En baja el mercado negro habanero

Archivo - Dos hombres venden carne en La Habana (Cuba).

Los boliches de carne de res de 10 libras se despachaban a 10 dólares a vendedores clandestinos al detalle y ellos revendían cada libra a 1.50 de dólar.

Hace 20 años, Edel (nombres cambiados) había montado una red por todo el país que involucraba a decenas de personas y abastecía con carne de res fresca el atrayente mercado negro habanero.

“Era una operación complicada y bien engranada donde participaban matarifes de vacas, camioneros y choferes de ómnibus interprovinciales. Se pagaban comisiones a policías de carretera y puntos de control, para que mirasen a otro lado. Llegamos a introducir en La Habana mil kilos semanales de carne de res”, cuenta Edel, cerebro del ilegal entramado.

Los boliches de carne de res de 10 libras se despachaban a 10 dólares a vendedores clandestinos al detalle y ellos revendían cada libra a 1.50 de dólar. “La demanda era tremenda. Superaba la oferta. Trabajábamos a destajo y teníamos hasta competencia”, señala Edel.

La ‘competencia’ era el robo descarado de cientos de kilos de carne que a diario hurtaban los empleados de mataderos y empacadoras estatales de ganado vacuno ubicados en la capital.

Entonces, Remberto laboraba en un matadero a tiro de piedra de la Virgen del Camino, céntrico cruce de calzadas en el municipio San Miguel del Padrón. Todavía le brillan los ojos cuando recuerda aquella etapa.

“Yo cargaba 60 libras diarias. Cada uno tenía un modo diferente de operar. En mi caso, me adosaba la carne, fileteada en bistec, por todo el cuerpo. Después la descargaba en casas de los alrededores que hacían las veces de almacenes. En un matadero había que ser muy honesto o muy tonto para no robar. Los jefes sacaban la mercancía en los maleteros de sus autos. Los custodios recibían un porciento del dinero de la carne robada y por la puerta te dejaban pasar hasta un elefante”, evoca Remberto.

Pero una combinación de factores, entre ellos mayor rigor en los controles estatales, cierre de varios mataderos y centros de elaboración, a lo que se suma un aumento sustancial de compradores, ha disparado los precios y provocado escasez en el recurrido mercado negro habanero.

Carlos, economista, apunta más a la poca productividad en la industria alimenticia y una caída en picada de la agricultura y ganadería nacional.

“Las industrias procesadoras de leche, fábricas de queso, envasadoras de puré de tomate o jugos de frutas y mermeladas cada vez producen menos. Y los centros de elaboración y empacadoras de vacunos, pescados o mariscos, a duras penas se mantienen con derivados de la carne de cerdo, que ha tenido discretos crecimientos desde 2008. Ese déficit, sumado al incremento de nuevos actores, como miles de negocios gastronómicos surgidos en La Habana, han provocado un aumento brusco de precios y una escasez que no era habitual en el surtido mercado negro”, argumenta el economista.

El crecimiento del sector privado de hospedaje y gastronomía, ha vaciado incluso los estantes del mercado en divisas. En La Habana se pierde tiempo recorriendo comercios en busca de queso, pescado fresco o mariscos, ofertados a precios prohibitivos para el cubano promedio.

Un par de años atrás, vendedores ambulantes discretamente vendían queso o yogurt casero a domicilio. Ahora, la incipiente crisis del mercado negro ha provocado la ausencia de ese servicio.

“Sigo vendiendo queso y yogurt, pero en menor cantidad. Ya no tengo que caminar varios kilómetros al día, pues me dirijo a una cafetería particular y el dueño me compra todo lo que le lleve”, comenta un vendedor clandestino.

La legalización de ciertas actividades que antaño se realizaban por debajo de la mesa, ha permitido sacar a la superficie a cientos de vendedores de viandas, frutas y hortalizas. En cualquier cuadra de La Habana, es raro no encontrarse a un carretillero pregonando su mercancía.

Para Augusto, conseguir en el mercado negro alimentos como carne de res, leche en polvo, pescado de mar y mariscos, se ha convertido en una auténtica odisea.“Y no hablemos de los precios", dice.

Según Augusto, conocedor de los entresijos del mercado subterráneo, "hace una década, la carne de res costaba entre un dólar y uno cincuenta la libra. Ahora, cuando aparece, vale entre 2.50 y 3 dólares. Sucede igual con el camarón y la langosta. Pescados como el castero o la aguja rondan los tres dólares la libra. Del agro, la papa y la naranja son misión imposible. Tienes que olvidarte que existen las papas y naranjas no encuentras ni aunque pagues tres pesos por cada una”.



Los dueños de cafeterías y restaurantes privados, asiduos a comprar por lo negro, se rompen la cabeza para armar un menú atrayente. Gracias a la creatividad de sus cocineros, Tomás, propietario de una paladar en la parte vieja de la ciudad, puede justificar los altos precios de los platos.

“No es fácil mantener un negocio donde casi todos los productos, incluidos los del mercado legal por divisas, es difícil conseguirlos. Ciertas frutas y pescados están desaparecidos. Ni siquiera en Varadero u otras zonas turísticas importantes, de donde fluyen suministros destinados al mercado negro, se pueden conseguir. Hay dueños de paladares y familiares de dirigentes en el poder, que juegan con ventaja: por la izquierda importan alimentos de Miami o Centroamérica, o por sus contactos con militares que administran fincas, consiguen carnes exquisitas. Pero quienes dependemos del suministro del mercado estatal minorista o del ilegal, sufrimos demasiado para garantizar un menú variado”, cuenta Tomás.

La pregunta que se hacen muchos habaneros es si esta crisis dentro del mercado negro es solo coyuntural. Porque en los años más duros de la escasez, a raíz de la zafra de los 10 millones en 1970 o a partir del 'período especial' en 1990, el mercado negro siempre surtió de alimentos y productos a un sector amplio de la población.


Augusto es optimista y cree que se puede superar y regrese el esplendor de antaño del eficiente mercado negro. Tomás, por su parte, asegura que en el mercado subterráneo no se puede vender lo que el país no produce. Y añade:
“Si el Estado no cambia las reglas de juego en el sector agrícola y alimentario, elimina acopio y la banda de corruptos que inundan el comercio estatal, terminaremos vendiendo pan con guayaba. La ineficiencia tiene un límite”.