Jóvenes rockeros cada vez con menos espacios en La Habana

Desde el 18 de noviembre de 2015 la Sala Maxim, único espacio habanero destinado exclusivamente a la escena rockera, espera por la culminación de su “reparación capital”.

Lester y Alfredo, dos adolescentes del preuniversitario habanero Kim Il Sung, escuchan al grupo rockero Slipknot mientras discuten sobre la única opción que tienen para divertirse los fines de semana: “quemar en G hasta que la policía nos desaloje”.

La Avenida de los Presidentes, o “parque G” como le llaman jóvenes y adolescentes, se ha convertido en punto de recalo para las diferentes tribus urbanas que no pueden encontrar otra perspectiva de recreación sana, que no sea pernoctar entre los monumentos de próceres latinoamericanos.

“El aburrimiento en esta ciudad es de suicidio”; dice Lester quien señala como referencia del tedio la escasa programación de espacios rockeros en la ciudad.

Jóvenes en el "parque G" en La Habana.

Un grupo de adolescentes que acampa con frecuencia en el tramo de las intercepciones de G y Línea, coincide en que la política cultural, diseñada desde las instituciones gubernamentales, no tiene en cuenta a las tribus rockeras.

No existe ningún espacio donde escuchar bandas metaleras o de punk en directo”; cuestiona Roinel Díaz, mientras enumera las únicas opciones donde se presentan agrupaciones de rock en vivo: El Submarino Amarillo, El Diablo Tun Tun y el Turf.

“Pero en su programación solo admiten grupos de hard rock, que hacen cover de canciones de los 70 y los 80.

Las bandas blackmetaleras o de core, están vedadas en esos espacios porque sus seguidores no dejan dinero a estos establecimientos.

"Freakies" en el Parque G, en septiembre de 2014.

La “no rentabilidad” de las agrupaciones nacionales de rock & roll, especialmente las metaleras, las punk, o de hardcore, es el gran pretexto para no programar a estos géneros en clubes y discotecas de La Habana, subordinadas a las empresas Recreatur y Artex de los Ministerios de Turismo y Cultura, respectivamente.

“Esta es una ciudad que se volvió musicalmente machacona y socialmente violenta”; argumenta Yisel Oliva, estudiante de primer año de Historia, quien ve la creciente violencia entre adolescentes y jóvenes como resultado de los mensajes “de los grupos reguetoneros y timberos”, que son la oferta invariable y casi única en estos espacios.

Fanáticos cubanos en un concierto del grupo Sepultura en La Habana, julio de 2008.

"La violencia es una forma de llamar la atención y de gritarle a la sociedad que existimos y estamos en contra de la política cultural”, dice Saidel Guzmán, un incondicional de la cultura punk que no niega los actos violentos como respuesta “al asedio de la policía” y a la obligación de compartir un mismo espacio “con diferentes subculturas urbanas”.

En el “parque G” no solo convergen los adolescentes y jóvenes rockeros. Los emos, raperos, reparteros y faranduleros también forman parte de ese panorama nocturno, que complementa la fuerte presencia de elementos policiales.

"Freakies" en el Parque G, en septiembre de 2014.

“Los rockeros en Cuba hemos sido siempre obligados al nomadismo y a fijar la melomanía como estilo de vida individual; ahora somos obligados a la violencia, sin un espacio social propio”; cuestiona el joven Leonel Rodríguez en referencia a los dos años que lleva clausurada la Sala Maxim, sede de la Agencia Cubana de Rock.

Desde el 18 de noviembre de 2015 la Sala Maxim, único espacio habanero destinado exclusivamente a la escena rockera, espera por la culminación de su “reparación capital”, una controversial decisión del Instituto Cubano de la Música (ICM) que prometió, tanto a trabajadores de la Agencia como al público rockero, que las obras de restauración no tardarían más de seis meses.

No son pocos los rockeros convencidos de que los destinos de la Sala Maxim semejan a los transitados por el emblemático Patio de María, cesado por mandato del Partido Comunista en octubre del año 2003, bajo la justificación de haberse convertido en “antro de consumo masivo de estupefacientes”.

“A veces la violencia viene con el hastío o de la presión de cargar con estigmas impuestos”; señala Saulo Baró, otro adolescente punk, mientras intenta hacerse un selfie escalando la estatua de Simón Bolívar.

Su novia Irisdeisi agrega que disfrutar de un grupo punk, en vivo, “es algo imposible en esta ciudad, y para escuchar bandas metaleras tienes que esperar al Brutal Fest”, el único festival exclusivo para el género hardcore/metal que contó, hasta el año 2015, con dos ediciones anuales.

Lachi, rockero de cuarenta años y fanático de Deep Purple, cree que actualmente ser rockero en Cuba ni siquiera conlleva la marca de ser un sujeto contestatario como sucedía a finales de los años 80.

“Hoy ser rockero equivale a desaparecer como individuo...te conviertes en parte del apagón cultural y de la violencia social” dijo Lachi.