Bochorno en La Habana

Miércoles fue un día especialmente bochornoso en La Habana. Las temperaturas en Miami marcaban 30 grados Celcius, en Barcelona, en el mismo momento, teníamos 17, mientras que en la capital cubana, indicaba en paralelo 33 asfixiantes grados. Pensé que debían estar convirtiendo ese día en una jornada especialmente dura para los cubanos en la Isla. También lo debió ser para el director general para las Américas del Servicio de Acción Exterior (SAE) de la Unión Europea (UE), Christian Leffler, a juzgar por las fotos que circularon en los medios en las que se le veía descendiendo de un coche oficial en La Habana encajado en su impecable traje y bañado por un sol de justicia, ese indio que a los europeos enciende en un santiamén dejándolos adormilados por unos días, hasta que logran ubicarse en tiempo y espacio, una vez se asimila el calor, la humedad y la peste que desprenden las calles más populosas de La Habana, principalmente por el humo de esos simpáticos carros -curisosos de ver, aunque contaminantes y peligrosos para la salud de la gente-, que conducen los locales.

En ese ambiente meteorológicamente agobiante transcurrió el inicio de las conversaciones, donde se abordaron algunos aspectos técnicos, es decir, la “hoja de ruta”, como dijo luego el MINREX en su comunicado oficial, para avanzar hacia un nuevo acuerdo político y económico entre ambas partes, focalizándose de momento, según dijo luego Leffler, en los puntos en los que tanto la UE como el gobierno cubano están de acuerdo. Y por supuesto que entre estos puntos no hubo espacio para el debate de los derechos humanos. Y mucho menos era pertinente hacerlo en casa del verdugo y bajo 33 grados de temperatura. En estas primeras sesiones era fundamental abordar aspectos logísticos, como por ejemplo cuándo y dónde sería la próxima reunión, o bien qué cantidad de canapés harían falta para el transcurso del diálogo. En realidad, y aunque no se haya explicitado por parte del señor Leffler, La Habana no tiene ningún interés en abrir ese debate sobre derechos humanos porque las autoridades cubanas no consideran que su sistema político y social vulnere derechos fundamentales.

En todo caso, habría que empezar a pedir unos mínimos retos en cuanto a derechos humanos en este proceso que ha iniciado la UE. Europa no puede salir de este proceso sin haber conseguido unos “mínimos”, con los que se podría considerar que la negociación habría sido un éxito. La hoja de ruta de la que se habla debería enfocarse en planificar las acciones concretas y específicas que nos permitieran dejar de hablar de derechos humanos en general. ¿Qué tal si en lugar de “gobernanza”, las partes hablaran del camino hacia una apertura política que elminiara el sistema de partido único y abriera Cuba a la normalidad de contar con una oposición política encargada de la fiscalización del que gobierna? ¿Por qué no hablar del fin del monopolio de los medios de comunicación por parte del Estado y dejar que nuevas organizaciones y ciudadanos puedan en su país dedicarse al periodismo libremente sin ser molestados por ello? ¿Qué impide que se plantee la necesidad de que los ciudadanos puedan organizarse al margen del gobierno y que puedan reunirse y convocar manifestaciones -incluso en oposición al gobierno- sin que las fuerzas de seguridad estén siempre orientadas a defender al gobierno y perseguir al ciudadano?

Si al final de este proceso la UE no consigue nada en ninguno de estos aspectos, las idas y venidas entre La Habana y Bruselas no habrán servido nada más que para expermientar ese bochorno caribeño, aumentarlo incluso, y sofocar toda aspiración de los cubanos a que alguien más civilizado que el gobierno que los somete les eche una mano para salir en el callejón, por hoy, sin salida en el que se encuentran.