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Lecturas para holgazanes


Imagen de un papagayo gris africano
Imagen de un papagayo gris africano

El autor atiende la necesidad de algunos lectores de eludir todo texto que exija algún esfuerzo mental

1

Tiende a descalificarse por insignificante cualquier cosa que no acuse un valor obvio, y luego resulta que lo insignificante alcanza categoría de muy significativo.

La huella más antigua de un ser vivo que se conserva no es la de un dinosaurio sino la de una babosa que deambuló hace 585 millones de años por los alrededores de Cerro Largo, al noroeste de Montevideo. El animal medía un centímetro de longitud y se arrastraba penosamente sobre el lodo, donde dejó impreso su rastro.

¿De cuántos hombres públicos cubanos quedará una huella dentro de 585 millones de años? ¿Cuántos valen más que esta babosa?

2

Un grupo de científicos alemanes que estudia las llamadas “hormigas del desierto” ha descubierto que estos insectos utilizan la luz solar para orientarse y que son capaces de contar sus pasos, cuando deambulan por la arena en busca de alimento, para regresar a salvo a su hormiguero.

Cuba, tan extraviada en el mapa de su realidad, debería pedir lecciones a las hormigas.
3

Una investigación publicada por la Universidad de Viena y el Instituto científico “Konrad Lorenz” ha revelado que “los papagayos grises piensan de forma lógica, muy similar a como piensan algunos primates. Un experimento filmado muestra a una especialista sacudiendo dos vasos de plástico ante una de estas aves: un vaso con una nuez dentro y el otro vaso vacío (la opacidad de las paredes de ambos impide ver su interior). El papagayo entiende que la nuez está escondida en el vaso que suena. Luego, la estudiosa agita sólo el vaso que no contiene nada y lo deposita junto al otro: el animal recuerda en cuál está la nuez.”
Parece una tontería: no lo es. Los seres humanos vivimos rodeados de vasos y raramente adivinamos dónde está lo que buscamos, aunque suene.

4

Hay gente capaz de oírlo todo; capaz incluso de reconocer en el sonido que producen los objetos al caer, una nota musical específica, y de reconocerla sin más referencia que su memoria auditiva. La facultad tiene nombre: oído absoluto.

Entre los principales compositores y pianistas cubanos de mediados del siglo XX los hubo que, al coincidir en algún restaurante habanero, se divertían precisando qué nota había producido un tenedor al golpear el suelo.

Un cable donde se describe una tortuga marina cuyo oído subacuático es de una sensibilidad asombrosa, me ha recordado a esos músicos. Los zoólogos responsables del hallazgo son miembros de un equipo organizado por la Universidad del Sur en Dinamarca y la Universidad de Maryland en Estados Unidos. El oído de la tortuga los ha llevado a sospechar que el animal conversa con otros miembros de su especie aunque éstos, distantes, se encuentren como ella en el fondo del océano.

Si la caída de agua en el oído no fuera un hecho tan incómodo, yo metería la cabeza debajo de las olas y permanecería largos ratos sumergido para oír qué dicen las tortugas. El destino penoso de algunas islas, cuya lentitud para avanzar a mejor paso por la arena de la Historia abruma, podría ser responsabilidad de ellas.
5

Entre las escenas más hermosas del cine musical norteamericano de principios de los años cuarenta se encuentra una de la película “Siempre en mi corazón” donde un grupo de músicos que toca la armónica deambula por las calles de una ciudad californiana interpretando, alegremente, la canción de Ernesto Lecuona y despertando la curiosidad de una multitud de vecinos que los sigue encantada, como los niños al flautista de Hamelín, como el pueblo cubano al caudillo que lo atraería a la cueva donde permanece encerrado y donde algunos, rememorando los ideales que dieron sentido a su joven nación, se dan a sí mismos por desaparecidos.

La elefanta “Shanti” toca la armónica
La elefanta “Shanti” toca la armónica
La escena hubiera sido mucho más memorable si los instrumentistas no hubieran sido seres humanos sino animales. Una nota difundida por la prensa internacional elogia a una elefanta llamada Shanti, residente en el Zoológico Nacional Smithsoniano, que ama la armónica, ataca las notas con cierto orden, inhala para producir un sonido diferente, y pasa al otro extremo del instrumento para explorar nuevos registros.

Si Shanti hubiera sido cubana, ningún músico especializado en instrumentos de viento hubiera hecho carrera en la isla. Ninguno: llámese Paquito D´Rivera, Arturo Sandoval, Richard Egües, José Antonio Fajardo, Antonio Arcaño, el burro de la fábula o Pan, cuya libido desenfrenada --prueba de que es uno de nosotros, aunque buscara asilo en Grecia-- sólo es comparable a nuestra torpeza en el orden político.

Escuche la versión cinematográfica de "Siempre en mi corazón" descrita por González Esteva


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    Orlando González Esteva

    Nació en Palma Soriano, Cuba. Reside en Estados Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines, Amigo enigma, Los ojos de Adán y Animal que escribe. El arca de José Martí. González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.

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