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Preludios de una visita anunciada


Barack Obama (foto tomada de internet)
Barack Obama (foto tomada de internet)

Obama podría no ser tan complaciente con sus anfitriones. Su visita dejará claro hasta qué punto el presidente está dispuesto a comprometerse con el tema de los derechos humanos y la democracia en la Isla.

Con fecha 18 de febrero de 2016, los medios oficiales cubanos han confirmado lo que se ha estado especulando desde que los gobiernos de EEUU y Cuba declararon el restablecimiento de relaciones tras más de medio siglo de confrontación y diferendos: el presidente Barack Obama visitará la Isla durante los días 21 y 22 del mes de marzo próximo.

Como era de esperarse, y tal como sucedió con la inopinada noticia del 17 de diciembre de 2014, este anuncio de la visita oficial del presidente estadounidense en funciones al país bajo la égida de la más larga dictadura del Hemisferio occidental, ha levantado muy variadas reacciones en grupos e individuos de la sociedad civil independiente al interior de Cuba. Reacciones éstas que van desde el abierto rechazo, por considerar el hecho como una legitimación del régimen represivo del clan Castro, hasta una moderada aprobación, sustentada en el supuesto de que el mandatario estadounidense –lejos de ofrecerle apoyo a la autocracia antillana– pondrá mayor presión en cuestiones relacionadas con el respeto a los derechos humanos y las libertades.

Algunas opiniones, con razonable reserva no exenta de optimismo, creen que Barack Obama sabe lo que hace, y confían en que el proverbial carisma, la frescura y el don de la palabra del distinguido visitante marcarán un saludable contraste con el gastado discurso y el habitual talante sombrío y regañón de los octogenarios dirigentes cubanos, granjeándole a aquel la simpatía de los cubanos comunes, hartos de penurias, decadencia y de la perspectiva de miseria eterna.

Por su parte, los medios de difusión del régimen cubano evidencian el nerviosismo propio de quienes esta vez no cuentan con todo el control de la situación. Obviamente –y más allá de los estrechones de mano y sonrisas de cortesía que impondrá la ocasión–, el presidente Obama podría no ser tan complaciente con sus anfitriones como los jerarcas eclesiásticos, Francisco y Cirilo, u otras figuras de la política internacional que nos han visitado. Los mandatarios de la primera potencia mundial no suelen mostrarse al público como sujetos mansos y manejables.

La señora Josefina Vidal, en una “conferencia de prensa” donde otorgó la oportunidad de preguntar solo a dos profesionales de los medios –un reportero de AP y una periodista del oficialista periódico Granma– fue parca y críptica en las respuestas antes de abandonar con visible apremio la sala.

Echando mano a lugares comunes y frases manidas, la funcionaria expresó que “el presidente Barack Obama será bienvenido a Cuba”, donde “conocerá la realidad cubana”, y repitió que para una normalización de las relaciones se impone “solucionar el levantamiento del bloqueo y la devolución del territorio ilegalmente ocupado por la base naval de Guantánamo”.

En cuanto al tema de los derechos humanos y las declaradas intenciones del presidente estadounidense acerca de apoyar una mejoría en las condiciones actuales de los cubanos, Vidal hizo una confusa referencia a las “decisiones soberanas” del pueblo, añadiendo que “Cuba está abierta a hablar de cualquier tema, incluyendo los derechos humanos, aunque tenemos diferentes puntos de vista”. Aseguró que ha estado ocurriendo así en todo el proceso de conversaciones entre ambos gobiernos, “sobre bases de respeto, reciprocidad y la no intervención en los asuntos internos”. “Para nosotros forma parte de ese esfuerzo que estamos realizando para construir una nueva relación con EE.UU.”, concluyó.

No obstante, será una cuestión peliaguda impedir que Barack Obama haga uso de los micrófonos en algún acto público, o prohibir que los medios de difusión oficiales transmitan sus discursos o sus presentaciones en las propias ceremonias oficiales en que participe, por más que las autoridades cubanas intenten copar su programa o traten de limitar a la mínima expresión los escenarios donde se presente.

Tampoco hay que olvidar que La Habana, últimamente convertida en sede para la solución de conflictos foráneos, podría sacar bajo la manga el as de la firma de acuerdos de paz definitivos entre las narco-guerrillas colombianas y el gobierno de ese país suramericano. Todo valdría a la hora de restar brillo y relieve a la innegable estrella del espectáculo, que todavía el Palacio de la Revolución cuenta con viejos aliados latinoamericanos cargados de resabios y complejos contra el Tío Sam, capaces de prestarse para una conjura semejante.

En cualquier caso, es presumible que tanto la parte cubana como la estadounidense tengan interés en conservar lo que –según se dice– se ha avanzado en materia de diálogo y entendimiento.

La anunciada visita, sin embargo, ha despertado el interés entre los cubanos. Transcurrido más de un año de reuniones e intercambios a puertas cerradas entre representantes de ambos gobiernos, donde pese a los muy cacareados “avances” en el proceso y a las medidas de flexibilización del Embargo por la Administración norteamericana, nada se ha concretado en materia de bienestar o libertades dentro de la Isla, sino todo lo contrario, es de esperarse que la atención de la opinión pública nacional se centre en las señales que pueda ofrecer el presidente de la nación que es paradigma de prosperidad y futuro para decenas de miles de cubanos, como lo demuestra el incesante flujo migratorio hacia ese país.

“Vamos a ver qué tiene para decirnos (Barack) Obama, ya que el de aquí no dice nada nuevo”, comentaba Alexis, un cuentapropista vendedor de artículos de limpieza. “Yo quisiera que él dijera con su boca si de verdad existe ese Bloqueo tan fuerte que no permite que se avance en Cuba o si es que ‘esta gente’ siguen viviendo del mismo cuento”.

En horas de la tarde de este jueves, en medio de la animación de la avenida Carlos III, en pleno Centro Habana, un vendedor ambulante de tarjetas telefónicas compartía con un grupo de taxistas y parqueadores de los alrededores del Mercado sus expectativas en torno a esta esperada visita. “Yo creo que ‘el Moreno’ le va a subir la parada a los de aquí. ¡Oye, hasta cuándo van a estar viviendo del cuento y la mentira!”.

A lo largo de los portales de la avenida y en los comercios privados o estatales menudeaban los comentarios. Algunos se manifestaban a favor, otros eran menos entusiastas, pero ni los más escépticos eran indiferentes. En ninguno de los corrillos hubo manifestaciones de desconfianza hacia “el imperialismo yanqui” o preocupación alguna por cuestiones de “injerencia” u otro asunto presumiblemente lesivo a la “soberanía nacional”. El ambiente apunta a que al menos una parte significativa de la población cubana sigue esperando descubrir en el discurso del mandatario norteño las señales positivas que no puede encontrar en los dirigentes vernáculos.

Es por esto que, con independencia de lo que ocurra en esas 48 horas que estará en Cuba el señor Barack Obama, la atención que está acaparando el simple anuncio de su visita ya constituye por sí sola una derrota para el gobierno cubano. Medio siglo sembrando en este pueblo el odio y la hostilidad hacia EE.UU. y solo han conseguido incentivar la admiración y el respeto de los cubanos hacia esa nación y hacia lo que representa. El poder de convocatoria y el liderazgo de Obama deben saber muy amargo a la gerontocracia.

En cuanto al saldo final de esta visita, será seguramente positivo, incluso en el peor de los casos, porque dejará claramente establecido hasta qué punto el presidente Barack Obama está dispuesto a comprometerse con el tema de los derechos humanos y la democracia en la Isla. Sin ánimo de profesar una fe ciega, que nunca he practicado, es de esperarse que, a diferencia de sus homólogos del viejo continente tan proclives a evitar disgustos a la gerontocracia insular, el presidente de EE.UU. se permita la libertad de reunirse con los representantes de la sociedad civil que considere pertinente, si va a ser consecuente con lo que ha manifestado antes de que fuese confirmada su visita a Cuba.

Incluso los más renegados al restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de EE.UU. y Cuba tendrán que reconocer que la agenda que desarrolle Obama durante su breve estancia entre nosotros disipará cualquier duda en un sentido o en otro, y las cuestiones que hoy son meras especulaciones quedarán suficientemente esclarecidas. Al menos algo se ganará en materia de transparencia y sabremos a qué atenernos en ese punto. ¡Bienvenido pues, el presidente Obama! Porque en realidad los que coadyuvan al éxito de la dictadura decadente son quienes eligen ver como una derrota de los demócratas lo que es una conquista de la democracia.

[Este artículo fue publicado originalmente en Cubanet]

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