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Los Chomón: vapuleados y hambrientos


En esta foto de archivo, Raúl Castro (d), conversa con el comandante Faure Chomón.
En esta foto de archivo, Raúl Castro (d), conversa con el comandante Faure Chomón.

La historia de un hombre es, en cierto modo, la de aquellos que le rodean. Por eso este escrito de hoy no trata de un deteriorado anciano, que intentó afanosamente de encontrar la luz de los reflectores.

Faure Chomón Mediavilla, dirigente estudiantil convertido en figura cardinal del Directorio Revolucionario, el grupo que el 13 de marzo de 1957, junto a Carlos Gutiérrez Menoyo, organizó y ejecutó el archiconocido ataque al Palacio Presidencial.

Dicha acción debió recibir la ayuda de una centena de hombres con la tarea de ocupar los edificios aledaños; el Hotel Sevilla, el Palacio de Bellas Artes y otros. Pero el refuerzo no llegó, el tirano se escapó, y en muchísimos libros de historia hoy podemos encontrar varios datos de este suceso que terminó con un gran velo de sangre, luto y desconsuelo.

En 1958, Faure fue uno de los hombres que el Directorio Revolucionario estableció en el Escambray, allí coordinó operaciones con las columnas del Movimiento 26 de julio, que como parte de la invasión arribaron a la zona, al mando del Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Triunfó la Revolución, y el ya Comandante Chomón, un hombre gris y sin atractivos, a quien mantenían relegado en ocupaciones distantes, es designado como “el primer embajador” de La Habana en Moscú. Creerse que tal nombramiento era un cargo muy importante, fue el error cometido, pero no pudo hacer más que aprender a disfrutarlo y, vivir por siempre con la cabeza baja y como una Juana de Arco resuelta a coexistir en las redes de un oscuro proxeneta, Faure recorrió el planeta con cargos de embajador. Vietnam, Alemania….en fin; vivir del líder, sin morir por él.

La historia de un hombre es, en cierto modo, la de aquellos que le rodean. Por eso este escrito de hoy no trata de un deteriorado anciano, que intentó afanosamente de encontrar la luz de los reflectores; tampoco de su esposa, Mabel Sampedro ni de su hija Suyín; sino de Rubén Chomón, el hijo de este ex dirigente que, procurando poner en vigor su heredada condición genética de ser clase dominante, se dice dispuesto a cambiar sin aceptar que todo comienzo propone un final.

Hablo de un individuo especial que en estado de sobriedad es un hombre conversador cubierto por un aire de tristeza y con afición por lo caro. Come bien, cocina mejor, y su sentido de amistad es turbio y moldeable. Acostumbrado a lidiar con relaciones de las que por regla general sale lastimado, rabioso o avergonzado; para él la lealtad no se extiende más de una hora.

Alto, corpulento, y de rasgos duros, al ingerir tres sorbos de alcohol es en extremo agresivo, sumamente creativo y pródigo en incoherencias. El Bebo, o el hombre lobo, como también le llaman, opta por alimentar el mito revolucionario y defiende esa virilidad a ritmo de patadas y puñetazos.

Paranoico, con necesidad de atención especializada, que pone código a los códigos; camina con pasos seguros mirando a los lados como quien huye de alguien sin tener claro de quién. Le excita en exceso el misterio y le apasiona la intriga. Adora sentirse rodeado por acompañantes de ocasión, y por compradores envueltos en un mercado de ilusión donde no haya diferencia entre crimen estatal y acto de supervivencia.

Tanto Rubén, como su padre Faure, aun conociendo la distancia generacional que los separa y todas las diferencias que esto conlleva, son dos especímenes del grupo denominado; vivir vapuleado por las circunstancias y hambrientos de sinceridad.
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    Juan Juan Almeida

    Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica “Memorias de un guerrillero desconocido cubano”, novela testimonio donde satiriza  la decadencia de la élite del poder en Cuba.

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