De El Señor de los Cielos a La Puerca

Los cuerpos de cuatro jóvenes decapitados se observan atados y colgando de un puente hoy, domingo 22 de agosto de 2010, en la autopista México-Acapulco.

La atrocidad más reciente ocurrió en mayo, cuando 49 cadáveres fueron arrojados al lado de un camino en el norte de México sin cabezas, brazos ni piernas.
El problema en la postmodernidad no sería el mal, sino la vulgarización cuasi industrial del mal.

Algo que vino a poner de manifiesto el dictador comunista Josef Stalin, no ya en la práctica de sus escabechinas sino en una lacónica frase: “Una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”.

Por cierto, que la practica de matanzas indiscriminadas viene a ser tan vieja como la humanidad, pero la práctica de la violencia como una actividad de proporciones industriales es un fenómeno que se manifiesta con el advenimiento de la modernidad racionalista; esa que se muestra encaramada en sus expresiones extremas del fascismo y el comunismo.

Por ello el padrecito Josef Stalin sabía muy bien de lo que hablaba.

Hay una diferencia abismal, esencial, entre el caballero de la era medieval que, previo cumplimiento de un ritual, entra a la batalla de bruñida armadura y espada plateada al descabezamiento eficaz de sus enemigos, por un lado, y el gris burócrata militar de la era moderna que, mientras engulle una hamburguesa, aprieta un bobo botón que desencadenará el gaseamiento de miles de personas a las que ni siquiera verá el rostro, por el otro.

Pero la degeneración, masificación, de la sociedad en tiempos de Google, Face Book y Twitter no es sólo en el ámbito de lo militar, sino también en el ámbito del hampa.

Algo que no es de extrañar, si tenemos en cuenta que en el pasado prostitutas, proxenetas y hampones procuraban vestirse, y aun comportarse, como si fueran personajes de la alta clase, en tanto al presente personajes de la alta clase procuran vestirse, y aun comportarse, como si fueran prostitutas, proxenetas y hampones.

Luego, no sería de extrañar que la delincuencia misma degenere a lo demencial, a niveles de lo innombrable, del inframundo. Así, un reportaje de la AP asegura que cuando fueron capturados El Comegusanos y La Rata, llevaban cinco granadas y aproximadamente un millón de dólares en efectivo.

A Basura lo agarraron tratando de extorsionar a conductores de autobús, según la policía, y La Puerca era notorio por la manera como mataba a sus enemigos.

Apunta la AP que a medida que la violencia empeora en la guerra por las drogas en México, empeoran los apodos de los capos mafiosos se han vuelto más
sombríos y rastreros, reflejo de su actitud impersonal y casi industrial hacia la violencia.

Parece que ya no hay apodos como El Rey, Jesús Zambada García, El Señor de los Cielos, Amado Carrillo Fuentes, o El Jefe de Jefes, Arturo Beltrán Leyva, quienes están muertos o presos; apodos, en definitiva, que muestran no ya autoestima sino deseos de elevación, inclusive celestial, y algo como de reminiscencia religiosa.

Los capos de rango mediano llevan ahora nombres como El Mataperros, afirma la AP, como es el caso de Baltazar Saucedo Estrada, presunto líder del cartel de los Zetas.

Según expertos, la muerte o captura de los capos ha dejado a matones de menor rango a cargo del negocio criminal, inclinados hacia actos más brutales como matanzas y desmembramientos.

Si en el pasado se mataba a los enemigos por dinero o territorio, como es de buena ley entre mafiosos, y aun entre mercenarios y militares, ahora muchos de los narcotraficantes, especialmente los Zetas, consideran que matar por matar es parte de la empresa, algo necesario para imponer su voluntad sobre la población.

"Lo que estamos viendo es un apodo distinto que refleja una manera distinta en la que los criminales se identifican y a las nuevas formas de violencia", comentó a la AP Martín Barrón, experto en criminología del Instituto Nacional de Ciencias Penales de México.

La atrocidad más reciente ocurrió en mayo, cuando 49 cadáveres fueron arrojados al lado de un camino en el norte de México sin cabezas, brazos ni piernas.

Apunta la AP que La Puerca, Manuel Fernández Valencia, al parecer era próximo a Joaquín El Chapo Guzmán y su sobrenombre se debería a la manera puerca en que mataba a sus adversarios; también se le conocía como El Animal.

El nuevo estilo de apodos refleja cierto cinismo, como burla, expresó a la AP Pedro de la Cruz, profesor de temas de seguridad en la Universidad Nacional Autónoma de México.

"Estos sobrenombres reflejan el hecho de que ellos mismos no se toman en serio", como hacían capos anteriores, que eran sujetos a códigos de conducta y pertenecían a clanes familiares tipo mafia, con normas de complicidad y obediencia, dijo de la Cruz.

Juan Abelardo Hernández, experto en cuestiones culturales en la Universidad Panamericana, dijo que los matones de hoy, por lo general jóvenes de
veintitantos años, posiblemente estén usando los nombres que usaban cuando eran chicos en juegos de Internet, en lugar de algo que indique su rango o su trabajo en la organización criminal; algo que se contrapone a la idea, a veces inducida, de que la Internet funcionaría como una suerte divinidad de lo bueno y lo barato, de lo pacífico y lo próspero, como antídoto absoluto que, inclusive, terminaría con la era no ya del ostracismo y el oscurantismo sino de las dictaduras.

La idea no es tan descabellada, considerando que los carteles de la droga han demostrado ser expertos en los medios electrónicos, colocando videos de sus asesinatos u orgías de sangre en sitios digitales de toda índole.

"Es una generación distinta", dijo Hernández, "una que busca personalidades alternas, imágenes en la red, personajes o avatares". Una generación, apuntamos nosotros, que ha perdido la noción de bien y mal, expresión última de lo planteado por Agustín de Hipona, allá por los finales del Imperio Romano, acerca del mal como una simple nadería, es sólo ausencia de bien, aseguraba el de Hipona, bueno, estos chicos dejarían de una pieza al patrístico, ellos no sólo lo harían dudar sobre la ausencia de mal, ellos le demostrarían que no saben siquiera lo que es el mal; están por encima del bien y del mal, empantanados allá en sus juegos de Internet donde nada pasa y todo pasa, unión de los opuestos, y da los mismo Dios que un caballo.