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De Hialeah a Pogolotti: el relajito con orden


El colmo es que quien se fue hastiado de aquel sistema reaccione luego como el camaleón ante el peligro, y se haga el sueco, o el suizo, exhibiendo una repentina neutralidad.

Postulaba un dicho de mi época: "está bueno el relajo, pero no demasiado".

Bueno, pues por un lado, me parece demasiado severa la propuesta del congresista David Rivera para obligar legalmente, a los cubanos que llegan a Estados Unidos y se acogen a la generosa Ley de Ajuste Cubano, a que se abstengan de regresar a la isla antes de naturalizarse como ciudadanos americanos, o sea, antes de cumplir cinco años en este país.

El proyecto de Rivera me hace evocar el dolor de mi familia y especialmente de mi mamá, por no haber podido ver a mi hermana mayor en 20 años, desde aquel día invernal de 1959 cuando la despidió, con 23 años, en la terminal de Aerovías Q, hasta que la identificó al bajarse, gordita, ya madurita y demasiado blanca --tal vez por el oblicuo sol de Brooklyn- de uno de los llamados "vuelos de la comunidad cubana en el exterior".

Gardel se equivocó: veinte años sí es algo. Es más, es bastante, como tuvo tiempo de entenderlo la Penélope homérica. Pero cinco también, para quien dejó atrás a sus padres o hermanos, y sobre todo para quien vive lejos de sus hijos. Viví dos años separado de mi familia --yo en Washington y ellos en Miami-- y aunque viajaba cada 45 días, no recuerdo en mi vida una angustia comparable. Nadie debería jugar con esos sentimientos.

Pero viajar una o dos veces al año para ver a los seres queridos es una cosa, y otra - y aquí viene lo del relajo-- es pasarse seis meses del año en Cuba, de donde se salió alegando persecución política -a veces sin haberle tirado un hollejo a un chino- para: 1-) sentirse importante en medio de la miseria de los demás, 2-) hacer negocios ventajistas, y hasta penados bajo las leyes del embargo; o 3-) abrir las cuatro puertas del SUV rentado para que se llene de adolescentes que venden sus cuerpos para comer. Y lo peor, usando para eso como pretexto a la familia.

En una crónica publicada en Diario de Cuba, (de la que, por razones editoriales dejo aquí el título en suspenso), "El que quiera pescado que se moje…", Paquito De Rivera pone algunos ejemplos hilarantes: "Es que la negrita que nos crió está loca por conocer al novio americano que conocí el mes pasado en Disneylandia"; o "Es que el perrito no deja de jirimiquear desde que Armandito mi nieto se fue con nosotros en la balsa", o "Es que vamos a llevarle el recién nacido a tío Ramón, allá en Magarabomba, porque "el niño aprendió a llamar al tío: ya dice Mon-Mon". O es que voy un momentico hasta Párraga a cambiarle el agua a la jicotea o a sacarle punta al lápiz, que cualquier excusa sirve.

Pero el colmo es que quien se fue hastiado hasta la remaceta de aquel sistema y echando pestes de él reaccione luego como el camaleón, que cambia de color para enmascararse ante el peligro, y se haga el sueco, o el suizo, exhibiendo una repentina neutralidad ( y algunos, hasta comprensión hacia "la revolución") durante su estancia en la isla.

El periodista independiente Luis Cino ilustra el primero de estos dos casos en Cubanet, contando la historia de un ex-vecino suyo de La Víbora que viaja casi todos los años a Cuba y tira la casa por la ventana en regalos, paseos y jolgorios, para que nadie diga que él se mide con los suyos ni piense que le va mal en la Yuma. Pero cuando Cino se lo encontró en casa de un amigo común, le dijo: "Brother, mi cariño de siempre para ti, pero tú sabes, men, en lo que tú estás metido y cómo es esto; no quiero saber de disidentes, no quiero problemas con esta gente, lo mío es poder venir a Cuba sin líos cada vez que pueda, ¿Okey?"

Víctor Manuel Domínguez, también en Cubanet, nos muestra la otra especie de camaleón, el "comprensivo". Este caso es más común entre quienes acceden a ser rehenes de un documento llamado Permiso de Residencia en el Exterior, para cubiches casados con extranjeros.

Una nota de la Embajada de Cuba en Egipto explica que quienes posean Permiso de Residencia en el Exterior podrán entrar y salir de Cuba cada vez que lo deseen, y regresar si lo deciden a residir en el territorio nacional. Pero aunque el texto no lo precisa, muchos beneficiarios interpretan que este derecho es como los de la Constitución castrista, que pueden ejercerse siempre y cuando no se haga contra los fines de la sociedad socialista. Y llegando a Cuba, enmudecen. Otros, van más lejos, como Indira, quien vive en Barcelona casada con un andaluz sesentón, que le permite viajar a menudo a la isla, porque ella no se acaba de adaptar.

Cuenta Domínguez que, mientras disfruta de su cerveza Bucanero sentada con sus amigas bajo una carpa y frente al mar, Indira les dice: "Hablar mal no resuelve nada. La revolución ha cambiado. Antes nos prohibían viajar". Y cuando le recuerdan que a ella la expulsaron de la UJC y a su padre lo encarcelaron por salida ilegal del país, contesta que esos, son "errores superados".

En el otro término de la ecuación, están los de allá. Volviendo con Paquito, el genial saxofonista también critica a aquellos que cada vez que tienen un chance, les piden a los de acá que los ayuden "porque la situación está muy dura", pero no hacen nada por cambiar esa situación, y si mandan una foto de familia, atrás se ve un retrato del Che Guevara, el antiamericano por antonomasia.

El autor de "Mi vida saxual" cree que deberíamos ayudar a nuestros coterráneos a edificar una vida mejor, y no a vivir recostados en la caridad de sus parientes en el extranjero, como una señora que -cuenta Paquito-- dice con su cara de palo que, con lo que le manda el hijo, y un par de meses de vacaciones cada año en la Yuma, ¡a ella no hay quien la mueva de su casa en Pogolotti!

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