Tarzán, el héroe salvaje y romántico

Otro de los Tarzán

El personaje del niño-mono cumple cien años. Varias generaciones se han deleitado con sus aventuras
Hubo una generación feliz, que no conoció la alta definición ni las matanzas en serie como las de Columbine, que se asombró con la historia del niño criado por una mona en la selva, conocido como Tarzán. Un héroe blanco, medianamente épico y muy diestro para transportarse entre las lianas de los árboles. Siempre dispuesto a enfrentar el mal, y también a los cocodrilos, antes, mucho antes de que existiera Cocodrilo Dundee, el cazador de mentiras, o Steve Irwin -el de verdad- que murió no a manos de uno de ellos sino atravesado por la espina de la cola de una raya.

Aunque quien catapultó a la categoría de mito al personaje fue realmente el cine, primero en 1918, de forma silente y luego en 1932, cuando se estrenó la primera película sonora del héroe, Tarzán había nacido mucho antes de la imaginación calenturienta -y algo anacrónica- del escritor Edgar Rice Burroughs, quien en 1912 lo echó a andar en una colección de relatos seriados que luego reuniría en forma de libro.

En octubre de 1912, la popular revista norteamericana de principios de siglo XX, All Story Magazine, daba a conocer el relato Tarzán de los monos, escrita por Rice Burroughs, un novelista que escribía en un estilo directo, como Salgari, y que curiosamente nunca había estado en África. Poco después se publicó como libro la aventura del joven lord inglés, criado por gorilas.

Fue tal el éxito que Edgard Rice Burroughs escribió 22 secuelas de Tarzán, vendió más de 30 millones de ejemplares y fue traducido a más de 50 idiomas, sin contar las innumerables series de tiras cómicas, filmes y dibujos animados que se han hecho sobre el héroe.

Ahora Tarzán está de doble aniversario. Primero están sus cien años de nacimiento, como personaje, y después los 80 de la primera película sonora, que llevaría al estrellato al campeón olímpico de natación Johnny Weissmüller, el más emblemático de sus intérpretes en el cine. Tarzán tiene una historia muy simple, la de un niño huérfano que perdió a sus padres (Lord y Lady Greystoke, dos nobles británicos) en la selva, que es amamantado por la mona Kala. Aprende a leer por sí mismo gracias a los libros que dejó su padre antes de morir, y descubre el arma secreta que le dará la supremacía ante sus congéneres de crianza.

No hay que buscar mucho para dar con el parentesco inicial de Tarzán: Mowgli, un niño también criado en la selva, en The Jungle Book, de Rudyard Kipling. Pero, ¡cuidado!, que hasta ahí llegan las similitudes. Si el libro de Kipling es una obra maestra, que exalta valores como la solidaridad, Tarzán fue un libro bastante mediocre -divertido sí, pero mediocre-, infestado de disparates geográficos, racismo y un mal entendido concepto de colonialismo.

Nada de eso impidió que el personaje se convirtiera en un cómic semanal muy leído. De allí lo rescato el incipiente cine silente, quien hizo dos películas con el niño-mono. En una de esas películas -Tarzan of the apes (Tarzán de los monos), de Scott Sidney- la estrella es Elmo Lincoln, quien le da vida al Tarzán adulto y es uno de los actores que más se le parece al personaje literario. En ese filme, con banda sonora sugestiva y secuencias muy logradas para las precarias técnicas de 1918, se asienta la prehistoria de Tarzán, desde que sus padres mueren en medio de la selva y Kala, quien ha perdido una cría, le salva la vida al pequeño humano, hasta la llegada del primer amor, encarnado en la exploradora a la que Tarzán le salva la vida.

Como historia paralela están las desventuras de Binns -el acompañante de los Greystoke- quien logra escapar de los traficantes de esclavos árabes, y se va en busca del pequeño salvaje. Binns, Robinson Crusoe moderno, no logra llevarse con él al muchacho a la civilización, pero al llegar allá les cuenta a los amigos de los Greystoke su increíble historia, y un grupo de exploradores sale en busca de Tarzán.

Hay que decir que Tarzan of the apes, el filme silente de 1918 dirigido por Scott Sidney, está considerado por los críticos uno de los más fieles al libro de Burroughs, entre todos los que se han hecho. Pero si bien es el más fiel, no es el más popular. Habrá que esperar a 1932 a que Johnny Weissmüller, el ex campeón olímpico de natación, debute en el cine personificando a Tarzán en su primera versión sonora. En el Tarzán de los monos de W.S Van Dyke se hizo un casting riguroso -y en un comienzo se pensó en Clark Gable-, pero el escogido (por las escenas de nado y de acrobacias físicas requeridas) fue Weissmüller. Allí apareció también la Jane ideal, la despampanante Maureen O’Sullivan.

Naturalmente Weissmüller se convirtió en el Tarzán por antonomasia y protagonizó varias películas interpretando a ese personaje. Todavía en 1943, muy acorde con los tiempos que corrían, Weissmüller (o Tarzán) se enfrentaba solo a una patrulla nazi en la selva, en El triunfo de Tarzán. Ese título, ya lo habrán notado, es una redundancia, pues Tarzán siempre triunfa. Él nació para triunfar, como muchos héroe del cine. Como también nacieron para vencer -y no necesariamente en ese orden- Clark Kent, Harry El sucio, El vengador anónimo de Charles Bronson y Jet Li, que puede acabar, el solo, con un ejército de malvados sin apenas despeinarse.

Pero volvamos a El triunfo de Tarzán -Weissmüller haciendo dupla con su hijo Boy (el rubio Johnny Sheffield)-; el rey de los monos destruye a todo un comando hitleriano, con la ayuda de Jane, Boy y la inefable mona aliada, quien con sus argucias logra el triunfo final. Tomen nota aquí: Tarzán derrotando a los nazis, sin necesidad del eje de los aliados. Pero por favor, señores, no se pongan demasiado exigentes con las tramas de Tarzán. Es verdad que los nazis en esta versión son tan falsos como la selva africana de atrezzo en que se mueve Tarzán. O como la Casablanca de mantequilla de Michael Curtiz. ¡Pero qué importa eso! En las ficciones de Edgar Rice Burroughs (que también concibió series marcianas, no vayan a creer) el anacronismo y el disparate son parte esencial del encanto.

Si bien las técnicas actorales de Weissmüller son pálidas -en esta película, y en las sucesivas- el hombre hace una demostración memorable de lo que mejor sabía: nadar. En El triunfo de Tarzán se pega un clavado victorioso, y nada como un poseso, para salvar de entre las fauces de los cocodrilos a un paracaidista que se hunde. Un paréntesis aquí para decir que las acrobáticas escenas de nado son tan importantes, en Tarzán, como las de artes marciales en las de Bruce Lee.

Aparte de Weissmüller, otros actores le dieron vida a Tarzán. Entre ellos Buster Crabbe (1933), Lex Barker (1949-1953), Denny Miller (1959), Christopher Lambert (1984) y Kellan Lutz (2012, en 3D). Pero ninguno tuvo la recordación de Weissmüller, a quien según la leyenda el director Van Dyke le habría dicho que lo había escogido porque era el que más cara de idiota tenía. Como tampoco ninguna Jane tuvo el encanto de Maureen O’ Sullivan, entre los millones de seguidores que todavía hoy se emocionan con las aventuras de este héroe solitario, romántico y la verdad, un poco anacrónico.

Para celebrar su aniversario,en los Estados Unidos, The Library of America puso en circulación una nueva edición de la versión original: Tarzán de los monos, de 1912. Esta colección de libros fue creada en 1979 y tiene entre sus objetivos publicar a los clásicos norteamericanos en ediciones bien cuidadas. Algo que le hubiera gustado al viejo Edgar Rice.