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Cómo se elige en noviembre


Fotografía de archivo del Congreso de Estados Unidos.
Fotografía de archivo del Congreso de Estados Unidos.

El Congreso y su misión

Junto a la elección presidencial, la del Congreso es la que más atención retiene dentro de Estados Unidos y esta importancia está más que justificada.

A pesar de la imagen del presidente norteamericano como "el hombre más poderoso del mundo", su poder está seriamente limitado por el Congreso, que lleva las riendas del proceso legislativo y del gasto público sin el cual el gobierno no puede funcionar.

Corresponde al Congreso redactar y emitir leyes que la rama ejecutiva, dirigida por el presidente, está obligada a cumplir y a vigilar su cumplimiento, aunque este poder de legislar no es absoluto porque las leyes tan solo entran en vigor después de la firma del presidente que las puede vetar, si bien tampoco set prerrogativa presidencial es absoluta, pues el Congreso puede a su vez anular el veto del presidente con una mayoría de dos tercios.

En estas circunstancias, los resultados de las elecciones al Congreso potencian o limitan el voto por uno u otro candidato presidencial: si los legisladores son del mismo partido del presidente, la rama ejecutiva y la legislativa pueden ejercer el poder con pocas limitaciones, pero es mucho más frecuente que el poder se reparta entre ambos partidos en lo que se conoce como "gobierno dividido".

A todo esto se añade un nivel adicional, pues el Congreso está formado por dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes y suma en total 535 miembros: 435 en la Cámara y 100 senadores.

Se llega a esta cifra de la siguiente forma: cada uno de los 50 estados tiene dos senadores, mientras que el número de representantes lo determina el número de habitantes de cada estado, de forma que California, Texas y Nueva York, los más poblados del país, son los que tienen mayor representación en el Congreso: California envía 53, Texas 32 y Nueva York 29, si bien estas cifras pueden cambiar cada diez años en virtud del censo. Así ocurrió con Nueva York, que perdió el primer puesto en población ante California y pasó a tercero con el crecimiento de Texas.

Algunos estados, como Alaska, Delaware, Dakota del Norte y del Sur, Vermont y Wyoming, tienen tan poca población, que tan solo cuentan con un representante, de forma que tienen mayor presidencia en el Senado que en la Cámara.

Las elecciones a las dos cámaras del Congreso tienen un ritmo distinto: los senadores son elegidos para un mandato de seis años, mientras que los congresistas tan solo para dos. Es algo que tiene consecuencias en su gestión, pues los representantes empiezan a trabajar en su reelección inmediatamente de entrar en funciones, mientras que los senadores disponen de mucho más tiempo antes de preocuparse por mantener su escaño.

En el conjunto del sistema electoral, esto significa que cada dos años hay elecciones a la Cámara y coinciden una vez sí y otra no con las presidenciales, que son cada cuatro años. Es frecuente que el presidente elegido arrastre con él un número de escaños de su partido, por lo que en general beneficia a sus correligionarios, mientras que la elección siguiente, conocida como "de medio plazo" pues se celebra a la mitad del mandato presidencial, el partido de la Casa Blanca acostumbra a perder votos a causa del habitual desgaste de poder.

Es algo que le ocurrió, por ejemplo, al último presidente demócrata Bill Clinton, quien fue elegido en 1992 junto con un congreso totalmente demócrata, pero en 1994 perdió la mayoría en las dos cámaras, lo que le obligó a modificar su política para convivir con el partido de la oposición sin que ello minara su eficiencia ni su popularidad: Clinton fue reelegido en 1996 y gozaba de gran apoyo cuando abandonó la Casa Blanca cuatro años más tarde, gracias a la bonanza económica de que disfrutaba el país.

Igualmente el segundo presidente Bush gozó de mayorías de su partido republicano al ganar las elecciones del año 2000, pero perdió ambas mayorías seis años más tarde y ambas cámaras siguieron bajo control demócrata cuando fue elegido el presidente Barack Obama dos años más tarde.

Pero, al igual que Clinton en su tercer año de gobierno, Obama vio como su partido demócrata perdía la mayoría en la Cámara de Representantes, pero en cambio pudo conservar el apoyo demócrata en el Senado.

Un gobierno monocolor, en que tanto la Casa Blanca como las dos cámaras están controladas por el mismo partido, es poco frecuente en la vida política norteamericana y en muchas ocasiones presenta más problemas que ventajas para el presidente.

Ello se debe a que, en teoría, puede conseguir las leyes que él desea y frecuentemente se ve presionado por la base más radical de su partido, ya sea la izquierda del partido demócrata o la ultraderecha republicana. Si cede a estos deseos, su política es impopular para el resto del país y, si se resiste, tiene problemas con la base de su partido.

En el caso de Clinton, por ejemplo, muchos creen que su éxito se debió precisamente a tener un Congreso de oposición, pues esto le permitió hacer una política de centro, más popular con la mayoría de la población.

En cuanto al próximo mes de noviembre, los republicanos parecen tener garantizada su continuación en la Cámara, pues las encuestas proyectan que mantendrán por lo menos 229 escaños -11 más de los necesarios para la mayoría. Probablemente les será muy difícil recuperar el Senado: si bien los demócratas no tienen garantizada la mayoría, tan solo les faltan 2 votos para obtenerla, pues tienen asegurados 49 escaños, mientras que los republicanos tan solo cuentan con 43 y, para obtener la mayoría, habrían de ganar 8 de los 9 escaños en disputa.

En estas circunstancias, cualquiera que gane la Casa Blanca tendrá que gobernar con un Congreso dividido, por lo que las promesas que hoy hace el presidente Obama o el candidato republicano Mitt Romney tal vez no se podrán cumplir y dependerán de los acuerdos que el presidente consiga negociar con los legisladores.

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