Sensacionalismo revolucionario

Las dictaduras parecen tener una relación conflictiva con el periodismo de sucesos, un género que ha contado siempre, allá donde se practica, con buena respuesta por parte del público.

La noticia del derrumbe en Centro Habana ha pasado casi desapercibida en Cuba y, de paso, en todo el mundo. Sólo la evidencia de los múltiples mensajes de blogueros en las redes sociales permitió que, finalmente, el régimen tuviera que darle una modesta publicidad, cuando ya habían pasado más de quince horas desde que se había producido la tragedia. Al día siguiente la oficina de una compañía de transferencia de divisas en La Habana fue asaltada. También nos enteramos del suceso, afortunadamente, gracias a blogueros y tuiteros independientes. Este percance ya no llegó a la prensa oficial.

Cuba es un territorio amplio en noticias de sucesos, en crónica negra, pero si lo es, no se percibe en los medios oficiales donde, al parecer, ese género periodístico debe estar considerado un peligro contrarrevolucionario. Eso es así si es que quien lo quiera practicar lo intenta hacer en la misma Isla. Lo que de trágico sucede allén de los mares sí que encuentra, en cambio, su espacio en la prensa gubernamental, dispuesta a exhibir las desgracias ajenas, para ocultar sin sonrojarse las propias.

Ni crónica policial ni crónica judicial. Cuando uno lee la prensa cubana esos dos géneros están siempre ausentes, son un tipo de información prácticamente desahuciado de los rotativos isleños, siempre prestos a elogiar hasta la extenuación a los dirigentes del sistema. En general, ningún periodista -salvo algunos que ejercen de forma independiente- sigue la actividad de los tribunales, ni rebusca sentencias sobre casos inéditos o de corrupción, intentando sacar historias escondidas, o incluso perfiles humanos del hampa. El ejercicio del periodismo en Cuba, maestro en el género de la hagiografía revolucionaria, tiene que ser soporífero.

Las dictaduras parecen tener una relación conflictiva con el periodismo de sucesos, un género que ha contado siempre, allá donde se practica, con buena respuesta por parte del público. En España se editó con notable éxito desde 1952, y bajo la moralista dictadura de Franco, el semanario El Caso, especializado en sucesos, y al cual el régimen establecía parámetros de publicación muy precisos. De hecho, la censura tan sólo permitía que la revista publicara un sólo asesinato por semana y siempre el caso tenía que ser celosamente escogido por las autoridades. El resto de informaciones publicables eran simplemente delitos de poca monta.

Los regímenes autoritarios son reacios a mostrar el desorden que reina en sus dominios. Los dictadores se pasan el día hablando sobre las excelencias de sus reinos por lo que no es recomendable publicitar las miserias humanas o las desgracias que, por lo general, se encarnizan con más violencia contra los más pobres y desprotegidos de la sociedad. Ese seguro que es el caso de los fallecidos en el derrumbe de la semana pasada en Centro Habana. Ni tan siquiera se ha permitido conocer detalles sobre la edad de los fallecidos, desconocemos en qué estado están los seis heridos, si han superado la gravedad o si han engrosado la lista de los caídos en el derrumbe. A ningún periodista se le ha permitido hablar con los afectados, conocer sus inquietudes, o detalles de la investigación -si es que existe- sobre las causas del suceso.

En el caso de Cuba, dar publicidad a estos derrumbes -algo que según muchos cubanos no es nada nuevo y sí muy habitual en el centro de la capital del país- supondría arruinar los maravillosos titulares con los imbatibles logros de la Revolución a los que nos tiene acostumbrados Granma. A veces se dice aquello de que "no dejes que la realidad te estropee un buen titular", como crítica a un tipo de prensa sensacionalista que infla los hechos al precio de desvirtuar lo que ha sucedido realmente. En el caso de Cuba el refrán sería "no dejes que la realidad estropee lo que la prensa nacional publicita sobre los supuestos logros de la Revolución con bombos y platillos". La prensa oficial acostumbra a ser sensacionalista cuando cuenta las supuestas bondades del gobierno mientras que para el resto de informaciones se gastó toda la tinta.

A pesar de los esfuerzos para simular un supuesto debate para mejorar la prensa del país, hay algo que evidentemente es insuperable. Cuando Raúl Castro critica a los periodistas porque los periódicos le resultan aburridos, debería ser consciente que para que eso varíe tiene que llevar a la práctica lo que su hermano dijo en un ya lejano año 2000, "Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado". Pues bien, entre esos cambios está su salida del gobierno y el reconocer la libertad de prensa, entre tantas otras libertades individuales, para que los profesionales del periodismo en la isla puedan, finalmente, ejercer su profesión aplicando los estándares internacionales.