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Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit


El temible taumaturgo habanero, siendo abakuá, santero, palero, espiritista, terciario de la muy católica Orden de San Francisco y masón, personificaría como nadie el epítome del sincretismo religioso y cultural de la nación cubana.

Si Jesús de Nazaret, tras su crucifixión, da lugar a una nueva religión desgajada del sólido tronco del judaísmo, Andrés Petit, tras introducir el crucifijo en la Nganga, da lugar a una nueva regla, la kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje, desgajada del sólido tronco del Palo Monte, y si el cristianismo se expande por el occidente, luego de comenzar a aceptar a los gentiles o incircuncisos, la Sociedad Secreta Abakuá sobrevive y expande más allá de sus estrechos reductos en la isla, luego de que Andrés Petit fundara, el 24 de diciembre de 1863, el juego Mukarará Efó o Aknarán Efó, primer juego conformado por ñáñigos blancos.

Y si Judas vendió a Jesús a las autoridades romanas y a los sacerdotes judíos por treinta monedas de plata, Petit vendió el secreto Abakuá a los blancos cubanos por treinta onzas de oro, y si Judas pasó a la posteridad como un traidor, otro tanto le ocurrió a Petit; pero lo cierto es que, siguiendo un análisis desprejuiciado, no parece probable que Judas, siendo el tesorero del grupo y por ende en control del dinero, viniese a vender a Jesús por treinta monedas, ni tampoco parece probable que las autoridades romanas o los sacerdotes judíos necesitasen de los servicios de Judas para encontrar a Jesús, puesto que este último era un personaje público y no andaba ni mucho menos, escondiéndose, y entonces pudiera ser que si efectivamente entregó a su amado maestro a las autoridades romanas y a los sacerdotes judíos sería, más que nada, en cumplimiento de un plan previsto por el propio Jesús concertado previamente con su discípulo favorito, es decir, el mismo Judas; y entonces pudiera ser también que Petit usara el dinero cobrado por iniciar a los blancos para sacar de la cárcel a varios hermanos de religión y, lo más importante, que su acción de empezar a admitir a adeptos no negros en las potencias impediría finalmente la desaparición de Abakuá pues, de ese momento en adelante, la secta iba a contar con poderosos y encumbrados ecobios que impidiesen o amortiguasen los efectos de la persecución que llevaban a cabo contra la hermandad secreta las autoridades coloniales.

Estos blancos iniciados en el ñañiguismo pertenecían a las mejores familias de la nobleza criolla. Es bueno señalar que, ya con anterioridad a estas fechas de expansión del secreto, el segundo Marqués de Casa Calvo había sido desterrado por el Capitán General Tacón, entre otras cosas, por permitir sospechosas reuniones de negros en su casa, y que para 1878, el año en que muere Petit, se crea el segundo juego de blancos, el Ecorie Efor.

Y es que Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit, como verdaderamente se nombraba, no sería artista ni mucho menos escritor (escribiría si acaso oraciones, sentencias y conjuros mágicos), pero, siendo abakuá, santero, palero, espiritista, terciario de la muy católica Orden de San Francisco y masón, personificaría como nadie, eso sí, el epítome del sincretismo religioso y cultural de la nación cubana, ese sincretismo que tan bien conceptualizó en su momento el sabio Fernando Ortiz, y personificaría también, por otro lado, el epítome del pensamiento de lo que llamaríamos el gnosticismo isleño, es decir que Petit representaría la versión nacional de ese conjunto de corrientes sumamente sincréticas de índole filosófico-religiosa que llegaría a mimetizarse con el mismísimo cristianismo durante los tres primeros siglos de Nuestra Era, derivando finalmente hacia un pensamiento declarado herético por las autoridades eclesiales después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos pues, en efecto, aunque puede hablarse de un gnosticismo pagano y de un gnosticismo cristiano, la verdad es que el más significativo pensamiento gnóstico se alcanzó precisamente como una rama heterodoxa del cristianismo primitivo.

María del C. Muzio escribe en su artículo La llegada del bilongo, publicado en la revista Vitral, de La Diócesis de Pinar del Río, que Andrés Petit nació en Guanabacoa, La Habana, el 27 de noviembre de 1829 y fue bautizado el 3 de enero de 1830 según lo atestigua el libro de Bautismos de Pardos y Morenos, tomo 33, folio 209, número 813, y agrega que después de rastrear sin fruto alguno en los legajos de Cofradías y Cabildos y en algunos de los Protocolos Notariales del Archivo Nacional, en un libro de la Parroquia de la Asunción de la vetusta villa, casi sepultado el nombre en el índice por un trabajo de encuadernación posterior, aparecía, al fin, el tomo 14 del Registro de Difuntos correspondiente a Pardos y Morenos, Folio 10, Número 27, en hojas que el tiempo deshace, la constancia de la muerte, el 20 de mayo de 1878, del pardo Andrés Petit.

Puntualiza C. Muzio que para que no quepan dudas de que se refiere al Petit legendario, el sacerdote transcribió con cuidadosa caligrafía, parte del testamento otorgado cinco días antes, en que se dice que no sólo recibió los Santos Sacramentos y que era soltero de cuarenta y ocho años de edad, sino que, además, disponía por su alma las treinta misas de San Gregorio y las mandas pías, y que pidió que se le amortajase con el hábito del Padre Santo Domingo, se le colocase en una caja sin lujo que se cubriría de inmediato alumbrándose el féretro con cuatro luces puestas encima de la mesa de su habitación en que tiene la imagen del Santo Cristo del Buen Viaje.

Así la investigadora pone de manifiesto la realidad de un personaje de existencia que, por extraordinaria, estuvo envuelta en el misterio y la leyenda; leyenda que aseguraba que el famoso taumaturgo era Zahorí, quiere decir, alguien que lleva un estigma a manera de una cruz en el cielo de la boca o en la lengua, y que, por otro lado, su poder de adivinación y su don de realizar conjuros mágicos, vinculados al espiritismo, eran tales que vienen a ofrecer de Petit una imagen muy difícil de enmarcar entre los límites a que nos tiene acostumbrado ese racionalismo ramplón que, expandido en siglo XIX, hace metástasis durante el XX.

Petit caminaba las calles de La Habana calzado con sandalias, vestido de levita negra y portando un bastón, báculo poderoso, que a diferencia de los bastones corrientes tenía casquillos de plata por ambos lados que lo hacía asemejarse un itón de los utilizados por los altos dignatarios abakuá; báculo que, se asegura, trabajaba de modo que bastaba con que lo levantara y dijera las palabras mágicas de Adiós, mi niño para que lo mismo paralizara en plena calle a un transeúnte que impidiera un atraco; báculo con el que además, corre la negra fama, podía matar llegado el caso al enemigo empecinado; ese del que, ya sabemos, no se puede esperar redención alguna.

Petit podía predecir, se dice, a quien estimara merecedor, el número de la lotería, y lograr que un culpado, o culpable, procedente de familia adinerada saliera absuelto en el juicio, contra todo pronóstico, siempre y cuando la familia ofrendara limosnas para los pobres de su convento.

Aparte del sobrenombre de Andrés Kimbisa se le conocía también con el de Caballero de color porque, cuentan, en una ocasión en que estaba de visita en la casa de un criollo de título nobiliario, otro de los visitantes le protestó al anfitrión por recibir a un mulato, a lo que éste contestó tranquilamente que ese mulato no era un mulato cualquiera, sino un caballero de color.

Se dice, por otra parte, que el gran taumaturgo habanero consultaba solamente usando un vaso de agua que solía remover con una varilla y que, antes de comenzar la sesión, exigía el rezo de tres Padre Nuestro, tres Ave María y tres Credo; no parece acá que sea gratuito el uso del número tres que aludiría, por un lado, al dios Elegguá de la regla de Ocha y, por el otro, a la Santísima Trinidad de los católicos.

La nueva regla fundada por Petit, la kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje, exige que el iniciado preste un juramento entremezclado de mandamientos cristianos y, el primero de todos, uno donde debe dar fe de creer en la existencia de un ser supremo; tal cual deben hacer los masones antes de iniciarse en logia. Así, el kimbisa jura ante el crucifijo no blasfemar ni maldecir, perdonar a su enemigo, atender a sus hermanos, y, sobre todo, no traicionar a la hermandad; eso de perdonar al enemigo es un principio puramente cristiano, pues en ninguno otro de los cultos advenidos del África existe nada parecido a perdonar al enemigo; luego entre mayomberos, ñáñigos y santeros no es usual el perdón, al menos no como norma y, por el contrario, suelen aplicar la máxima de clavo saca clavo, mayombe tira y mayombe contesta o mayombre no jura sentimientos; esta diferencia esencial aleja a los kimbisa del resto de los cultos africanos en la isla y los aproxima, sincreticamente, al cristianismo; digamos sólo que los aproxima, pues, no olvidemos que Andrés Petit, como buen conocedor del ocultismo, sabía muy bien que la gran paradoja de lo numinoso, o de la manifestación de lo numinoso, se da precisamente en el pacto entre la luz y la sombra, entre el bien y el mal; quizá por ello la leyenda cuenta que Petit es capaz de matar mediante el báculo poderoso, probablemente sin odio, al enemigo empecinado y de vender el secreto Abakuá a los blancos con el fin último de obtener la sobrevivencia de la temible hermandad; quiere decir, hace uso del supuesto mal para obtener un supuesto bien en el negociado de la existencia. Mismo proceder que al parecer siguió Judas al vender a Jesús. Mismo proceder que al parecer siguió Jesús al haber concertado previamente con su discípulo favorito el que este lo vendiera; para que se cumpliese el plan de Dios. No por gusto nuestro taumaturgo habanero cargaba con el nombre de Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit.

Es oportuno destacar la importancia del descubrimiento, por parte de C. Muzio, de las pruebas legales del nacimiento y muerte del taumaturgo pues la escritora y etnóloga Lydia Cabrera escribe en su obra La Sociedad Secreta Abakuá narrada por sus viejos adeptos, La Haba, 1959: “No hemos buscado su fe de bautismo. Ni su partida de defunción. Existieron otros dos, brujos como él, ya desparecidos, que se confunden con el verdadero y reverenciado Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit, (alias Andrés Kimbisa), famoso Isué de Bakokó Efor (...) Nos atenemos a repetir lo que el pueblo, y muchos viejos en particular, saben de él, mezclando ampliamente la realidad con la leyenda. Andrés Petit es un personaje de leyenda.

La posteridad ñañiga y kimbisa hoy lo contempla como un mago dotado de extraordinarios poderes, capaz de convertir el agua en vino –por lo menos en una ocasión tornó el agua en leche- y como nos dice Tankéwo, “de apagar y encender el sol cuando le daba la gana”.

Asegura por otro lado la leyenda sobre el taumaturgo que algunos ñáñigos, molestos contra Petit por permitir la entrada a los blancos en la hermandad, lo esperaron artillados con revólveres a su regreso de un viaje que hizo, según la leyenda, a Tierra Santa y al Vaticano, a visitar al Papa Pío Nono, quien supuestamente bendijo la rama de olivo con la que confeccionó su portentoso báculo, además de darle permiso para fundar la regla Kimbisa Santo Cristo del Buen Viaje, y que, desde la embarcación, Petit sólo tuvo que levantar el báculo para que los enfurecidos ecobios que lo aguardaban con muy malas intenciones quedaran paralizados como peleles, dando oportunidad para que el príncipe de potestades descendiera del barco despreocupadamente y sin problema alguno.

Y es que Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit (como Judas y como Jesús, como todas las grandes almas descendidas a este mundo con la aparente misión de tomar pulso a la humanidad doliente y moliente para, tras la muerte, muerto que pare al santo, regresar con el informe del estado de cosas del negociado terrenal a la patria celestial, reino del inconsciente; informe usado con objeto de alumbrar, hacer consciente al inconsciente; almas agentes, eficaces espías de Dios en definitiva) sabe o intuye, fiel de la balanza, acerca de la facilona falacia de proclamar, irresponsablemente, que nunca el fin justifica los medios; sabe, intuye el pardo, el espíritu dentro del pardo, que a veces el fin sí justifica los medios, que a veces el mal puede ser un simple soldado del bien, que a veces el bien puede ser un simple soldado del mal y, por lo mismo, se reconoce portador de la responsabilidad ética que se manifiesta, balancea tremebunda en la punta de su báculo portentoso; sea para matar o sea para salvar.

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