Virginia Alonso-Tokarz: En todo momento doy vida nueva a la patria donde nací

Virginia Alonso-Tokarz, soprano de origen cubano durante un concienrto de gala.

¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?

Mi padre era periodista en Cuba. Trabajaba para la United Press y lo primero que hizo Fidel fue censurar la prensa. Le pusieron un censor en la oficina. Enseguida se dio cuenta de que aquello era comunismo e hizo planes inmediatos para sacarnos de Cuba.

El 11 de abril de 1960 aterrizamos mis dos hermanas, mis padres y yo en Miami, sin dinero, pero con una maleta llena de Cuba, con el gran alivio de no tener que fingir que apoyábamos al régimen de Fidel Castro, de no tener que «marchar» más en el colegio, pues ya nos estaban poniendo a marchar en el Instituto Edison.

También se hablaba de que los padres podrían perder la Patria Potestad y mi papá repetía que a sus hijas no las mandarían a estudiar solas a ningún otro país. Eso me aterrorizaba.

¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?

Habiendo visitado Miami muchas veces, ya que mi abuela tenía una casa en el SW de Miami hacía muchos años, mis recuerdos eran placenteros. No veía a Miami como un lugar extraño. Lo que más temía era tener que separarme de mis padres y eso no sucedió nunca.

¿Qué encontraste?

Encontré un mundo que no sabía que existía. Era como romper la pantalla y entrar en la película. Primero, nadie hablaba español, tuve que aprender inglés ¡o morir! Luego, incorporar a mi vocabulario lo que era una «cheerleader», el procedimiento parlamentario, los bailes de «square dance», los juegos de football...

Porque desde un principio entré a cantar en el coro del colegio (era una asignatura fácil y no tenía que hablar inglés), mi talento fue reconocido y tanto mis maestros como mis compañeros de escuela me hicieron sentir especial e importante. Nunca fui víctima del prejuicio ni de la discriminación. Conservo hasta el día de hoy innumerables amigos de aquella época.

¿Qué has aprendido durante el proceso?

Lo más revelador ha sido que el ser humano es igual en todas partes. Que el prejuicio tiene que ser enseñado cuidadosa y deliberadamente. Que es posible que una persona cambie. Que es posible aprender cualquier cosa, si existe el interés y si se dedica el tiempo necesario para hacerlo. Que el amor existe y la maldad también. Que somos dueños de nuestra vida, si tomamos control de ella. Que la disciplina ayuda. Que la amistad hay que fomentarla. Que ser feliz requiere dedicación. Que el amor es la fuerza mayor.

¿Qué es para ti la libertad?

Así como todo empezó cuando dice Dios en Génesis, «Hágase la luz,» todo es posible si somos libres. Para pensar, para hablar, para escoger, para decidir, para movernos, para diferir, para discutir, para votar.

¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?

Mi patria física ya no existe en mí. Lo que queda en mí es el recuerdo indeleble de lo que fue, de lo que viví, de lo que amé. En todo momento doy vida nueva a la patria donde nací. No tengo que pensar en Ella. Simplemente seguir siendo. Cuando hablo, revivo su acento. Cuando cocino, doy vida nueva a sus aromas. Llevé la receta de las papas rellenas de mi mamá a la televisión europea, donde cociné «Kubanisches Knödle» en todo su esplendor y para asombro de los televidentes. Cuando crío a mis hijas, traspaso sus costumbres. Sus esposos -uno alemán y el otro irlandés- cocinan frijoles negros, picadillo, yuca con mojo, fricasé de pollo y muchos otros platos típicos para el deleite de mis nietos. Cuando canto Cecilia Valdés, propago nuestra música al mundo. Cuando sencillamente soy, comparto y plasmo en otros lo que aprendí, lo que represento, lo que fue posible llegar a ser.

A pesar de que he vivido la mayor parte de mi vida en los Estados Unidos y en Europa, mi hogar siempre ha tenido esquinas cubanas: el busto de Martí, la placa en la pared que dice «Ser cultos para ser libres»; la pintura original de la iglesia del Carmen en Cojímar, donde hice mi primera comunión; la imagen en cobre de la virgen de la Caridad que mi mamá trajo en la maleta acompañando las fotos de nuestra familia; nuestra biblioteca con los 27 tomos de las escrituras de Martí; las películas que mi padre tomó en Cuba, las cuales todavía disfrutamos en nuestro hogar, encabezado por mi esposo que a pesar de ser polaco de sangre, es más cubano de corazón que muchos que nacieron allá. Quisiera que cuando alguien piense en mí, reconozca que, con orgullo, soy una buena representación de Cuba, la patria donde nací.