Serpa: Sostenido en la Trampa y el Contrabando

Autor de unos seres marginales que se la juegan al duro para, mediante un golpe de suerte, golpe de timón muchas veces, darle un giro imponderable al devenir de sus precarias existencias

Si en un artículo anterior asegurábamos que entre las hazañas bélicas acometidas por el autor Enrique Labrador Ruiz estaría el haberle orinado la cabeza en una bronca de borrachera al también autor Enrique Serpa, según la leyenda maldita que rodea en vida y muerte al escritor de las novelas gaseiformes y los novelines neblinosos, ahora nos adentramos en la órbita existencial de Don Serpa, no como víctima de la incontinente agresividad manifiesta en la punta de la vejiga de Don Labrador, sino como autor que dio nuevo aliento a la literatura naturalista cubana mediante una narrativa que recrea los ambientes del bajo mundo en escenarios marítimos y urbanos de la era republicana.

Y es que con Serpa, 1900-1968, se nos otorga el privilegio de adentrarnos en las primeras décadas del siglo XX cubano desde una perspectiva no historicista y facilona, sino intimista y, por lo tanto, ensimismada en las complejidades y peligros de los meandros del alma, allí donde el autor nos conduce para, la manga al codo, tajar lo putrefacto armado de eficaz escalpelo, y ante nuestros atónitos ojos extraer la plétora y el pus de los sueños, miedos, certezas, esperanzas, desesperanzas, acechanzas y deseos nobles o mórbidos depositados como sedimento en el inconsciente de seres marginales que se la juegan al duro para, mediante un golpe de suerte, golpe de timón muchas veces, darle un giro imponderable al devenir de sus precarias existencias.

Manera de abordar el acto narrativo que puede apreciarse en sus novelas Contrabando, 1938, Premio Nacional de Novela de ese año, y La Trampa, 1956, así como en sus libros de relatos Noche de fiesta, 1951, y Felisa y yo, 1937, donde el autor viene a incluir textos considerados clásicos, como Aletas de tiburón y La aguja. Serpa es un autor notablemente influido por la nueva narrativa norteamericana, especialmente por la de Ernest Hemingway, con quien parece ser que tuvo una cierta amistad, no al nivel de la que sostuviera Lino Novás Calvo con el escritor estadounidense, pero sí al nivel de compartir tragos en algún momento en el famoso bar Floridita, donde pudieron haberse conocido en un encuentro organizado por la crítica y escritora cubana Loló de la Torriente a pedido del mismísimo Hemingway.

“Usted es el mejor escritor de América Latina. ¡Deje el periodismo y dedíquese a escribir!”, le dijo entonces Hemingway a Enrique Serpa, según revelara Loló de la Torriente años más tarde, quien por su parte diría que, antes de Carpentier y Lezama Lima, las tres mejores novelas de autores cubanos de principios del siglo XX eran Pedro Blanco, el negrero, de Lino Novás Calvo, Hombres sin mujer, de Carlos Montegro, y Contrabando de Enrique Serpa.

Sucede además que el escritor estadounidense dedicó al escritor cubano un ejemplar de la primera edición de Por quién doblan las campanas, For Whom the Bell Tolls, 1940, en agradecimiento al envío, por parte del cubano, de su novela Contrabando. El Premio Nobel escribió en la dedicatoria, firmada el 4 de diciembre de 1941: Dear Enrique Serpa thanks for your book“Contrabando”, your friend, Ernest Hemingway. No es de extrañar la relación, por mínima que fuese, entre ambos autores, la generosidad con que el estadounidense valoró al isleño, debido a que para más de un estudioso los cuentos de Serpa Aletas de tiburón y Aguja están muy cercanos a El viejo y el mar, la novela que diera el Nobel a Hemingway, además de que Serpa, al igual que Hemingway, se vinculó a los pescadores, habitantes y bares de Cojímar, donde se hizo de muchos amigos a los que frecuentaba y con los que aprendió el oficio del mar, a distinguir las embarcaciones y a descifrar los juegos y rejuegos de la vida marinera, a conocer los secretos, querellas y aspiraciones de los hombres que faenaban las aguas.

Y es que Serpa, como Hemingway, tuvo una vida llena de avatares en que, desde los trece años, desempeñó diferentes oficios, entre ellos aprendiz de zapatero, tipógrafo, mensajero de tintorería y pesador de caña en la provincia de Matanzas, para ir ascendiendo hasta trabajar en el bufete del Dr. Fernando Ortiz junto a Rubén Martínez Villena; el poeta comunista que fuera su amigo de la infancia y que, comunista y todo, supo siempre dar una mano a quien conociera como condiscípulo en la escuela pública número 37 de la barriada habanera del Cerro.

De la mano del poeta comunista formó parte de la famosa tertulia intelectual del Café Martí e integró el histórico Grupo Minorista. Por otro lado, y ya por su cuenta, Serpa llegó a ser jefe de Corresponsales y de Información del periódico El Mundo, 1921-1929, director literario de Chic, 1925, y redactor de Excelsior, 1930-1952, y colaboró como autor en las prestigiosas publicaciones Cuba Contemporánea, Revista Bimestre Cubana, Gaceta del Caribe, Castalia, Luz, Futuro Social, El Fígaro, Social, Carteles, Bohemia. Serpa además viajó por Estados Unidos, Guatemala, Venezuela, Haití, España, Bélgica, Alemania, Suiza e Italia.

Pero Serpa también viajó por toda a Cuba y, de 1952 a 1959, residió en París como Agregado de Prensa de la Embajada de Cuba en Francia, y publicó, en colaboración con Fernando G. Campoamor, Recordación de Hernández Catá, y al regresar a la isla, en 1959, escribió para publicaciones como El Mundo, Bohemia y Unión. El autor isleño ha sido traducido a varios idiomas y, tan reciente como 2009, su novela Contrabando ha sido publicada con gran éxito de ventas en Francia, por la Editorial Zulma, con prólogo del escritor cubano exiliado en París, Eduardo Manet, donde se le relaciona con autores de la talla de Melville, Pierre Loti, Albert Cossery, Henry de Monfreid, James Joyce, Joseph Conrad y R.L. Stevenson.

El crítico Marcelo Pogolotti ha dicho que Enrique Serpa, en Contrabando "viene a ser el Francis Carco del hampa y de la vida galante habanera, con facetas diabólicas a lo Barbey d’Aurevilly", con "una dosis de Joseph Conrad para producir un vivo y veloz reportaje discretamente novelesco", para agregar que Contrabando es "un vasto y exhaustivo fresco de la vida en el litoral, notable hazaña sabiendo como se ha dicho con razón, que los cubanos viven de espaldas al mar."

Leemos en la mencionada novela: “La atmósfera trascendía un olor de albañal, manso y repugnante. Sobre el agua flotaban espesas manchas de petróleo, irisadas en los bordes y ondulantes como cosas vivas. Semejaban moluscos gelatinosos, que avanzaban lentamente, a fuerza de contracciones. Alrededor de La Buena Ventura, docenas de chernas podridas infestaban el aire. Apuntó, a escasos metros de nosotros, la triangular aleta de un tiburón; emergió después su lomo oscuro. Finalmente, el escualo cayó vertiginosamente sobre una cherna muerta, inflada cual un globo, y se la tragó de un bocado. Un sábalo saltó en el aire como una barra de plata viva. El ferry que pone a La Habana en comunicación con Casa Blanca atravesó, a lo lejos, la bahía. La sirena de un buque que apuñaló el crepúsculo con su mugido sordo y melancólico. Y, como si le respondiera, desenvolvió un chillido agrio la del muelle de la Havana Coal, donde un barco se abastecía de carbón”.

En el momento en que Fidel Castro se hace con el poder en la isla Serpa desempeñaba en París el puesto diplomático que hemos mencionado, al servicio del Gobierno de Fulgencio Batista, y regresó a La Habana pensando, según le confesara un día en un bar al poeta y ex prisionero político Ángel Cuadra, que habría en el país una renovación democrática y cultural, pero que pronto se percató del rumbo dictatorial y comunista que tomaba el recién estrenado mandatario. Agrega Cuadra, en exclusiva para MartiNoticias, que su amigo Serpa se mantuvo siempre al margen de la fiebre y efervescencia revolucionarias del momento y que, por otro lado, el autor de la Trampa (novela en cierto modo premonitoria de lo que advendría después de 1959 como modo de hacer política) llegaría inclusive a estar al tanto de los trajines conspirativos de la lucha anticastrista del momento al punto de ser un invaluable consejero en la redacción del programa político de la Unidad Nacional Revolucionaria, UNARE; organización en la que Cuadra desempeñaba la dirección de Propaganda.

Y es que Enrique Serpa, como Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo y Enrique Labrador Ruiz, una vez levantado a punta de talento y empuje desde los más bajos sustratos de la sociedad isleña para arribar a la cúspide, gracias sobremanera a la movilidad y porosidad dentro de las clases vivas imperantes en el país, no podía, ni de lejos, venir a comulgar con un sistema represivo que proclamaba la igualdad, no en las alturas donde ya Serpa moraba, sino en el subsuelo de la pirámide, de donde el escritor había un día escapado y a donde no querría regresar jamás.