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Un Che que no está en los billetes


Campaña vs. Che Guevara
Campaña vs. Che Guevara
Ahora lo veo como un asmático que era enfermo a viajar, a matar y pegarles gritos a sus soldados. Pero tuvieron que pasar veinte años para que yo pudiera redactar esta oración así de sencilla. Cuando se tienen seis febreros y te obligan a llevarte la mano a la frente y decir que quieres ser como el Rambo argentino (el bueno) que mataba a los casquitos de Batista (los malos) y quería que todos los países del tercer mundo (¿????) fueran libres, entonces sí pensaba que era un Rambo, un Elpidio Valdés.

El Che que me enseñaron andaba por los intrincados vericuetos de la Sierra Maestra enseñando a usar los fusiles, a leer y dándoles ‘raspones’ a los guatacas y adulones que tenía en su tropa. El que libró Santa Clara y organizó al ejército de los barbudos cuando llegaron a La Habana del ’59, según reza en los textos escolares. Pero después vino el otro Guevara, ese que me regalaron los disidentes de los ’90, en libros forrados de papel periódico. En los folletos y revistas, el otro Che (nunca más guerrillero heroico) coordinó fusilamientos en La Cabaña, puteó a Virgilio Piñera y pedía a gritos un río de sangre para acabar con el imperialismo.

Hace un lustro vi una foto de un hombre con una barba sucia, de meses en la selva, y me encontré con Javier Palacios, un peruano sobrino de un ex guerrillero de la tropa del rosarino. La familia del peruano no quiere saber nada del icono levantado por la cámara de Alberto Korda, los cuentos que se saben de la guerrilla son horripilantes y han sepultado para siempre el idilio del internacionalismo fabricado en las oficinas del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

Un tipo que tose, echa carajos, anda todo el día de mal humor y años después dispone de varias familias cubanas, (guajiros casi todos) con el cuento de acabar con el imperialismo… no puede ser un buen tipo. No cantaba, no reía ni tocaba ningún instrumento, no podía ser un buen tipo. Cuando un diario español publicó hace casi un lustro su cuerpo en un lavadero de La Higuera, se cayeron todos los velos y no importaban las canciones que lo han adulado por décadas, los mares de tinta ni la famosa Carta de despedida, menos si al final del cuento te enteras que fue leída antes de tiempo, como mandado a matar. En el argot cubano eso suena a ajuste de cuentas, a chivatería jaranera. A que ‘te echo y te entrego a los perros’, como quien no quiere las cosas. El que a hierro mata… dice el refrán.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog Cruzar las alambradas el 8 de Octubre de 2013.
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