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Cuba, color de hormiga


"hasta en la naturaleza es funesto lo rojo; como en la hormiga roja de África, que tiene veneno". José Martí
"hasta en la naturaleza es funesto lo rojo; como en la hormiga roja de África, que tiene veneno". José Martí

El autor convoca a las hormigas de José Martí para construir su propio hormiguero.

José Martí tacha de irresponsable la suela del zapato que aplasta a una hormiga,* como si fuera deber de todo hombre o de todo zapato, lejos de mirar al frente al avanzar, fijar la vista en el suelo, cuidarse de no segar la vida de estos insectos.

Rectifico: hombre y zapato merecen justicia. José Martí atribuye a la propia suela autonomía suficiente para, haciendo caso omiso de aquéllos, atentar contra las hormigas, como si en vez de estar hecha de goma, la muy depredadora estuviera hecha de la piel de un reptil cuyos instintos conservara. Hay suelas que mascan chicle, para fastidio de quienes andan sobre ellas y honran las buenas costumbres, y suelas escatológicas, aficionadas a las inmundicias, y suelas morbosas, amigas de enterrarse clavos, y suelas que un día se abren el pecho y dejan al descubierto, como el útero al niño a punto de nacer, la cabeza de un metatarso. No debe culparse al calzado ni a su dueño por estas aberraciones.

Que a Martí le preocupaba la suerte de las hormigas está claro, lo evidencia uno de sus cuadernos de apuntes: La hormiga volvía a su hormiguero, con una semilla de presa, una semilla redonda y verde. Yo estaba sentado a través de su ruta. A corta distancia de mí, la hormiga se detuvo, vaciló, volvió atrás, torció a la derecha, y a la izquierda luego, se metió por debajo de la roca, para ir costeando. --Cuando mudé de asiento, olvidado ya de ella, la vi abalanzarse de debajo de la roca, y a paso vivo volver por la ruta a su hormiguero. Nótese la profusión de detalles: se diría que el autor, más que observar al insecto, le lee el pensamiento, o se desdobla en él, y que uno mismo, yendo tras ambos, se desdobla en ellos.

Nunca echaría en cara a las hormigas que le impidieran pasar una noche al amparo de una ceiba guatemalteca, envuelto en una colcha barata. Tampoco el árbol fue dechado de hospitalidad: porque las raíces, brutalmente quietas, hendían mis espaldas; porque las hormigas, cortesanas de la reina de las selvas, le andaban a la ceiba por los pies; y no obstante mis acomodaciones, mis sacudidas, mis concesiones de terreno, mis parlamentos angustiados, mi necesidad de reposar, bien poblados que fueron todo el tejido de la jerga y todos los misterios de la manta (…)

Hay que reparar en el acierto de la frase que describe las raíces: brutalmente quietas. Ninguna estaba dispuesta a moverse para acomodarlo; ninguna, a dejar vacante una porción de terreno donde él cupiera, ¡él, que las sabía capaces de comportarse como las extremidades más sensibles de un animal y hacerle un hueco entre todas! Tampoco las hormigas contemporizaron. Las muy descorteses hicieron oídos sordos a toda súplica, rechazaron toda negociación e invadieron lo que otra frase estupenda describe como todos los misterios de la manta.

No obstante aquel desencuentro, las hormigas servirán a Martí para precisar un hervidero de intuiciones. Ve hombres proclives a las extravagancias estirando las ideas naturales, tallando esculturas universales en una hormiga personal. Advierte que no es poeta el que echa una hormiga a andar con una pompa de jabón al lomo, y previene sobre la tendencia a poner globos de imágenes sobre hormigas de pensamiento.

De las jóvenes repúblicas de Hispanoamérica, minadas por la inestabilidad de sus gobiernos, anota: Esos pueblos tienen una cabeza de gigante y un corazón de héroes en un cuerpo de hormiga loca. De Matías Romero, diplomático mexicano: rumia pensamientos: huronea archivos: se sienta a platicar con labradores: quiebra toda yerba y rompe toda piedra. Haría un elefante amontonando hormigas.

El hombre anhelante y confundido le parece una hormiga que lleva en el vientre huevos de águila, y los vapores que bogan a la vista del Puente de Brooklyn, hormigas blancas que se tropiezan en el río, cruzan sus antenas, se comunican su mensaje y se separan. El hallazgo de una hormiga capaz de sembrar plantas, recoger los granos que éstas producen y guardarlos es de Charles Darwin, pero le permite demostrar, difundiéndolo, que no exagera quien atribuye a los animales una inteligencia igual a la del hombre.

No reúno citas por gusto ni con la esperanza de que su numerosidad engendre un paquidermo sino como las hormigas reúnen granos de arena, arcilla y hojas a la hora de construir su hormiguero. En los túneles y recámaras del martiano tan pronto aguarda Miguel García Granados, padre de María, tan curioso en cosas de ciencia, que había llegado a formar una teoría nueva, fundada en muchos hechos, sobre la inteligencia, dotes de administración y gobierno y lenguaje de las hormigas, como un personaje del Antiguo Testamento:

Salomón señaló a la hormiga como ejemplo de criaturas cuerdas e industriosas, y un observador hebreo de aquellos tiempos viejos afirma que Salomón tuvo razón, pues la hormiga es animal que fabrica sus casas en tres pisos y almacena sus provisiones, no en el piso más alto de la casa, donde estarían expuestas a las lluvias, ni en el piso bajo, donde podrían sufrir de la humedad, sino en el piso del medio, donde deposita todo lo que puede recoger. Ese mismo escritor se entretiene contando que la hormiga es, además, muy honrada, y nunca toma lo que pertenece a sus vecinos, cuya propiedad ayuda y respeta.

Entre los hebreos que estudiaron los hábitos de las hormigas, Martí destaca a Simón ben Shalafta, rabino del siglo 2 de nuestra era, amante de la naturaleza, y describe uno de sus experimentos: un día muy caluroso, puso una especie de toldo sobre un hormiguero. Salió una hormiga, que iba como de centinela avanzada; vio la cubierta, y se volvió a contar el caso a sus compañeras. Asomáronse todas enseguida, visiblemente contentas de la sombra que les daba el toldo, y de cuyo recinto no salían. Pero aquí viene lo que demuestra que la naturaleza humana no es distinta de la de los demás seres vivos, en todos los cuales, como en el hombre, se mezclan a los instintos más tiernos los más injustos y feroces: quitó Simón el toldo, para ver lo que las hormigas hacían, y éstas entraron en tan gran cólera, que creyéndose engañadas por la hormiga centinela, y que con un falso informe las había sacado a los rigores del Sol, cayeron sobre ella y la dejaron muerta.

El destino de la hormiga entusiasta hubiera sido el de Martí a manos de muchos de sus compatriotas una vez que el toldo de esperanzas puesto por él sobre ellos hubiera sido retirado por la Historia.


*Carta de Nueva York, La Opinión Nacional, Caracas, 12 de diciembre de 1881, Obras Completas, 1975, Vol. 9, p. 153

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    Orlando González Esteva

    Nació en Palma Soriano, Cuba. Reside en Estados Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines, Amigo enigma, Los ojos de Adán y Animal que escribe. El arca de José Martí. González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.

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