Cultura y República en Cuba

El 20 de mayo de 1902 la bandera de Cuba ondeó sola por primera vez en los edificios públicos.

El eminente historiador Manuel Moreno Fraginals definió la cultura cubana como militar y marinera, y no le faltaba razón a pesar de que, como sabemos, la isla no ha dado ni grandes militares ni grandes marinos.

Si entendemos la cultura como la manifestación del espíritu mediante un ciclo de conocimientos, ideas, tradiciones, técnicas, modos de crear la riqueza o de apropiársela, maneras de relacionarse, imaginarios, herencias, migraciones, costumbres y cultos que conforman a un pueblo dado en una época determinada, debemos entonces colegir que el entramado cultural desovado por la República nacida en Cuba el 20 de mayo de 1902 es la prolongación, salto abrupto mediante, de los cuatro siglos anteriores bajo la égida del Imperio español.

El eminente historiador Manuel Moreno Fraginals definió la cultura cubana como militar y marinera, y no le faltaba razón a pesar de que, como sabemos, la isla no ha dado ni grandes militares ni grandes marinos. Pero lo que sí ha dado es una sociedad que es en buena medida el resultado de la actividad militar y marinera. Así, el descubrimiento, conquista y poblamiento de la isla es consecuencia de ambas actividades. Luego, al convertirse Cuba en base del reclutamiento de hombres, la logística y el avituallamiento para las expediciones que parten a la conquista del continente, lo militar y marinero deja sus dividendos al desarrollo de la agricultura, la ganadería y el comercio en la isla. Recordemos que Hernán Cortés zarpa, en 1518 y perseguido por los hombres del gobernador Diego Velázquez, con unos 11 barcos y 500 hombres a la conquista de México, desde el sureño puerto de Casilda, en Trinidad.

Después viene un inusitado desarrollo cultural y económico de la mano militar y marinera, del siglo XVI al XVIII, con el auge del corso y la piratería, auspiciados por las potencias enemigas de España, fundamentalmente Francia e Inglaterra, y el subsiguiente comercio de rescate y contrabando que los lugareños establecían con los depredadores del mar como modo eficaz de burlar el monopolio del comercio implantado por España, por lo que aumentan así las crías de ganado con vista a la producción de cueros y carne salada, el desmonte de los bosques y la fabricación de azúcar. Todo ello para el negociado con los desorejados de la mar, y la subsiguiente creación del Sistema de Flotas o Flota de Indias, medida tomada por el rey Felipe II para evitar los constantes ataques y abordajes a los barcos mercantes que transportaban oro, plata, porcelanas, piedras preciosas, perfumes, sedas, marfiles, gemas, especias, cacao y otros productos desde las provincias americanas, el Japón y las Filipinas hasta la metrópoli.

Con la particularidad de que los buques atracaban durante semanas en La Habana (que en 1570 tenía unos 70 vecinos en casas de madera y paja, pero que ya en 1625 tenía 1 200 vecinos españoles en casas de mampostería), provenientes desde los distintos destinos americanos y asiáticos a la espera de poder reunirse todos y partir unidos en flota hacia España. Piénsese en el significado económico-cultural para la incipiente población habanera de una numerosa marinería que desembarca desesperada por el consumo de productos y de placeres de la más diversa índole, tras meses de obligada abstinencia, pero que además traían de allende los mares las publicaciones periódicas y los libros prohibidos por el índice del Santo Oficio, como el Amadís de Gaula y otras novelas de caballería, el último grito de la moda europea, las últimas ideas filosóficas, políticas y religiosas que bullían en el Viejo Mundo, en una época especialmente efervescente en la esfera del espíritu, camino a la más radical modernidad; recordemos la Reforma protestante.

Castillo del Morro.

A su vez, el desempeño militar y marinero del corso y la piratería determinó la construcción del Castillo de los Tres Reyes del Morro, La Cabaña, La Punta, La Fuerza, el Atarés y toda suerte de fuertes, torreones, murallas y edificaciones fortificadas generando a su vez un definido paisaje arquitectónico para la ciudad y fuentes de empleo y riqueza para la población, y el advenimiento de los más señalados ingenieros, arquitectos, artesanos y jefes de obra del momento en el mundo.

Pero, no solo eso, la primera obra literaria escrita en Cuba, en 1608, por el canario Silvestre de Balboa y Troya de Quesada (1563-1647), Espejo de Paciencia, es un poema épico-histórico en octavas reales que narra nada menos que el secuestro del obispo Fray Juan de las Cabezas Altamirano por el temible pirata francés Gilberto Girón y su rescate por obra de una cuadrilla de vecinos de Bayamo, compuesta de españoles, indios y negros, y la muerte del bandolero de la mar en medio de feroz combate por vía de un prodigioso lanzazo en el pecho de la mano del negro Salvador Golomón.

Jean David Nau o Francisco Nau El Olonés, temible pirata que asolara las costas de Cuba..

El auge económico propulsado por la cultura militar y marinera, donde habría que destacar el auge azucarero auspiciado por la trata negrera, da pie a finales del siglo XVIII a un importante paso en el devenir de la nación isleña. La fundación del Papel Periódico de La Habana por la Sociedad Económica Amigos del País. Esta publicación surge en 1790 por interés del patriciado criollo y en el mismo destacan figuras intelectuales de la talla de Francisco de Arango y Parreño (la mente más brillante de la isla al decir de Moreno Fraginals), José Agustín Caballero, Tomás Romay, Nicolás Calvo, Manuel de Zequeira, entre otros, los cuales dieron a conocer en sus páginas el pensamiento más moderno de la época.

No por gusto esta publicación se convierte en la plataforma de lo que pudiéramos denominar como la Ilustración isleña, donde se debaten temas y propulsan hechos como el de la política del despotismo ilustrado aplicada desde la metrópoli española, la llegada a la isla de Don Luis de las Casas, la toma de La Habana por los ingleses, la introducción de la imprenta, la creación de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo y el Real Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, determinantes estos últimos para la cultura cubana y, por lo mismo, para el acontecer de las guerras por la independencia y el desove de la República un siglo después (acá sentaron cátedra hombres como José Agustín Caballero que formaron independentistas como el padre Félix Varela), además de abogar por la necesidad de mano de obra esclava para el adecuado desarrollo de la creciente industria azucarera.

El proyecto iluminista también estuvo influido por las ideas filosóficas que arribaban de Europa para imponer la racionalidad, la experimentación y el progreso a toda costa, aún a costa de la esclavitud de los negros, el cientificismo y el pragmatismo contra la escolástica y las residuales nieblas del medievalismo en la isla.

No se puede pasar por alto en este tiempo, la labor de la Iglesia católica a favor de la cultura en Cuba, especialmente la apuesta en ese sentido de Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, el Obispo Espada, quien fuera elegido obispo de La Habana el 11 de agosto de 1800. Espada era un clérigo muy especial, dotado de una preclara inteligencia unida a una energía poco común. Emprendió una vasta labor de reforma de la Iglesia y de las instituciones sociales isleñas, prestando su apoyo a los hombres más brillantes que se preocupaban de la ilustración en Cuba. Su aporte abarcó desde el campo de la cultura y la educación, a la salud, la moralización de la diócesis y hasta las obras públicas, incluyendo la construcción del primer cementerio, el famoso Cementerio de Espada. El obispo formó parte junto al doctor Tomás Romay de la campaña a favor de la vacunación contra la viruela, conmemoró en el Templete la primera misa dicha en La Habana y fue un mecenas de las artes y la cultura en la isla.

Le sigue ya en el siglo XIX una pléyade de pensadores y escritores autonomistas, reformadores y abolicionistas como Rafael Montoro, José Antonio Saco, el Conde de Pozos Dulces, Antonio Bachiller y Morales, la Condesa de Merlín y Gertrudis Gómez de Avellaneda, que da lustre a la isla más allá de sus fronteras.

Le siguen los independentistas como Varela, José de la luz y Caballero, José María Heredia, cantor del Niágara, Carlos Manuel de Céspedes, Manuel Sanguily y José Martí; el hombre nación, el que determina con su verbo, escritura y accionar, como ningún otro, el destino de la cultura cubana en su más amplia acepción.

José Martí en Dos Ríos.

Poetas del período, con mayor, menor o ningún vínculo con el independentismo son Julián del Casal, Juan Clemente Zenea, Luisa Pérez de Zambrana y Mercedes Matamoros, autores que logran alcanzar altas calidades en su obra.

La llegada de la República el 20 de mayo de 1902, tras treinta años de sangrientas guerras por la independencia, y donde la expediciones marítimas con armas y pertrechos jugaron un papel fundamental, marca el inicio de un extraordinario desarrollo cultural; propulsado antes por la intervención militar norteamericana, y autónomo después. La influencia estadounidense no empieza en esa fecha ni mucho menos. Independentistas como Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte fueron inicialmente anexionistas, y la bandera misma de la nación cubana se crea y enarbola y se bautiza en sangre por primera vez en Cárdenas, por el general anexionista venezolano Narciso López, durante un desembarco armado el 19 de mayo de 1850, quien venía al frente de 600 voluntarios de Mississipi y la Luisiana, acción en que valientemente dejó su vida junto a otros expedicionarios. Por cierto, formaban parte destacada del movimiento militar del general López, creador también del escudo nacional cubano, el poeta Miguel Teurbe Tolón y el famoso narrador Cirilo Villaverde, autor de Cecilia Valdés, la paradigmática novela de las letras isleñas.

También hay que decir que desde la segunda mitad del siglo XIX el noventa por cierto de las transacciones comerciales de la isla se realizan, no con la metrópoli española, sino con el poderoso vecino del norte.

1910, o el milagro cultural cubano

Pero ya en 1910 se ha producido lo que podemos denominar el milagro cultural cubano, cuya mejor expresión la encontré en una fotografía del parque José Martí de Cienfuegos, fechada en ese año, donde aparece un gran número de autos estacionados alrededor del parque, todos de último modelo, es decir, de 1910. Ese milagro es posible, aparte de las indudables iniciativas y mentalidad moderna del cubano, por la intervención y ocupación americana en 1898, empresa militar y marinera donde las haya, que contó con la definitoria batalla naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de 1898.

La administración militar del general Leonardo Wood, en el breve período de tiempo que va de 1899 a 1902, dejó instalado en la isla un eficaz sistema de educación pública; construyó una amplia red de ferrocarriles, carreteras y puentes, hizo mejoras en los puertos, edificó faros, modernizó la ciudad de La Habana y estableció planes para su alcantarillado y pavimentación; además de reorganizar el obsoleto sistema carcelario, formar una Guardia Rural profesional, compuesta fundamentalmente de ex oficiales y soldados del Ejército Libertador, y estructurar una salud pública capaz de desarrollar una gigantesca campaña sanitaria -en la que participaron los más prestigiosos epidemiólogos cubanos de la época como los doctores Carlos J. Finlay y Juan Guiteras Gener, entre otros- que dio lugar a la supresión del azote de la fiebre amarilla. Así se sientan las bases últimas del esplendoroso desarrollo cultural de la República.

Gloriosa república

Un enemigo acérrimo de la Cuba anterior a Fidel Castro, el escritor Gabriel García Marqués, tuvo sin embargo la valentía de declarar en algún momento que la meca cultural para los jóvenes intelectuales latinoamericanos de su tiempo era nada más y nada menos que La Habana republicana.

Así, según datos estadísticos de la ONU, la OMS y la OIT, para 1958 Cuba tenía los siguientes extraordinarios índices de desarrollo cultural:

Había hasta cincuenta y ocho periódicos, entre ellos trece en inglés y uno en chino. Era el país latinoamericano que dedicaba mayor porcentaje de gasto público a la educación, el 23 por ciento. En cuanto al número de habitantes por estudiante universitario, la isla tenía el quinto lugar en el continente americano. Contaba con un kilómetro de vía férrea por cada 8.08 kilómetros cuadrados. En cuanto al número de habitantes por automóvil, ocupaba el tercer lugar en el hemisferio con 27.3, superada por Venezuela con 17.4 y Uruguay con 23.2. Por otro lado, ocupaba el cuarto lugar en porcentaje de analfabetos por habitante en América Latina, 8 por ciento, superada en ese índice sólo por Argentina. Tenía 13 universidades, 21 institutos de segunda enseñanza, 19 escuelas normales de maestros, 14 escuelas del hogar, 19 escuelas de comercio, 7 escuelas de artes plásticas, 22 escuelas técnicas e industriales y 6 escuelas de periodismo y publicidad.

Había en la isla unas 600 salas de cine, segundo lugar en el hemisferio, sólo superada por Argentina, 160 estaciones transmisoras de televisión, tercer lugar en Latinoamérica, superada por Venezuela con 32, Argentina con 60 y México con 70. En cuanto al número de habitantes por televisor, Cuba ocupaba el primer lugar con 18, seguida de Venezuela con 32, Argentina con 60 y México con 70. En referencia al número de habitantes por radio-receptor, Cuba era el segundo país con 5.0, superada sólo por Uruguay. En cuanto al número de habitantes por teléfono, Cuba ocupaba el tercer lugar con 28, superada sólo por Argentina con 17 y Uruguay con 25.

En cuanto a la prensa escrita, no podemos dejar de resaltar a importantes medios como la revista Bohemia y el Diario de la Marina.

Bohemia nace con la República como una revista semanal ilustrada, fundada por Miguel Angel Quevedo Pérez. El hijo del fundador, Miguel Angel Quevedo de la Lastra, encabeza la empresa a finales de los años 20 y la transforma en una revista sumamente moderna, de modo que en la década del 30 es ya la primera publicación cubana y latinoamericana, con tiradas de hasta 400 000 de ejemplares. La revista se distribuía no sólo en América Latina sino también en Estados Unidos. Las más famosas figuras intelectuales cubanas del siglo XX dejaron su impronta en las páginas de Bohemia, así contó con la pluma de hombres como Jorge Mañach, Fernando Ortiz, Lino Novás Calvo, Emilio Roig de Leuchsenring, Carlos Montenegro, Alfonso Hernández Catá, Enrique Labrador Ruiz y Francisco Ichaso. Además de contar con periodistas estrellas como Agustín Alles Soberón y Bernardo Viera. En las páginas de bohemia se publicaron por entrega semanal importantes obras literarias de importantes escritores extranjeros como El viejo y el mar, del estadounidense Ernest Hemingway, en una formidable traducción de Novás Calvo, y la Nueva Clase, del serbio Milovan Đilas o Djilas.

El Diario de la Marina fue fundado en 1832 por Nicolás Rivero, y fue considerado el decano de la prensa cubana y uno de los más importantes medios del hemisferio. Era tenido como uno de los rotativos más influyentes de la República entre 1902 y 1959. En la década de 1920, el diario amplió sus páginas con la inclusión de un suplemento literario, considerado el de mayor trascendencia durante la República.

El suplemento literario del Diario de la Marina estuvo dirigido por el intelectual José Antonio Fernández de Castro e incluyó temáticas como el humorismo, el cine, los anuncios clasificados y los folletines. El suplemento fue uno de los voceros de la Vanguardia intelectual en Cuba y contó con el aporte de destacadas figuras de las letras de la isla y de otros lares. De modo que en sus páginas se pudo leer, entre otras lumbreras, a José Lezama Lima, a Alejo Carpentier, a Andrés Núñez Olano, a Gastón Baquero, a Manuel Navarro Luna, a José Antonio Mases, a Luis Felipe Rodríguez, a Ramiro Guerra, a Pedro Henríquez Ureña, a Miguel Ángel Asturias, a Enrique Gómez Carrillo, a Jorge Luis Borges y José Carlos Mariátegui.

Hay que decir que los más importantes escritores y artistas cubanos, reconocidos internacionalmente, habían hecho ya lo más importante de su obra antes de la llegada de Castro al poder. Así tenemos, aparte de los ya mencionados, a autores y artistas como el poeta y dramaturgo Virgilio Piñera, que revolucionó el teatro cubano con Electra Garrigó en 1948, los pintores Amelia Peláez, René Portocarrero, Wilfredo Lam, el poeta Nicolás Guillén; la bailarina Alicia Alonso, además de compositores e intérpretes de la música popular como Ernesto Lecuona, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, el Trío Matamoros, Sindo Garay, Eliseo Grenet, Hubert de Blank, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, Rolando la Serie, Orlando Vallejo, Orlando Contreras y tantos otros.

También en cuanto a música no podemos olvidar a la Orquesta Filarmónica de La Habana, fundada el 14 de marzo de 1924 por gestiones de los profesores Antonio Mompó, César Pérez Sentenat, Pedro San Juan Nortes y Amadeo Roldán, con el apoyo del doctor Antonio González Beltrán.

Con el cambio que trajo la República sobre la base estética que fomentó el sentir neoclásico, penetra en la isla el estilo ecléctico, que duró aproximadamente 30 años, aunque conceptualmente llegó para quedarse. La arquitectura de este periodo dejó obras que marcan la Cuba más moderna. Aparece el Vedado y, en 1906, nace la escuela de arquitectura cubana. El barrio La Muralla con Monserrate y el Parque Central dan la dimensión de lo clásico, pero sigue sobre todo siendo eclecticismo, plasmado en edificios como la Manzana de Gómez, el Centro Gallego o Gran Teatro de La Habana, el Capitolio Nacional, 1926-1929, erigido bajo el Gobierno del general Geraldo machado, y un conjunto de edificios como el Palacio Presidencial (1920), el Centro Asturiano (1928) y el Centro Catalán.

El Capitolio.

Destaca también el movimiento Art-decó. Emergido después de la Primera Guerra Mundial, entra a Cuba en 1923 y se desarrolla hasta los años 40, confundiéndose en su etapa final con elementos modernos que algunos autores llaman tendencia monumental moderna, y en la cual incluyen al hospital Maternidad Obrera, al edificio de San Lázaro y Soledad, la Gran Logia de Cuba en Carlos III, pero que no sería más que el Art-decó. De este estilo son los grandes edificios del Vedado moderno como el Focsa, Radio Centro y el edificio Bacardí, detrás del Hotel Plaza, en la Habana Vieja.

El 22 de marzo de 1958, se inaugura el Havana Hilton, rebautizado por el régimen de Fidel Castro como Habana Libre. En su momento, el Habana Hilton fue el hotel más alto y grande de toda Latinoamérica. Contaba con un restaurante Trader Vic's, casino, sala de comedor, sala de billar y un bar en la azotea del hotel. Este fastuoso hotel no era propiedad de la imperialista Hilton, como la propaganda del régimen ha hecho creer, sino que era sólo administrado por la empresa estadounidense mientras su verdaderos dueño eran nada menos que el Sindicato Cubano de Trabajadores de la Gastronomía, que lo construyó con el dinero de las cajas de retiro.

Habría que apuntar que lo que lleva a la pérdida de la República emergida el 20 de mayo de 1902 no fue la incultura y el subdesarrollo, como se nos ha venido diciendo, sino una cultura marcada por la modernidad extrema y el desarrollismo acelerado. No olvidemos que las ideas marxistas sobre las que se sostiene la revolución de 1959 son, junto a las del fascismo, de lo más moderno dentro de la filosofía política que marca el siglo XX occidental; ideas que comienzan a tomar cuerpo desde 1925, con la fundación del primer partido comunista en la isla. Digamos que esa avalancha de ideas novedosas, de vanguardia, en el contexto de una corta tradición, poco más de cuatrocientos años, fue una mezcla mortal para el entramado de la cultura que determina la política en la isla.

Palabras del autor en el Simposio "Cuba 1902-1958: Una gran república" auspiciado por Patria de Martí en West Regional Library de Miami.