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"Vinci": Leonardo y Mick Jagger contra el Guajirismo Intelectual


El director de la serie de cortometrajes protagonizados por Nicanor O´Donnell (Luis Alberto García), de repente se descubre protagonista de uno de esos alucinantes absurdos que pueblan sus cortos.

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Cuando leo el nuevo episodio que vive Eduardo del Llano con su película "Vinci" no admitida en el venidero Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, no puedo evitar la memoria de un simpático pasaje en mi corta historia como guionista de televisión.

A los productores de un espacio televisivo dedicado al cine en mi ciudad oriental, cierta vez se nos ocurrió proyectar un adefesio tremendista como aquel “300”basado en el cómic de Frank Miller. La idea era desmenuzarlo en una introducción con análisis históricos que el filme ni de lejos superaba.

Jamás, a pesar de televisar filmes cuestionadores del basamento totalitario nacional, recibimos censura alguna. Comprendimos después: eran propuestas demasiado elevadas para el coeficiente de nuestros censores.

Sin embargo, justo la noche dominical en que “300” iba a tener su proyección televisiva en Bayamo, Cuba, un teléfono de la televisora recibió la orden del Partido Provincial: no podía salir aquella película al aire.

¿La razón?, un diligente censor cultural leyó esa noche en el diario Granma una crítica donde se acusaba a “300”de ser una manipulación de Hollywood contra los persas, tatarabuelos de los actuales súbditos de Mahmud Ahmadineyad. No, definitivamente no: prohibido hacerle el juego al imperio contra los hermanos iraníes.

Pienso en esto, inevitablemente, luego de leer el argumento por el cual “Vinci”, la ópera prima cinematográfica del ingenioso Eduardo del Llano, ha sido rechazada por la “Comisión de Selección” (cacofónica donde las haya) del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Resumamos la cartita en una oración: su película no fue aceptada porque no abordaba un tema latinoamericano.

Sí, Eduardo es tan latinoamericano como que vive entre calurosas paredes habaneras, su película es tan latinoamericana como que es una producción del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), pero su obra, ¡horror!, se atrevió a mirar la universalidad desde un pasaje imaginario en la vida de Leonardo da Vinci, y eso, la “Comisión de Selección”, mapamundi en mano, sabe que “no queda en Latinoamérica”.

Ah… qué delicioso pasaje. Qué juego de ironías: el director de la serie de cortometrajes protagonizados por Nicanor O´Donnell (Luis Alberto García), de repente se descubre protagonista de uno de esos alucinantes absurdos que pueblan sus cortos.

Porque el hilo conductor que enlaza la censura de aquella efectista y mediocre película que queríamos mostrar y diseccionar para el público de mi ciudad, y esta censura con guante de seda que se le aplica ahora a Del Llano con su cinta, podríamos definirlo con un término deliciosamente criollista: guajirismo intelectual.

Tiene matices políticos en unos casos, matices nacionalistas en otros, pero tiene un mismo basamento a nivel de cerebro: el guajirismo del intelecto.

El guajirismo no es una condición humana ni un accidente geográfico. Es, ante todo, una proyección del pensamiento. Aunque aplicada a los campesinos cubanos, y por extensión (desde ese “habanocentrismo” que, puestos a hablar desde lo universal, tan bien rima con “guajirismo”) a todo cubano que no es nacido en La Habana, creo que la definición de guajiros intelectuales retrata esa suerte de cerrazón mental, de chovinismo ridículo, que padecen ciertos círculos pretendidamente intelectuales de Latinoamérica y que en Cuba –¿dónde si no?- alcanza una soberana consumación.

Se trata de una deformación mental tan podrida de patrioterismos, provincianismos, de valores que en nombre de algún mandato supremo que desconozco “hay que defender”, que no puede menos que ser aborrecida por quienes tienen a bien el arte verdadero.

En 2008, un peruano que de guajiro intelectual no tiene ni la sombra, Francisco Lombardi (responsable de algunas de las más memorables películas latinoamericanas de los últimos años) fue el Presidente del Jurado de ese mismo festival habanero. Jamás olvidaré la amarga frase con que me definió en una entrevista gran parte de la producción cinematográfica que se hacía en la región: “un arte que se mira el ombligo, un arte para cuatro espectadores supuestamente sesudos que aplauden en una sala provincial”.

Desafortunadamente para Eduardo del Llano, su “Vinci” no quería recrear el drama de una familia minera de Bolivia, ni las masacres de los narcos en México, ni la emigración centroamericana, ni era una patriotera denuncia contra la presencia británica en Las Malvinas.

El director quiso recrear un fragmento del Renacimiento que enriqueció el genio nacido en Vinci, sazonando su historia con algo de cultura musical Rolling Stones (para conformar el amaneramiento bisexual del Leonardo), y eso, claro está, no forma parte de la oda al guajirismo cinematográfico que evidentemente marca la pauta en el festival en La Habana.

No dejo de pensar en cuál habría sido el destino de Luis Buñuel pretendiendo colar sus piezas surrealistas en la competencia de cine latinoamericano de Cuba; no dejo de pensar en el anonimato que habría padecido un Borges habanero, que por no tratar en sus relatos “la realidad latinoamericana” jamás habría sido promocionado en la Feria Internacional del Libro de La Habana.

Y no dejo de pensar, tampoco en la inagotable producción de funcionarios, censores, burócratas ilustrados, comisiones de selecciones, patrocinadores del guajirismo intelectual más afianzado a la cultura nacional, que exhibe una Isla donde Severo Sarduy es menos conocido que Miguel Barnet, Tomás Sánchez menos que Kcho, y donde todavía se emplean medidores políticos y temáticos para definir lo que pertenece al arte de Latinoamérica y lo que no.

Espero que esa rara avis del audiovisual cubano que es Eduardo del Llano haya aprendido la lección: mientras tanto guajiro intelectual sostenga las riendas de la política cultural de su país, que se conforme con la exuberante difusión underground que tiene su obra dentro y fuera de la Isla, y que no pretenda "enrarecer" la atmósfera del folclórico Festival.

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