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La trasnacionalización del repudio


"Sean sus objetivos una bloguera disidente o un intelectual socialista, estos comportamientos tienen un trasfondo similar: el del linchamiento personal, moral y cívico". (foto EMOL)
"Sean sus objetivos una bloguera disidente o un intelectual socialista, estos comportamientos tienen un trasfondo similar: el del linchamiento personal, moral y cívico". (foto EMOL)

En el portal Havana Times el autor describe los abucheos contra Yoani Sánchez en Brasil como "manifestaciones de violencia pública promovidas por funcionarios de un estado en territorio extranjero".


“Las ideas no se matan…” dijo el teniente Sarría, digno oficial batistiano que salvó la vida de Fidel tras el asalto al Moncada. Ojalá recordaran eso quienes, por estos días, dentro y fuera de Cuba, desde las filas de “la revolución” o “el exilio intransigente” hacen de la intolerancia, el chisme y la envidia una profesión, ignorando -con sus agresiones y difamaciones- el derecho ajeno a ser y hacer.

Sean sus objetivos una bloguera disidente o un intelectual socialista, estos comportamientos tiene un trasfondo similar: el del linchamiento personal, moral y cívico. Y atesoran lo que parece ser una innovación perversa de la cultura política cubana: la transnacionalización del acto de repudio.

Aunque el tema me viene a la mente por diversos acontecimientos suscitados en estos días; en esta primera entrega me referiré a los vergonzosos abucheos organizados en Brasil ante la actual visita de Yoani Sánchez.

No hablo aquí de las posturas ideológicamente legítimas, razonablemente críticas y éticamente respetuosas que cuestionan el discurso y posicionamiento políticos de Sánchez. Me refiero a manifestaciones de violencia pública promovidas por funcionarios de un estado –con la connotación de ley y fuerza que esto supone- en territorio extranjero.

Manifestaciones que se diferencian, por su naturaleza, de las protestas espontáneas de ciudadanos que rechazan un político impopular o un empresario corrupto. Y, todavía más, de cualquier ejercicio de opinión claramente personal y autónomo, compartido con transparencia en un foro público.

El estado cubano tiene un largo antecedente de utilización de estos recursos contra sus críticos, dentro y fuera de la isla. En frontera, todo el peso de las leyes e instituciones se complementa con el acoso de turbas movilizadas ex profeso.

En el extranjero, cuenta con la colaboración entusiasta de algunos turistas revolucionarios –convenientemente gratificados con recepciones diplomáticas y paseos a la Isla de la Libertad- y el concurso experimentado viejos estalinistas.

Pero, lo que es más perverso, con la manipulación de la fé de numerosos militantes de base –en especial jóvenes- , gente honesta que cree que Cuba es una alternativa de izquierda para los obscenos e injustificables problemas del capitalismo real.

La historia reciente es pródiga en incidentes como los de la Feria del libro de Guadalajara (2002) o las confrontaciones durante los actos por la muerte de Orlando Zapata (2010). Ahora no es ocioso suponer que se prepararon con tiempo –embajadas mediante- a los llamados Grupos de Solidaridad antes de autorizar la salida de críticos como Sánchez.

De forma tal que en la Habana pueden quitarse la mala imagen de impedirles viajar, sin dejar de vigilar y castigar sus presentaciones públicas, presentando los actos de repudio como “manifestaciones antimperialistas de hermanos latinoamericanos”.

Por suerte entre la ingenuidad y el mercenarismo existen posiciones congruentes. Aún recuerdo la expresión avergonzada de una vieja militante del PRD mexicano cuando, en un debate en Xalapa, uno de sus compañeros acusaba a Zapata como un mercenario y su muerte un producto de “la manipulación imperialista”.

No, le señaló a su compañero, nosotros hemos luchado mucho por la democracia y la justicia en este país, y no podemos tolerar la represión a los derechos humanos, en ninguna parte del mundo.

En estos tiempos convulsos que vivimos, más de un intelectual indignado ha hecho llamados por el rescate del nexo entre la política y la ética como solución a los conflictos que estremecen nuestras naciones.

Cuba no es una excepción. Y en esa cuerda, el rechazo al acto de repudio, en sus versiones reales y virtuales, domésticas o trasnacionalizadas, estalinistas o facistoides, resulta una condición sine qua non para salir del lodo que cubre nuestros pasos y comenzar a comportarnos, verdaderamente, como seres humanos.

(Este artículo apareció el 21 de febrero en el portal Havana Times)
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