El Sumo Pontíce dio a su reinado una característica de moderno dinamismo y se le considera quizás como el Papa más viajero de la Historia. Entre los numerosos países que visitó estuvo Cuba.
Cuando visitó Cuba en enero de 1998, dijo lo siguiente a los jóvenes cubanos en la ciudad de Camaguey:
“... no dejen para mañana la construcción de una sociedad nueva donde los sueños más nobles no se frustren y donde ustedes puedan ser los protagonistas de su historia”.
Y en La Habana dijo que “un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos”.
Subrayó además que “el Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en ámbitos de la vida pública y contar con los medios y los espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas”.
El Papa hizo esta manifestación en la coronación de la Virgen de la Caridad en Santiago de Cuba: “... la Iglesia es... recinto de perdón, de paz y reconciliación, que abre sus brazos a todos los hombres y mujeres de Cuba”.
Aclaró que la Iglesia “no busca ninguna forma de poder político… sino que quiere ser germen fecundo de bien común...” y que la Iglesia está llamada a asumir “posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico”.
Según dijo entonces el Sumo Pontífice a quien muchos consideran como uno de los Papas más grandes de la Historia, la Iglesia “no busca la gloria o los bienes materiales”.
Al despedirse del pueblo de Cuba, Su Santidad reiteró que el propósito de su visita había sido llegar como “sucesor del apóstol San Pedro y siguiendo el mandato del Señor como mensajero de la verdad y de la esperanza, a confirmar en la fe y dejar un mensaje de paz y reconciliación en Cristo”.