La Internet por el mismo camino que la antena

Como ocurrió con el uso del dólar, los negocios privados, la compraventa de casa y automóviles, la televisión satelital y tantos otros frutos prohibidos, en este caso los cubanos tampoco se han sentado a esperar.

En una de las pocas noticias publicadas en los últimos meses en Cuba sobre el cable de fibra óptica tendido desde Venezuela, que debía multiplicar la capacidad de proveer Internet en la isla, el viceministro de Informática y Comunicaciones Boris Moreno, aseguraba a Cubadebate que el cable comenzaría a funcionar "en los próximos meses", pero advertía que "la conectividad de los cubanos desde sus casas se ofrecerá en la medida en que las condiciones económicas lo permitan". Esto, traducido del metalenguaje oficial y con acuerdo a la tradición significa algo así como "cuando la rana críe pelo".

Como ocurrió con el uso del dólar, los negocios privados, la compraventa de casa y automóviles, la televisión satelital y tantos otros frutos prohibidos, en este caso los cubanos tampoco se han sentado a esperar a que el gobierno autorice la Internet en casa, o por lo menos baje los prohibitivos precios de la conexión en sus cibercafés.

Claro que eso implica aventurarse en la ilegalidad, pero como bien se sabe, una de las reglas para vivir en un sistema totalitario es entender que no todo lo que es legal es justo, ni todo lo ilegal, injusto.

La periodista independiente Ainí Martín Valero reportó en julio pasado en el Semanario Primavera Digital el caso de dos jovencitos que fueron detenidos por tratar de conectarse con su laptop a la señal wi-fi del Hotel Panamericano, en el municipio Habana del Este.

Ese fue, sin embargo, el día de mala suerte de los dos adolescentes, porque Yordis, el dueño de la laptop, llevaba varios meses surfeando por esa vía en la web en busca, según su propia confesión, de películas música y videos que no ofrece la televisión cubana.

Yordis no fue llevado a juicio por ser menor de edad, pero a sus padres les impusieron una multa de $1,500 pesos o casi cuatro salarios medios, ya que las autoridades consideran esa actividad una forma de piratería, y la juzgan como un delito "contra la integridad física del Estado".

En realidad las autoridades han apretado las tuercas incluso a las pocas conexiones "legales" a Internet que permiten.

Desde su ultramarina Regla, Ainí me cuenta que ha hablado con trabajadores de Travel Center, un edificio de oficinas de empresas mixtas situado en Miramar, donde los empleados aprovechaban su acceso a la web para escribirse con familiares y amigos, entrar a sitios de interés y otros usos personales. Ahora, alegando medidas de seguridad, sólo les permiten la entrada a la red de redes al director, el administrador y otras personas consideradas muy confiables.

Pero el cubano, mientras más le presionan más inventa. Leí hace unos días en Cubanet una crónica titulada "Internet ya viene llegando" y firmada en La Habana por Ilei de Jesús.

Pensé por el título que se refería al cable de fibra óptica: considerando su falta de liquidez crónica, el negocio de autorizar siquiera limitadamente las suscripciones de los cubanos al servicio de Internet podría resultarle al gobierno mucho más lucrativo que el de los teléfonos celulares.

Pero me equivocaba. Olvidé una segunda regla de la vida bajo el totalitarismo: Para que el gobierno revierta una prohibición, primero tiene que haber una masa crítica de personas quebrantándola y sacando de ello, unos, beneficios; y los otros, pingües ganancias.

La crónica de Ilei en Cubanet marca la aparición en la isla del negocio clandestino de los cibercafés. El autor se enteró al escuchar por casualidad a unos jóvenes hablando de materiales que habían bajado de la internet. A la pregunta de dónde se había conectado, uno de ellos respondió: "El Colorao montó un cibercafecito en su casa, a 1 dólar la hora. Es nada más que para gente de confianza".

Como decía Ainí en su crónica sobre los jóvenes piratas, existe un ansia de información independiente entre los cubanos. Y claro, no falta el criollo emprendedor capaz de identificar esa demanda y disponerse a satisfacerla, y a sacarle partido.

La reportera de Primavera Digital me confirmó que el cibercafé del cual oyó hablar Ilei no es una rareza en La Habana, sino que los hay en por lo menos cinco municipios de la capital, y que uno de sus incentivos es el bajo precio de la conexión.

Me explicó que, por ejemplo, una tarjeta de conexión por una hora en el Habana Libre y otros hoteles de la capital cuesta diez dólares, mientras que el acceso a través de los cibercafés clandestinos cuesta uno o dos dólares por hora.

A pesar de que cobra mucho más barato, para el operador del cibercafé privado este ingreso representa una rápida recuperación de su inversión -necesita montar el negocio y luego pagar una vez al mes unos 30 CUC a quien le provee la conexión clandestina-y todo lo demás -lo que le abonan entre 3 y 5 usuarios al día- le queda como ganancia.

Desde el punto de vista del usuario la diferencia de precio multiplica las oportunidades de conectarse a la web: en lugar de una hora en un cibercafé estatal, puede surfear cinco o diez horas en uno privado, gastando lo mismo.

La única desventaja es que los operadores de los cibercafés clandestinos son extremadamente selectivos para escoger sus usuarios, y es comprensible: si a dos muchachitos aventureros que sólo querían bajar unas películas y un poco de música los tildaron de piratas e hicieron que sus padres pagaran una elevada multa ¿qué no les harán a quienes les están estropeando el negocio de trasquilar a mansalva a decenas de miles de cubanos que ya han probado "las mieles" de la Internet?

Pero a pesar de los altos riesgos, tal como ocurrió con "la antena", los cibercafés clandestinos podrían haber llegado a Cuba para quedarse. Como dice Ilei de Jesús en Cubanet: "Hoy las redadas contra las antenas satelitales son el pan nuestro de cada día, pero si observamos, veremos que hoy las quitan por acá y mañana aparecen otras por allá. Cuando desarticulan una red aquí, al día siguiente surge una nueva en otro lado. Esto no hay quien lo detenga, nadie puede contra el ansia de los cubanos por lograr información y entretenimiento, por ver y saber lo prohibido".