Perdedores

La fundadora y directora del Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, acompañada de los bailarines Rómel Frómeta (i) y Joel Carreño.

La bloguera Regina Coyula cuenta en su blog cómo fue su encuentro con amigas ex bailarinas del Ballet Nacional de Cuba que ya no viven en la isla.
¿Fulano?, En Guanajuato. ¿Menganita? En el Boston Ballet. ¿Ciclano? Con Maurice Béjart. ¿Zutanito?, montó una escuelita en Miami. ¿Esperanceja?, No le ha ido tan bien, da clases de baile en Barcelona… Eso fue, poniéndome al día al encontrarme con cinco amigas, ex bailarinas del Ballet Nacional de Cuba, dos de ellas por cierto, en la enorme nómina de los afincados “afuera”.

No tuvieron que cerrar la puerta tras de sí, a diferencia de la mayoría de los ajenos al sector cultural. Los médicos siguen bajo penalización para abandonar el país y esa penalización aumenta y se extiende a la familia si “desertan” en un viaje de trabajo o en misión internacionalista. Al igual que los profesionales universitarios, los militares y dirigentes de nivel medio, deberán esperar cinco años desvinculados de su antigua actividad, y entonces, solicitar permiso al ministro del ramo si pretenden viajar por razones personales.

Volviendo a la conversación con mis amigas (recuerden que el micromundo refleja el macromundo), con mayor o menor éxito ninguno de los bailarines por los que pregunté ha pensado en regresar; cuando la añoranza por el terruño pesa demasiado, ponen un disco de María Teresa Vera o VanVan y ese fin de semana se dan un atracón de carne de puerco y frijoles negros.

–Se pierden muchas cosas–, me decía una de mis amigas, con veinte años protestando del clima madrileño, –se extraña a la familia, el barrio, los amigos, algunos lugares, es muy duro–. La hija de mi amiga que se fue siendo niña, por allá estudió Empresariales, tiene piso y auto propios, prefiere pasar sus vacaciones en San Petersburgo; su mamá quisiera convencerla de venir a Varadero, pero ella prefiere las Maldivas. Le hago notar a mi amiga que de estar en Cuba, su hija viviría con ella, lucharía con el transporte urbano y sabría de Maldivas por la foto de una revista. Ahí se recompone y asiente. Elogio su cuidada figura y le pregunto si se ha “hecho algo” (lifting, botox, lipo-algo). De eso nada. Dieta orgánica y cuidados con la piel por el clima seco. Me aclara que usa cremas de Mercadona, pero por los resultados, seguro son mejores, pero a ella le da pena conmigo que aparento la edad que tengo.

–Si te pones a pensar, somos los perdedores. Tuvimos que dejar todo atrás y empezar de nuevo, tuve que luchar con el desprecio de muchos, ahora ya no es así, pero cuando yo me fui sí. Y por mucho que se quiera, nunca es igual. Lo de uno es lo de uno–, me dice convencida.

Y creo que la entiendo, porque la añoranza y el desarraigo pueden ser muy fuertes; porque todo el mundo dice que la comida no sabe igual, que el cielo no es del mismo color y esas cosas. No tengo esas sensaciones, mis carencias espirituales son de otro tipo.

—Todos somos perdedores, solo que a ti se te nota menos–, le digo sonriendo.

Publicado con autorización de la autora del blog lamalaletra