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Chernóbil, mis recuerdos de abril


Los ucranianos recuerdan la tragedia de Chernóbil.
Los ucranianos recuerdan la tragedia de Chernóbil.

Vi a diario pequeños de 5 a 12 años que salían a las consultas del médico y no regresaban al campamento; los trasladaban a los hospitales de Kiev o Moscú.

Han pasado 29 años desde la tragedia de Chernóbil, en Ucrania, cuando todavía era parte de la URSS. De nuevo vienen en abril las recordaciones, el peregrinaje a las tumbas, salen las fotos de los fallecidos, de las víctimas y de los que siguen muriendo por las secuelas del accidente.

Las víctimas siguen con sus dolencias, los científicos buscando mejoras para evitar tragedias similares y otros prueban con el átomo y la energía nuclear para hacer bombas. Poco se ha aprendido. Con el tiempo figuras de la época, como Mijaíl Gorbachev aseguran que fue el inicio de la debacle de la URSS, o de su propia política.

Todos los años, cuando llega abril vienen los recuerdos, los mismos de siempre. El haber sido testigo te obliga a pensar, recordar, evaluar hechos y actitudes que en otras circunstancias hubieras evaluado diferente. Uno de esos eventos que marcan para siempre a una persona es el haber estado en Ucrania en abril de 1986, en el momento de la explosión en el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernóbil.

Durante casi una semana estuvo lanzando elementos radiactivos equivalentes a 500 bombas de las que se arrojaron en Hiroshima. Los bomberos lucharon contra las llamas como si fuera un incendio forestal.

La noche de la tragedia, el sábado 25 de abril de 1986, un grupo de estudiantes de la Universidad Estatal de Odessa y del Conservatorio acampábamos a orillas del río Dniester. Fue una noche de estrellas, canciones, poemas y vodka alrededor de una fogata, que dejaba de lanzar destellos cuando comenzó a amanecer. Esos son algunos de los recuerdos de aquella jornada.

Un poco más al norte, a orillas del Dnieper, el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernóbil hacía explosión a la 1:23 a.m. Durante casi una semana estuvo lanzando elementos radiactivos equivalentes a 500 bombas de las que se arrojaron en Hiroshima. Los bomberos lucharon contra las llamas como si fuera un incendio forestal. Los vecinos de Pripiat, donde estaba ubicada la planta, desconociendo la magnitud del siniestro se negaron a abandonar la zona.

En Moscú, a pesar del glasnots y la perestroika, las tragedias de esa categoría no se anunciaban a los cuatro vientos. Temían en el Kremlin empañar la imagen del sistema. En Europa Occidental, en especial las regiones cercanas a las fronteras de la URSS conocían mejor las posibles secuelas de la tragedia y se alertó a su población. La información llegaba de segundas manos, todos oían la radio extranjera. Los estudiantes polacos fueron los primeros en ser evacuados, los árabes compraban a cualquier precio un pasaje (por tierra, por aire o por mar, como Adelita) para salir a prisa.

En la Universidad Estatal de Odessa citaron para la estación de trenes, señalando un destino final más allá de los Urales. Por el campo estudiantil pasaron entregando un frasco de yodo y ordenaron echar dos gotas en cada jarra de agua.

A las pocas semanas empezaron a llegar a los sanatorios y campamentos juveniles de Odessa los infantes de la zona afectada. Niños y niñas de Chernóbil, de Pripiat, de Narodichi, de Opachichi. Los estudiantes universitarios fueron los encargados de cuidarles, de ser maestros, niñeras, enfermeros y padres/madres al mismo tiempo.

Vi a diario pequeños de 5 a 12 años que salían a las consultas del médico y no regresaban al campamento; los trasladaban a los hospitales de Kiev o Moscú. Oí por las noches a los pequeños llorar porque no sabían dónde estaban sus padres, también evacuados en otra ciudad o quizás muertos ya. Una tos aguda les despertaba o les obligaba a detener la marcha si jugaban balompié o simplemente caminaban.

Les vía adelgazar a diario, perdían el apetito, el interés por los juegos, por bañarse en la playa, hasta por la vida. Se hizo una gran hoguera con sus pertenencias, pues todas tenían rastro de radioactividad. Fueron cientos de niños en aquellos campamentos que atendían los estudiantes de la Universidad y otros centros universitarios de Odessa.

Una tos aguda les despertaba o les obligaba a detener la marcha si jugaban balompié o simplemente caminaban.

Más de cuatro millones de habitantes de Ucrania, Bielorrusia y Rusia fueron afectados por la explosión, el 10% del territorio ucraniano está contaminado con la radiación. Unas 160.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares y unas 30.000 quedaron deshabilitadas por las secuelas. Uno de cada 16 ucranianos sufre de salud debido a la radiación.

Viví las jornadas posteriores a la tragedia, compartí con los ucranianos el dolor de aquel drama que aún perdura; vi enterrar a muchas de las casi 6.000 víctimas que ha cobrado la explosión, caminé por la ciudad fantasma de Pripiat, que antes del aquel 26 de abril tuvo miles de habitantes.

Vinieron, entonces, los trabajos para detener la radiación. Lluvias de cemento y arena cayeron sobre el cuarto reactor sepultándole en un sarcófago de 300.000 toneladas de hormigón y acero.

Cada vez que se acerca la fecha, afloran los mismos recuerdos. Esos recuerdos de abril. Yo prefiero rememorar las imágenes de aquella noche, antes de que la noticia llegara a nosotros y una nube que algunos describen como formaciones amarillentas en un cielo oscuro, avanzaba sobre las tres repúblicas eslavas. Esos son sólo deseos, los recuerdos que perduran son otros.

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    Álvaro Alba

    Historiador y periodista especializado en temas de Europa del Este y la ex Unión Soviética. Máster en Historia por la Universidad Estatal de Odesa, Ucrania. Premio Emmy 2017 (Emmy Award) en la categoría de Documental Histórico.

    Ha publicado en ABC, Diario de Las Américas, El Nuevo Herald, entre otros. Actualmente trabaja en MartiNoticias.com. Autor de Castro y Stalin, almas gemelas (2002); En la pupila del Kremlin (2011) y Rusia: la herencia del estalinismo (2012). Es Asociado Principal de Investigación (Senior Research Associate) del Centro de Estudios Cubanos (Cuban Studies Institute CSI) de Miami y miembro de la Asociación para Estudios Eslavos y del Este de Europa (ASEEES).

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