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Manuel Vázquez Portal/ Una novela que se contará para nadie


Cincuenta y dos años pueden caber en un solo párrafo de la historia pero es mucho tiempo para un ser humano.

Banderas de papel al borde de las carreteras. Muchachas arrobadas agitando pañuelos. Ocho de enero de 1959. Una paloma que se equivoca y cree que aquel hombro era su casa. No tardará en volar asustada cuando el símbolo de paz que es se vea traicionado en África y América Latina. Los tableteos de ametralladoras que anunciara Ernesto Guevara para crear uno, dos, muchos Viet Nam la espantarán.

Camilo Cienfuegos no ha dado los primeros mandarriazos sobre un muro del cuartel de Columbia para iniciar todos los derrumbes. Huber Matos no se ha revirado aún. Va sobre un tanque de guerra junto al líder. No han empezado los pelotones de fusilamiento. No chorrea aún la sangre de las uñas, los colmillos de Ernesto Che Guevara.

El teniente Figueredo, totalmente ebrio, no ha arrastrado al gallo por las calles de Morón. El Escambray no ha empezado a arder. No hay una cárcel en Isla de Pinos sobre quintales de dinamita.

Falta que los muchachos díscolos, beatos, homosexuales vayan a un campo de concentración a recibir ofensas y porrazos. La familia no tiembla aún y prepara viajes apresurados e inciertos para los hijos, pequeños Peter Pan que volarán a lo desconocido. Silvino, el gallego de anchas pastillas y bigote desparramado, todavía es dueño de su bodeguita de barrio.

Somos niños y estamos fascinados con unos barbudos que sin disparar un solo tiro han tomado los pueblos y son los nuevos héroes. La leyenda de Robin Hood parece haberse materializado. Pasan de carne y huesos frente a nuestros ojos deslumbrados. Viene un desfile de pobres con cananas a salvar a los pobres.

La barahúnda es enloquecedora. Simulan fiesta los días. Hay padres contentos y abuelos escépticos, que pronostican que todos nos volveremos pobres.

Empieza una época farragosa. Nos verá crecer. Envejecer. Seremos testigos excepcionales. Alfabetizadores. Milicianos. Cañeros. Soldados de la patria.

Los vericuetos del dédalo aún están por averiguar. Apenas si empieza la gran marcha. Habrá tiempo para hacer añicos la utopía, comenzar el vagabundeo.

Cantaremos himnos enardecidos. Fundaremos escuelas en el campo. Haremos la balada del surco y de la azada. Nos cortarán las melenas. Nos prohibirán canciones y caminos. Aceptaremos a regañadientes porque hay un sueño, allá, en lontananza. Seremos la arcilla fundamental, el hombre del futuro. Los mejores a Berlín, a Moscú, a Pyongyang.

El itinerario ha sido decretado. No habrá estaciones intermedias. Viajaremos directo a la felicidad. El timonel, Palinuro eterno, se aferrará al control de mando para siempre. Rebrilla el vellocino. Navegamos. ¿Vendrá el naufragio? Quizás sea tarde cuando nos preguntemos.

Al fin preguntamos. No hay respuestas. Silencio y hosquedad. Palo y cabillas. Juicios sumarísimos. Se despereza el miedo. Se instala el miedo. Se perpetúa el miedo. Nos preguntamos. Descubrimos. Nos tornamos esquivos, taciturnos. Comienzan las fugas. Nieves o desiertos donde había un algarrobo. Cartas marchitas de otras geografías traen algunas nostálgicas explicaciones. La patria se vuelve muchas patrias. Cada quien sufre, batalla, expira por su patria.

Cincuenta y dos años pueden caber en un solo párrafo de la historia pero es mucho tiempo para un ser humano. Nosotros/ los de entonces /ya no somos los mismos. Hay muchas promesas incumplidas, ilusiones rotas, esperanzas olvidadas. Cada uno es una novela que se contará para nadie.

Los nuevos tienen, tendrán su infalible presente y su poeta. Se irán también y quedarán los pájaros cantando. El tiempo no perdona. Se ha ido. Nosotros con él. Volver es otra quimera. El parque de la infancia sólo habita la memoria del niño que fuimos. Nada más que un viaje por el recuerdo nos lo devuelve.

El futuro prometido es un erial. Marabú y techos rotos. El Palinuro eterno continúa al timón. Al pairo. Sin rumbo. El vellocino perdido para siempre. La justicia vendrá. Pero el tiempo robado nadie podrá tornárnoslo.

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