El desplante de Fidel Castro a famosa periodista italiana

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Fotografía de archivo del 5 de julio de 1963 de la periodista y escritora italiana Oriana Fallaci.

La editorial Rizzoli acaba de publicar la correspondencia de la periodista italiana Oriana Fallaci (1929-2006), un compendio de 120 cartas, cruzadas con sus amigos, amantes y estadistas, entre las que se incluyen las dos enviadas al dictador cubano Fidel Castro.

Según una reseña publicada hoy por el diario español El Mundo, en el libro La paura è un peccato (El miedo es un pecado, en italiano), pueden leerse las misivas a Castro (una para solicitarle una entrevista y otra totalmente molesta por la imposibilidad de hacerle preguntas a Castro).

La portada de "La paura è un peccato".

"No soy socialista. Lo he sido. Si usted realmente hubiera leído mis artículos y mi último libro, conocería mi desconfianza en los dogmas, y mi poca esperanza en que ni tan siquiera el socialismo pueda cambiar a los hombres", se dirige Fallaci al esquivo sujeto.

La misiva de respuesta al comandante comunista está fechada en octubre de 1983 y se dirige a sí a FC: “Nadie me había dicho que para entrevistar a Fidel Castro había que ser socialista, y creer que los países socialistas son el paraíso terrenal", lo que demuestra que la Fallaci no se las aguantaba a cualquiera.

La carta en Español

Carta de la periodista italiana Oriana Fallaci a Fidel Castro

Traducida por Claudia M. Espinosa

New York, 1ro de octubre 1983

Señor Presidente,

El miércoles 28 de septiembre su embajador a la Unesco, el doctor Alfredo Guevara-enviado por usted especialmente de Paris a Nueva York para entregarme su mensaje- me ha comunicado que la entrevista fijada para el mes de noviembre había sido cancelada. El motivo de esta decisión es increíble: «Dile a Oriana que he recibido por parte de una fuente de comprobada lealtad la información que, no muy lejos de Cuba, se expresó de manera irreverente a mi persona y que ha difundido declaraciones que denotan prejuicios acerca de la revolución y del socialismo». «En la Habana cinco testigos» agregó Guevara «pueden confirmar que el mismo “delito” fue cometido también en el territorio nacional.»

Este mensaje es un insulto a mi inteligencia y a mi dignidad. Su gesto es una traición, y más, una falta de respeto hacia mi persona que nunca le ha faltado consideración y a quien usted debe-y no solo por esta razón- mucho respeto.

Sin embargo, ya que soy una señora educada, voy a tratar de controlar la indignación que se apodera de mí. Y le responderé.

1) No se cuál es, ni mucho menos me interesa, el nivel intelectual y cultural de los informantes de «comprobada lealtad» que me han puesto en mi nombre tan ridículas acusaciones dentro y fuera del territorio cubano. Además que con Alfredo Guevara, Gabriel García Márquez y su círculo de amigos – personas inteligentes que nunca me hubiesen atribuido un comportamiento tan estúpido- en Cuba he tenido contacto solo con el embajador italiano y con esos que se encargaron de mis necesidades en los últimos días. En el aeropuerto se me unió un periodista argentino que tenía como tarea asistirme en caso de cualquier eventualidad.

2) El embajador italiano es un idiota que no sabe lo que dice, al igual que su terrible esposa y su inepto personal. Todos ellos que se ocuparon de mí en esos últimos días fueron extremadamente serviciales y sonrientes, pero – lo siento por usted – no parecían tener ni idea de quién era Oriana Fallaci, ni poder comprender sus ideas y mucho menos entender su idioma. Decían hablar inglés e italiano, pero me di cuenta que entendían muy poco de lo que decía y que de lo poco que entendían, perdían frecuentemente el hilo de la conversación… Y cuando se trata del periodista argentino, el italiano al igual que los otros lo hablaba muy mal. Y como si esto no fuese suficiente, malamente disimulaba una irritación hacia mí por lo que declaré en Buenos Aires acerca de los periodistas de su país. Me abstuve cuidadosamente de proporcionarle alguna oportunidad que pudiese ser utilizada para construir una inútil y mal ideada calumnia en mi contra.

No nací ayer. Sé bien que el escolta que me acompañaba ya sea alrededor de la ciudad o en el aeropuerto le reportaría cada uno de mis pasos, desde el nombre del perfume que uso al número de cigarros fumados. Aunque si no hubiese establecido con usted el acuerdo que pensaba haber establecido, no hubiese sido tan imbécil de cometer un error tan grotesco e infantil como ese que usted me atribuye.

3) Una vez fuera de Cuba mantuve el silencio acerca de su persona y el secreto de nuestro proyecto, tanto que ni los más sofisticados micrófonos de la CIA unidos con esos del KGB hubiesen podido captar mi voz. He roto el silencio solo con tres personas: a) William Broyles Jr., director de «Newsweek», quien sería el primero en publicar mi entrevista con usted y quien quedó estupefacto al escuchar el entusiasmo con que describía nuestro futuro encuentro; b) nuestro ministro del interior, Giulio Andreotti, quien me había ayudado a renovar la solicitud para entrevistarlo; c) mi padre quien tiene ochenta años y que vive en las colinas de la Toscana junto a sus perros, sus gatos, sus gallinas y sus abejas. Excluyo la posibilidad de que William Broyles, Giulio Andreotti, mi padre, sus perros, gatos, gallinas o abejas puedan haber dicho lo que sus informantes de «comprobada lealtad» le han reportado.

En referencia a los «irreverentes juicios y prejuicios» de los que he sido acusada, esto es todo. Y no acepto ser llevada a juicio por chismes de la calle. Es más, no acepto ser llevada a juicio por nada ni por nadie.

4) No soy socialista. Lo era. Si usted en realidad hubiese leído mis artículos y mi último libro, conocería mi desconfianza hacia los dogmas de salvación, al igual que de mi descorazonada conclusión que ni el socialismo es capaz de cambiar a los hombres. (Y esto sí es un tema que me hubiese gustado discutir con usted, en vez de preguntarle – como lo ha hecho la televisión americana – «Quien duerme en su cama».)

Pero nadie me había dicho que para entrevistar a Fidel Castro era necesario ser socialista y creer que los países socialistas son el paraíso terrenal. Los periodistas norteamericanos que usted recibe sin tiempo de espera de 7 años, sin ofenderlos con acusaciones mal enmarcadas, que no son más que pretextos muy bien calculados, sin protestar cuando reducen cuatro horas de entrevista a una pequeña página de extrapolaciones arbitrarias o quince minutos de superficialidad televisiva, no son socialistas. No van a Cuba para decir que el socialismo es el paraíso terrenal y que es capaz de cambiar a los hombres. Es más, son los peores reaccionarios que conozco.

Nadie puede decir lo mismo de mí. Sus informantes «de comprobada lealtad» hubiesen hecho mejor tarea tomando en cuenta la historia de mi vida; el afecto, la admiración y la credibilidad de la que gozo y que me rodea en todas partes del mundo; y lo que hago y continúo haciendo a favor de la libertad, a costo de mi tranquilidad y de mi seguridad personal.

5) Obviamente no creo que la razón por la cual usted haya retractado su palabra sea el motivo que me fue comunicado por parte de Alfredo Guevara. Si lo creyese, para empezar estuviese insultando mi inteligencia. Y añado: puede ser que se haya tramado una conspiración en mi contra, pero dudo que usted sea el tipo de persona y el tipo de gobernante que se deje manipular por la mala fe de sus subordinados.

La verdad es que usted ha retractado su palabra; me ha traicionado porque se arrepintió. Y se arrepintió porque tuvo miedo de hablar conmigo de Fidel Castro y de los temas por los cuales lo consideraba un interlocutor ideal. (Y yo al igual era para usted la interlocutora ideal) En lugar de esto, usted ha previsto el riesgo que ciertos líderes ven en mí: la mujer incómoda, de pensamiento independiente, la escritora a quien no le impresiona el poder y que lo enfrenta sin miedo y sin timidez para permitir que su trabajo quede grabado en la historia. ¡Qué pena! Lo consideraba más audaz, más feroz. No hay nada que admire más que la valentía y cultivo siempre gran respeto por aquellos que no tienen miedo de lidiar conmigo.

6) Dos representantes del poder me han dado la espalda en este día: Augusto Pinochet y Fidel Castro. Pinochet ha cambiado de opinión, acusándome de ser una subversiva que vagaba por los entornos de Santiago sublevando al pueblo en contra del régimen. No fue exactamente de esa manera, pero los temores del chileno eran justificables… Puedo entender a Pinochet. No puedo decir lo mismo de Fidel Castro. No me halaga saber que le ha tenido miedo a Oriana Fallaci. Al contrario, me decepciona como hombre y como político. Y más como hombre que como político. Creía haber conocido a un hombre que no solo era jefe de estado o político. Pero ahora entiendo que conocí solo a uno de tantos jefes de estado. Y más, he conocido a un político que se ha atrevido a burlarse de mí. Escribiré todo en el próximo libro, explicando la razón por la que no aparece la entrevista con Castro. Y este triste capítulo será la amarga conclusión de mis estudios acerca del poder.

Se dará cuenta que el miércoles 28 de septiembre cometió un grave error: no solo se deshizo de una entrevista de primera calidad y de relieve histórico. No solo ha indignado a una persona que hubiese sido mucho más sabio no ofender e insultar. Como una piedra que cae pesadamente en un cuarto de cristal y que rompe todo lo que es precioso, usted ha destruido algo de mucho más valor.

Y por esta razón, no lo absolveré.

Oriana Fallaci.

La carta en Italiano

New York, 1° ottobre 1983

Signor Presidente,
mercoledì 28 settembre il Suo Ambasciatore all’Unesco, dottor Alfredo Guevara – da Lei inviato appositamente da Parigi a New York per recapitarmi il Suo messaggio – mi ha comunicato che l’intervista fissata per il mese di novembre era stata cancellata. Il motivo di questa decisione ha dell’incredibile: «Di’ a Oriana che ho ricevuto da una fonte di comprovata fedeltà l’informazione che, non appena lontana da Cuba, si è espressa in maniera irriverente nei miei confronti e che ha rilasciato dichiarazioni che denotano pregiudizi sulla rivoluzione e sul socialismo». «All’Avana cinque testimoni» ha aggiunto Guevara «potranno confermare che lo stesso “delitto” è stato commesso anche su territorio nazionale.»
Questo messaggio è un insulto alla mia intelligenza e alla mia dignità. Il Suo gesto è un tradimento, nonché una mancanza di rispetto alla mia persona che non Le ha mai mancato di riguardo e a cui Lei invece deve – e non solo per questo motivo – molto rispetto.
Tuttavia, poiché sono una signora educata, cercherò di controllare lo sdegno che mi assale. E le risponderò.
1) Non conosco, e non mi interessa nemmeno, il livello intellettuale e culturale degli informatori di «comprovata fedeltà» che mi avrebbero rivolto tali ridicole accuse dentro e fuori il territorio cubano. Oltre ad Alfredo Guevara, a Gabriel García Márquez e al loro gruppo di amici – persone intelligenti che mai mi avrebbero attribuito un comportamento tanto stupido – a Cuba ho avuto contatti solo con l’Ambasciatore italiano e con coloro che si sono fatti carico delle mie necessità negli ultimi giorni. Inoltre, in aeroporto mi è stato affiancato un giornalista argentino con il compito di assistermi in ogni evenienza.
2) L’Ambasciatore italiano è un idiota che non sa quel che dice, come la sua terribile moglie e i suoi inetti collaboratori. Coloro che si sono occupati di me in quegli ultimi giorni erano estremamente disponibili e sorridenti, ma – mi dispiace per Lei – non mi sono sembrati capaci né di fornire un resoconto su Oriana Fallaci, né di comprendere le sue idee e tanto meno di capire la sua lingua. Per esempio, dicevano di conoscere l’italiano e l’inglese, ma mi rendevo perfettamente conto che comprendevano molto poco di quel che dicevo e che perdevano frequentemente il filo di quel poco che coglievano… Inoltre, per quanto riguarda il giornalista argentino, il suo italiano non era certo migliore. E come se questo non bastasse, dissimulava malamente una fastidiosa irritazione che provava nei miei confronti per ciò che avevo dichiarato a Buenos Aires sui giornalisti del suo Paese. Mi sono ben guardata dal fornirgli alcuna opportunità che potesse essere utilizzata per costruire un’inutile e mal congegnata calunnia contro di me.
Non sono nata ieri. Sapevo bene che la simpatica scorta che mi accompagnava sia in città sia in aeroporto, Le avrebbe riportato qualunque mio gesto, dal nome del profumo che uso al numero di sigarette fumate. Anche se non avessi stabilito con Lei l’intesa che credevo di aver stretto, non sarei stata così imbecille da commettere un errore tanto grottesco e infantile come quello che Lei mi attribuisce.
3) Una volta fuori da Cuba, ho mantenuto il silenzio sulla Sua persona e il segreto sul nostro progetto, tanto che nemmeno i più sofisticati microfoni della Cia uniti a quelli del Kgb avrebbero potuto cogliere la mia voce. Ho rotto il silenzio solo con tre persone: a) William Broyles Jr., direttore di «Newsweek», che sarebbe stato il primo a pubblicare la mia intervista con Lei e che rimase quasi sbigottito dall’ascoltare l’entusiasmo con cui io descrissi il nostro futuro incontro; b) il nostro ministro degli Affari Esteri, Giulio Andreotti, che mi aveva aiutato a rinnovare la richiesta di intervistarla; c) mio padre che ha ottant’anni e che vive sulle colline toscane insieme ai suoi cani, i suoi gatti, le sue galline e le sue api. Escludo che William Broyles, Giulio Andreotti, mio padre, i suoi cani, gatti, galline e api possano aver riferito ciò che i suoi informatori di «comprovata fedeltà» Le hanno riportato.
In riferimento agli «irriverenti giudizi e pregiudizi» di cui vengo accusata, questo è tutto. E non accetto di essere messa sotto processo per dei pettegolezzi da cortile. Anzi, non accetto di essere messa sotto processo da niente e da nessuno.
4) Non sono socialista. Lo sono stata. Se Lei avesse davvero letto i miei articoli e il mio ultimo libro, conoscerebbe la mia diffidenza nei confronti dei dogmi salvifici, nonché la mia sfiduciata conclusione che nemmeno il socialismo è in grado di cambiare gli uomini. (E questo, sì, è un tema su cui mi sarebbe piaciuto discutere con Lei, invece di chiederle – come ha fatto la televisione americana – «Chi dorme nel suo letto».)
Però nessuno mi aveva mai detto che per intervistare Fidel Castro era necessario essere socialista e credere che i Paesi socialisti siano il Paradiso terrestre. I giornalisti nordamericani che Lei riceve senza tempi di attesa di sette anni, senza offenderli con accuse mal congegnate, che non sono che pretesti ben calcolati, senza protestare quando riducono quattro ore di intervista a una paginetta di arbitrarie estrapolazioni o quindici minuti di superficialità televisiva, non sono socialisti. Non vengono a Cuba per dire che il socialismo è il Paradiso terrestre e che è in grado di cambiare gli uomini. Anzi, sono i peggior reazionari che io conosca.
Nessuno può dire lo stesso di me. I Suoi informatori «di comprovata fedeltà» avrebbero svolto il loro compito in maniera migliore ricordandole la storia della mia vita; l’affetto, l’ammirazione e la credibilità di cui godo e che mi circondano in ogni parte del mondo; e ciò che ho fatto e continuo a fare a favore della libertà, a costo nella mia tranquillità e della mia incolumità personale.
5) Ovviamente non credo che la ragione per cui Lei si è rimangiato la parola data sia il motivo che mi è stato comunicato da Alfredo Guevara. Se ci credessi, io per prima starei insultando la mia intelligenza. E aggiungo: può essere che sia stato tramato un complotto contro di me, però dubito che Lei sia il tipo di persona e il tipo di governante da lasciarsi manipolare dalla mala fede dei Suoi subalterni.
La verità è che Lei ha ritratto la parola data; mi ha tradita poiché si è pentito. E si è pentito perché ha avuto timore di parlare con me di Fidel Castro e degli argomenti per cui La consideravo un interlocutore ideale. (E anche io costituivo per Lei l’interlocutrice ideale.) In luogo di questo, Lei ha intravisto in quest’intervista il rischio che certi leader vedono in me: la donna scomoda, dal pensiero indipendente, la scrittrice che non è impressionata dal Potere e che lo affronta senza timore e senza timidezza per permettere al suo lavoro di entrare nella storia. Che pena! La ritenevo più audace, più agguerrito. Non c’è nulla che ammiri di più del coraggio e nutro sempre un grande rispetto verso coloro che non hanno paura di confrontarsi col mio.
6) Due rappresentanti del Potere mi hanno voltato le spalle in questi giorni: Augusto Pinochet e Fidel Castro. Pinochet ha cambiato idea accusandomi di essere una sovversiva che vagava nei dintorni di Santiago sobillando il popolo contro il regime. Non è esattamente così, ma i timori del cileno erano giustificati... Posso comprendere Pinochet. Non posso dire lo stesso per Fidel Castro. Non mi lusinga sapere che ha avuto paura di Oriana Fallaci. Al contrario, mi delude come uomo e come politico. E più come uomo che come politico. Credevo di aver conosciuto un uomo che non era solo un capo di Stato o un uomo politico. Ma adesso comprendo di aver conosciuto solo uno dei tanti capi di Stato, uno dei politici di turno. Anzi, ho conosciuto un politico che si è permesso di prendersi gioco di me. Scriverò tutto nel mio prossimo libro, spiegando il motivo per cui non appare l’intervista a Castro. E questo triste episodio sarà l’amara conclusione dei miei studi sul Potere.
Si accorgerà che mercoledì 28 settembre Lei ha commesso un grave errore: non ha solo mandato all’aria un’intervista di prima qualità e di storico rilievo. Non ha solo indignato una persona che sarebbe stato molto più saggio non offendere e non insultare. Come un masso che cade pesantemente in un salone di cristallo e che infrange tutto ciò che vi è di prezioso, Lei ha distrutto qualcosa di molto più valore.
E per questa ragione, io non la assolverò.

Oriana Fallaci