que disfruta el resto de los pueblos de América. El cubano que continúa renunciando a ellas no es justo consigo mismo. Se impone devolverle a la Navidad el lugar protagónico que ocupó en el calendario del país hasta que el aguafiestas más feroz y longevo que lo gobernara decidiera que la Navidad no tenía cabida entre nosotros.

A lo largo de estos programas he intentado contagiar al auditorio cubano mi entusiasmo por estas fechas. La belleza las preside, y entre las formas que esa belleza adopta figura, además de un espíritu fraternal, una sensación de que, efectivamente, pudiera haber algo de redentor en ellas. No he enfatizado su dimensión religiosa porque no me corresponde catequizar, pero tampoco la he obviado. Sin esa dimensión no habría misterio, y el misterio, además de estar en los orígenes de la Navidad y de ser su esencia, les añade encanto.

Alienta saber que en algunos hogares de Cuba ha vuelto a celebrarse la Navidad, que más de uno exhibe un arbolito, y hasta un nacimiento. Pero mucho más alentador sería saber que nadie teme incorporarse abiertamente a ella. La Navidad tiene el extraño poder de volverse poco menos que imprescindible una vez que alguien se expone a ella: no sólo le recuerda algo de lo mejor de los otros sino de sí mismo.

Miles y miles de cubanos han nacido y crecido sin saber hasta qué punto la abolición de la Navidad en Cuba significó una pérdida para ellos, un vacío. La Navidad que celebra el niño es un claro en el bosque del adulto que será; un claro al que podrá asomarse, año tras año, en busca de algo bueno.

Es importante sentir la nostalgia de la Navidad aunque no se la haya vivido. Existe la nostalgia del futuro, de un futuro que la mayoría de los cubanos no sólo anhela para sí misma sino para los más jóvenes e incluso para aquéllos que aún están por nacer. Hay que hacer algo para que esa nostalgia deje de reducirse a queja y se desdoble en acción. Quizás avivándola, recordando o descubriendo todo lo que perdimos y podríamos recuperar, la Navidad que tanto esperamos cese de postergársenos.

Una vez más: el anhelo de lograr algo debe ser sustituido por la determinación de lograrlo. La realidad cubana no va a cambiar si nosotros no cambiamos. El cambio somos nosotros.

"Entre Nosotros", el programa que escribe, musicaliza y presenta Orlando González Esteva, se transmite de lunes a viernes de 11 a.m. a 12 del mediodía y se retransmite de 10 a 11 p.m.