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Un funcionario me escribe desde La Habana


El absurdo y verbal comunicado, menos extenso que un twitter y plagado de palabrería chatarra pronunciada con desprecio, asegura entre otras cosas que yo escribo porquerías.

Un día como ayer, 22 de septiembre, del lejano 1927, allá en Chicago, Illinois, se celebró el combate de boxeo más caro de toda la historia previa a la era televisiva. Y no sé si fue por suerte o desgracia, pero el histórico match llevó a los apostadores más frustración que alegrías. En el estadio Soldier Field, ante más de 10 mil fanáticos del pugilismo, el favorito Jack Dempsey perdió su legendaria corona frente a quién entonces era el prácticamente desconocido Gene Tunney.

Todo en la vida es así, el pugilato es veleidoso; como variable es la suerte de quien se empeña en la amenaza. Aprovecho la mención de esta efemérides para dar acuse de recibo a un mensaje poco fraternal y con enganche sentimental que hace unos días me llegó desde La Habana como bocadillo escondido en la boca de un ingenuo “office boy” que, por ambición (siempre loable, por cierto), está decidido a vivir una experiencia peligrosa que va un poco más allá de lo controlable.

Recibida la epístola oral, con tono verdeolivo-autoritario yuxtapuesto, respondo. Según la Real Academia Española, “traición” significa, y cito textual el significado: 1-falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener; y 2- (relativo al derecho), delito cometido por civil o militar que atenta contra la seguridad de la patria.

Retrato de Juan Juan Almeida, hijo del comandante y vicepresidente de Cuba Juan Almeida, a la edad de cinco años, acompañado de Raúl Castro.
Retrato de Juan Juan Almeida, hijo del comandante y vicepresidente de Cuba Juan Almeida, a la edad de cinco años, acompañado de Raúl Castro.
En ninguna de sus acepciones, teniendo en cuenta que la RAE maneja el idioma español muchísimo mejor que yo, me siento aludido; sin embargo, creo que a quien sí le pega el referido concepto es al retorcido y predecible emisor que, para hacer algo profundo, no encuentra mejor opción que practicar submarinismo.

El absurdo y verbal comunicado, menos extenso que un twitter y plagado de palabrería chatarra pronunciada con desprecio, asegura entre otras cosas que yo escribo porquerías. Entendible, en Cuba agraviar es habitual y tan común como las palmas y los tinajones. Y, aunque debo admitir que me gustó, me entristece conocer que un funcionario cubano, en lugar de trabajar en aras de reconstruir la confianza del pueblo y su sentido del propósito, se dedique cada lunes a leerse esta columna y hacer de ella una sinopsis para enviarla por canal directo a la oficina presidencial.

Ante tanta aberración, y con el único objetivo de brindar mi aporte a evitar que los recursos del estado sean tan dilapidados, pensé en escribir cada semana un párrafo menos, pero no vale la pena.

De la fanfarrónica épica tan recurrente en politiquería de trinchera, y el uso excesivo de grotescas imágenes sexuales, ni hablar; son sólo recursos gastados y decadentes que no atrapan mi atención. Pero claro, muchos aún no han comprendido que desde La Ilíada y el Kamasutra, no se ha escrito nada nuevo en cuanto a política y sexo.

El mensaje me dio sueño; y el mensajero, pesadilla. Desde muy niño aprendí que en la jauría del poder, los que callan, temen; los que ladran, mienten; y el resto, solo son buenas personas que toman malas decisiones.

Por cierto, hablando de bravuconerías baratas, y de ironías en la historia, casualmente un día como hoy, 23 de septiembre de 1990, el dictador iraquí Saddam Hussein amenazó publicamente con destruir el Estado de Israel y, mire usted, dónde y cómo terminó.
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    Juan Juan Almeida

    Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica “Memorias de un guerrillero desconocido cubano”, novela testimonio donde satiriza  la decadencia de la élite del poder en Cuba.

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