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Las remesas como parche


Si a un lado de la balanza unos consideran las remesas algo que traerá consigo desahogo y autonomía para los cubanos, al otro hay muchos que consideran que el importante volumen que llega a Cuba a través de las remesas son transferencias directas a las arcas de un régimen represor.

La cuestión de las remesas a Cuba se han convertido en el principal tema de discusión y controversia durante la última semana. Un post de Yoani Sánchez en su blog, así como las diversas réplicas recibidas desde varios sectores, han puesto esta cuestión en el centro de un acalorado debate.

El de las remesas es un problema que, como tantos otros, fue traído a Cuba por el castrismo. Esto es así si tenemos en cuenta que los cubanos, antes de necesitar un cordón umbilical procedente del extranjero para garanitzarse un mínimo de vida digna, habían vivido en un país que era emisor de remesas salvadoras que viajaban antiguamente hacia una España desahuciada.

Esto lo demuestra claramente la historia de la emigración española en el siglo XX. Durante la primera mitad del pasado siglo, la economía española se benefició de las remesas que enviaban los emigrados y las cuales llegaban, en su gran mayoría, de la isla de Cuba. Pero con los Castro, la cosa cambió. A estas alturas es ya innecesario repetir en qué.

En la España de entonces, como en la Cuba de hoy, las remesas de los ciudadanos que se encontraban en el exterior supusieron un importante desahogo para las economías familiares. Los auxilios de parientes en el exterior representan un alivio importante en donde las condiciones de vida se convierten en una pesadilla cotidiana.

En este contexto, en el caso cubano, la cuestión de las remesas y los viajes a la Isla se han convertido en un dilema que causa una enorme división. Si a un lado de la balanza unos consideran las remesas algo que traerá consigo desahogo y autonomía para los cubanos, al otro hay muchos que consideran que el importante volumen que llega a Cuba a través de las remesas son transferencias directas a las arcas de un régimen represor.

Sería interesante conocer si estas dos posturas son irreconciliables. Probablemente en un lado y en el otro hay razones de peso para que todos tengan algo de razón. El punto medio, como diría el filósofo Aristóteles, podría ser la clave para enfriar el conflicto. Aunque mejor sería que no tuviéramos que optar por un punto medio. Lo mejor sería que el problema desapareciera. Y para eso es necesario que desaparezca el régimen y sus normas del juego.

Las transacciones económicas entre cubanos dentro y fuera de la Isla deberían estar bien categorizadas para saber bien el destino de cada importe o material llegado a Cuba, considerando la honradez del uso de esa remesa en su país de destino como principal criterio de clasificación. En este punto parece claro que en Cuba las remesas no pueden tener otro destino que el consumo con lo que ganan aquellos que advierten de que ese gasto genera una riqueza para el régimen y no para la mayoría del pueblo.

En la mayoría de países la actividad económica organizada de sus ciudadanos es suficiente para generar la riqueza que, con los mecanismos de recaudación del Estado, permite financiar prestaciones sociales, bienestar y protección para la mayoría de personas. En Cuba la actividad económica por cuenta propia es escasa y precaria, los negocios están en manos del Estado, los más florecientes bajo control de militares, y así están las cosas. Que no funcionan.

En la Isla existen límites absolutos al enriquecimiento personal, más si estos se producen al margen de la élite gobernante que es la que decide a quién dejar enriquecer y a quién no. En las sociedades capitalistas un empresario de éxito, que genera riqueza para él y su comunidad con su actividad económica, es aplaudido.

En Cuba, el que tenga un negocio floreciente (siempre bajo tutela del Estado y con la espada de Damocles de las arbitrariedades pendiendo sobre su cabeza) es muy fácilmente considerado casi un delincuente. Que un restaurador en el capitalismo necesite veinte mesas en lugar de diez en su restaurante es una buena noticia. En la particular economía del castrismo, que en un paladar el propietario necesite más de doce sillas para asumir la demanda que se le desborda se convierte en un problema legal y, ¡atención!, que vaya con cuidado el exitoso restaurador que puede acabar entre rejas.

Así pues el problema de Cuba, más que las remesas, está en necesidad de que se despenalice la vida y toda aquella inquietud que lleva al ser humano a prosperar y a obtener ganancias lícitas con su actividad económica. Hasta que no suceda esto, las remesas seguirán siendo lo que son, el parche que se aplica a una herida que continuará supurando. El problema siguen siendo las normas del juego y quien las dicta.

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