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Forever en Cuba no es para siempre


Se hizo habitual por el malecón habanero, la avenida Boyeros y en las amplias, como estrechas, calles de Ciudad de La Habana cientos y cientos de bici. Cuba era como una pequeña China con negros y blancos de estómagos rasgados, en vez de ojos.

Si Arquímedes, el genial físico y geómetra griego de la antigüedad o el cruel rey inglés Ricardo III fueran cubanos que coexistieron en la tumultuosa, ardua y complicada Cuba del periodo especial en los años 90 de seguro ambos habrían cambiado sus famosas frases históricas.

El genio de Siracusa y el último monarca de la casa de York, célebres por su “Dadme un punto de apoyo y moveré a la Tierra” y la angustiosa “Mi reino por un caballo”, en aquella malaventurada época de la isla habrían gritado “dadme una bicicleta y moveré a la tierra” y “mi reino por una bicicleta”.

Y es que la penosa situación que sufrieron los cubanos en aquel periodo de guerra sin bombas y régimen de campo de castigo que impuso el castrismo, donde si estabas envuelto en carnes, es decir contabas unas libritas de mas, significaba el milagro de pertenecer una especie rara o ser miembro de la clase dirigente o bisnero.

Eso estaba claro, porque al cubano de a pie sin pan, huevos, leche, aceite, carne, pollo, jabón, pasta de diente; en fin, un Juan sin nada, le costaba más trabajo que los 12 realizados por el pobre Hércules conseguir alimentos energéticos.

Precisamente en esos tiempos llegó la bicicleta china Forever y casi todos los habitantes del caimán se montaron en las maquinas asiáticas para solucionar sus graves problemas de transporte. Ese continuo ejercicio, sin reponer luego las calorías perdidas, provocaron estados físicos en una gran número de cubanos que parecían salidos de los campos de concentración hitlerianos.

La gente flaca, con caras demacradas a más no poder, antecedieron a la neuritis óptica entre los padecimientos que llovieron en la isla durante esos años. La bicicleta china llegó a convertirse en un bien tan necesario que la clasificación corporal de los cubanos de esa época era cabeza, tronco y bicicleta. Por supuesto en un país que vivía dentro de la miseria poseer una bicicleta “cómica”, es decir del extranjero, representaba tener un Ferrari.

Entonces llegaron los asaltos y emboscadas para robarse las bicicletas, con su secuela de muertos y personas mal heridas. Las cifras de fallecidos y mutilados por esa violencia fueron altas, pero nunca se divulgaron dentro del secretismo con que se vive en el país donde nadie sabe porque Songo le dio a Borondogo. Incluso las mismas bicis chinas fueron buscadas también por los ladrones, ya que de su valor de 130 pesos se vendieron en un momento bajo los 2 mil pesos.

Las Forever chinas inundaron la isla y su traqueteo sonó de Oriente a Occidente. Pronto la inventiva popular le agregó motores de lavadoras o lo que pudiera para impulsarlas más. Fue común entonces el término “emparrillarse” que significaba montar a otra persona detrás. Muchos le colocaron un pequeño asiento en la parte delantera para llevar a sus hijos y detrás “emparrillada “viajaba la esposa.

En una reunión con periodistas de Estados Unidos, integrantes de una comisión del comité olímpico norteño, el anciano en jefe pronosticó que para la cita de los Juegos Panamericanos rodarían en la capital del país alrededor de medio millón de bicicletas.

El Mesías en jefe decía alborozado que seríamos como Holanda en la cuestión de las bicicletas. (Bueno el predijo que tendríamos tanto o más queso y leche de ese país y al parecer se quedó con los deseos de parecerse en algo)

Poco a poco se hizo habitual por el malecón habanero, la avenida Boyeros y en las amplias, como estrechas, calles de Ciudad de La Habana cientos y cientos de bici. Cuba era como una pequeña China con negros y blancos de estómagos rasgados, en vez de ojos.

El régimen proclamaba a voz en cuello que las bicicletas llegaban para quedarse, sobre todo por su beneficio para el medio ambiente y la salud. Las hojas del almanaque comenzaron a caer y los años transcurrieron.

¿Y las bicicletas? Pues esas se extinguieron de manera gradual, a ellas les ocurrió como todos los inventos del régimen en estos más de 50 años en que comienza un proyecto con fuerza y luego lo deja a un lado, sin más.

En el oficialista diario Juventud Rebelde, un lector le escribió el 7 de junio del 2011 al periodista José Alejandro Rodríguez en su sección “Acuse de recibo” lo siguiente:

“Los que aún tenemos bicicleta hemos tenido que apartarla a un rincón, pues las gomas y cámaras, aunque se compran en CUC, están podridas, son de pésima calidad. Apenas te sirven para un mes de uso”.

El periodista indica sobre esa inquietud: “Juan tiene sus argumentos: Hoy la situación del transporte es tan difícil o más que cuando se generalizaron las bicicletas, y son precisamente los trabajadores y los estudiantes quienes más utilizan ese medio de traslación. Él solo pregunta: « ¿No existirá una solución que nos ayude a llegar a nuestros destinos en las bici? ¿Quién se encarga de esto?».

Agrega Rodríguez “La verdad es que, en muchos rincones del país, trasladarse sin el ciclo salvador, es más bien cruzar el Niágara… sin bicicleta”.

Lo que no dice el lector, ni el propio Rodríguez es que cruzar el Niágara sin bicicleta es más fácil que vivir dentro de un régimen que destruye lo mismo que crea, una y otra vez. Pobres bicis Forever, sus nombres de “para siempre” no les sirvieron de nada dentro de un régimen que de manera constante lanza hacia al basurero a sus propios engendros.

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