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El castrismo secuestró las urnas


Raúl Castro el 20 de enero de 2008, en La Habana, en las elecciones para los diputados nacionales y delegados a las asambleas provinciales del Poder Popular.
Raúl Castro el 20 de enero de 2008, en La Habana, en las elecciones para los diputados nacionales y delegados a las asambleas provinciales del Poder Popular.

La derrota de los candidatos no oficiales en las próximas elecciones está asegurada. Y el silencio de la comunidad internacional ante los atropellos, también

HARVARD, Estados Unidos.- Ganar tan siquiera un puesto en las venideras elecciones municipales es para los opositores que se han determinado a alcanzar algunas cuotas de poder insertándose en los mecanismos de legitimación política diseñados por la nomenclatura, un desafío que excede con creces las posibilidades reales de éxito.

El pesimismo frente a la iniciativa está avalado por razones que nadie, con sentido común, puede ignorar.

Y es que los omnipresentes controles en el ámbito político, social y económico mantienen una aterradora vigencia, lo que condiciona actitudes a partir del miedo y muy raramente desde las convicciones.

El hastío de los electores frente al ritornelo triunfalista del gobierno es real, pero poco importa lo que se piensa si en definitiva se hace lo que convenga.

O sea que el terreno está listo para brindarle al mundo los pormenores de una asistencia masiva a las urnas y la victoria de los candidatos oficialistas.

Sencilla y llanamente estamos a las puertas de otro fraude desde que se aprobó la Ley Electoral en 1976, modificada 16 años después, a conveniencias de la élite que lleva casi un decenio al mando del país.

El reciente mensaje a un grupo de militantes de quien será, según la Constitución, el próximo presidente de Cuba, no deja margen para las dudas de que el sistema se encamina a un refuerzo de sus fundamentos totalitarios.

Miguel Díaz-Canel Bermúdez, parece decidido a superar el talante dictatorial de sus antecesores.

El perfil mostrado en el video ofrece las pautas de un fundamentalista con ansias de parecerse a los ayatolás iraníes o al enloquecido presidente de Corea del Norte.

A mi modesto entender las amenazas de elevar los indicadores represivos no son palabras vacías, se trata del preámbulo de otra hornada de crispaciones que obligan a postergar las esperanzas de cambios estructurales como un día lo prometió Raúl Castro.

La inminente cerrazón, indica que el relevo presidencial, apenas esconde la voluntad de un continuismo político e ideológico que mantendrá a la nación a merced del estancamiento y el terror.

Por tanto, nada va a ser permitido más allá de los corredizos límites que la policía política quita y pone a sus antojos.

Ganarle a un candidato del partido en un ambiente signado por la vigilancia y las intimidaciones, veladas y explícitas, contra los responsables de cualquier acción contraria a pedidos tales como el voto unido, las muestras de fervor patriótico y la incondicionalidad a los postulados del socialismo, es una quimera.

La mayoría simulará, como es habitual, su apoyo al modelo que en privado rechazan con los peores calificativos.

Es parte del juego establecido en las coordenadas de la supervivencia.

Los retadores del estatus quo deben sopesar todos esos contratiempos, a los que irán sumándose otros más graves para que moderen sus expectativas.

De hecho, ya algunos han sido privados de sus intenciones de validarse como candidatos, mediante arbitrarios subterfugios legales.

Aunque duele aceptarlo, la derrota de los candidatos no oficiales está asegurada y el silencio de la comunidad internacional ante los atropellos, también.

[Este artículo de Jorge Olivera ha sido publicada en Cubanet]

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