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La gran encerrona a la cultura cubana cumple 55 años: Palabras a los Intelectuales


Biblioteca Nacional de Cuba.
Biblioteca Nacional de Cuba.

Se cumplen 55 años de las Palabras a los Intelectuales, el panfleto resultante de las reuniones en la Biblioteca Nacional durante los tres últimos sábados de junio de 1961 (los días 16, 23 y 30) a las que Fidel Castro convocó a los escritores y artistas luego del revuelo causado por la prohibición del documental PM.

Aquellas reuniones se convirtieron en un farragoso monólogo del Comandante, que aunque trataba de mostrarse distendido, no lograba disimular su disgusto por tener que dedicar su tiempo a disciplinar a molestos escritores y artistas, que con sus majaderías, no acababan de acatar las órdenes de los comisarios aferradamente estalinistas del Partido Socialista Popular (PSP) en metamorfosis.

Así que para no demorarse en algo que ya duraba demasiado, con la pistola sobre la mesa y Alfredo Guevara a su vera, el Máximo Líder, impuso sin cortapisas las reglas del juego: “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada.”

Los asistentes, fascinados algunos pocos, desprevenidos o atemorizados los más, solo atinaron a aplaudir las palabras del Jefe. Y todavía la cultura cubana está pagando las consecuencias.

Junto a Castro el vicepresidente de la isla, Esteban Lazo (i); el ministro de Cultura, Abel Prieto (2 i) y el escritor y presidente de la UNEAC Miguel Barnet (d), y el poeta Roberto Fernández Retamar (d)
Junto a Castro el vicepresidente de la isla, Esteban Lazo (i); el ministro de Cultura, Abel Prieto (2 i) y el escritor y presidente de la UNEAC Miguel Barnet (d), y el poeta Roberto Fernández Retamar (d)

El Comandante fue lo suficientemente ambiguo para no precisar el límite exacto entre lo que estaba dentro o fuera de la revolución. Los comisarios se encargarían celosamente de delimitar la frontera en cada caso particular, con grueso creyón de censores y siempre con amplio margen a favor de la paranoia del Jefe o de cualquiera de sus muchos jefecillos, más o menos severos y cultos: Alfredo Guevara, Edith García Buchaca, los tenientes Pavón y Quesada, “Papito” Serguera, Ana Lasalle, Fernando Portuondo, Roberto Fernández Retamar, Carlos Aldana, Abel Prieto, Iroel Sánchez, Luis Morlote, o la mismísima Prima Ballerina en Jefe, Alicia Alonso, quien hace solo unos días, usó sus influencias para impedir la presentación en el Sábado del Libro de las memorias del bailarín radicado en el exterior Carlos Acosta.

Desde hace varios años, algunos testaferros intelectuales de la dictadura —intelectuales orgánicos, como suelen ser llamados—, como Abel Prieto, se afanan por explicar que la ordenanza del Comandante del último sábado de junio de 1961 no era tan estricta y dejaba bastante campo a la creatividad artística, ya que según ellos, no era precisamente “fuera de la revolución”, que es como se recuerda y se cita, sino “contra la revolución”. ¡Como si eso variara en algo los resultados! ¿Se podía estar “fuera de la revolución” sin ser considerado un enemigo y tratado como tal?

Más de medio siglo de aberradas “políticas culturales” han generado un medio intelectual, donde amén de ciertas poses contestatarias que no van más allá de donde dice peligro y alguna que otra tormenta en un vaso de agua, impera, como en el resto de la sociedad cubana, el miedo, la hipocresía, la simulación y el doble discurso.

El difuso límite entre el dentro y el fuera de la revolución ha permitido al régimen, además de la censura, la proscripción y la condena al ostracismo de los más rebeldes, su recuperación después de muertos (los casos de Lezama y Piñera), engatusar a ciertos autores exiliados, y también cooptar para el sistema, siempre que no se pasen de rosca, a ciertos críticos como los directores de cine Sara Gómez, Fernando Pérez y Tomás Gutiérrez Alea —a quien Alfredo Guevara, su principal hostigador, calificó cínicamente, después de muerto, como “un revolucionario difícil”—, los represaliados del Decenio Gris a los que les han concedido como muestra de su rehabilitación el Premio Nacional de Literatura (Lina de Feria, Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat, César López) los tolerados a regañadientes cantautores Pablo Milanés y Carlos Varela, los escritores Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez, etc.

¿Ya no se acordará el muy fiel Miguel Barnet, hoy presidente de la Unión Nacional de Escritores Artistas Cubanos (UNEAC), cuando la jauría licantrópica le cayó encima por escribir La canción de Rachel, en vez de algo como Biografía de un cimarrón, que fuera útil a la revolución?

Cuando hablan de “las políticas culturales de la revolución” uno no puede dejar de evocar, entre otras barbaridades, los intentos de implantar el realismo socialista en el cine y la literatura, el cierre de Lunes de Revolución y de Ediciones El Puente, el éxodo de los mejores escritores y artistas, el caso Padilla, los grises años 70, la época en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) eran las que premiaban los concursos literarios y los poetas se veían obligados a escribir novelitas policíacas donde los héroes eran los agentones del Ministerio del Interior (MININT) y los chivatos de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR)…

Ese es el arte de rebaño que se quería dentro de la revolución, entendida esta como corral de carneros. Por suerte, a pesar de tantos mediocres y sumisos, a pesar de los comisarios, casi milagrosamente, la cultura cubana se las ha arreglado para no perecer.

Esta columna de Luis Cino ha sido publicada originalmente en Cubanet

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