Para evaluar las relaciones actuales de EEUU y Cuba

Un grupo de cubanos observa el paso del Air Force One, el avión presidencial estadounidense, sobre la localidad de Santiago de las Vegas.

Los Castro siempre fueron capaces de manejar el "status quo" antes del 17 de diciembre. Pero dudo que sean capaces de resistir la embestida de las olas masivas de turistas, empresas y periodistas estadounidenses.

Tengo sentimientos encontrados sobre la decisión del presidente Obama de moverse hacia la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

El Presidente está haciendo todo en su poder por normalizar relaciones, incluida la apertura de embajadas y el relajamiento de las restricciones de viaje, mientras pide el levantamiento del embargo económico. El levantamiento del embargo requiere una ley del Congreso como resultado de la Ley Helms Burton, de 1996, firmada por el presidente Clinton tras el asesinato de cuatro pilotos de Hermanos al Rescate en aguas internacionales a manos del Gobierno cubano.

Estoy preocupado por la manera en la que el presidente Obama ha implementado sus políticas de cambio, incluido su lenguaje apologético y su tibio apoyo a los disidentes cubanos y los Derechos Humanos de los cubanos. Hubiera preferido mucho más ver la normalización acompañada por un cambio de régimen en Cuba o, al menos, mejoras concretas en el tratamiento del régimen al pueblo cubano.

Soy un feroz crítico del presidente Obama en la mayoría de los asuntos. Creo que sus políticas izquierdistas de estilo europeo han debilitado a Estados Unidos doméstica e internacionalmente y han hecho del mundo un lugar mucho más peligroso y mucho menos próspero de lo que debería ser. Aun así, por razones prácticas, apoyo la iniciativa del gobernante de Cuba porque es lo mejor para los intereses de los pueblos estadounidense y cubano.

Dada mi singular historia familiar y el camino profesional que he elegido, mi vida entera ha estado estrechamente ligada a Cuba y las relaciones EEUU-Cuba. Mi padre, Neill Macaulay, fue un veterano idealista del ejército estadounidense que creyó en lo que leía acerca de Fidel Castro en The New York Times y cuando fue a Cuba en 1958 a luchar en el Movimiento 26 de Julio. Luego de que la guerra terminara, sembró tomates por un corto tiempo y los exportó a Estados Unidos. Entonces, debido a la aparición del comunismo, huyó de Cuba en julio de 1960, con mi madre y mi hermano mayor, y yo nací en New Hampshire, en noviembre de 1960.

Inspirado por su experiencia cubana, mi padre se convirtió en profesor de Historia Latinoamericana, con énfasis en la guerra de guerrilla. A través de la Guerra Fría, además de su trabajo académico, usó su experiencia y conocimientos para educar y asistir a los servicios militares y de Inteligencia de Estados Unidos. Como estudiante de mi padre, cada día a la mesa de cenar, así como a través de extensas lecturas y viajes propios, aprendí a respetar el genio malvado de Fidel Castro y seguí de cerca los movimientos cubanos en el tablero de ajedrez mundial.

Desde 1983 he vivido en Miami y he observado los giros y vueltas de las relaciones EEUU-Cuba, como un constante y trágico factor: Fidel Castro, y luego Raúl, ha encontrado siempre un modo de mantener su control totalitario sobre Cuba, en detrimento del largamente sufrido pueblo cubano.

Esto no fue culpa de Estados Unidos; fue culpa de los Castro. Ellos eligieron tomar como rehenes a un país entero y a sus millones de habitantes por décadas, para satisfacer su megalomanía y maximizar su poder personal y su riqueza. Si Fidel Castro hubiera mantenido su promesa inicial de instalar y mantener un gobierno democrático en Cuba, o si Raúl en cualquier momento después hubiera accedido a una transición de dictadura a democracia, como el general Pinochet hizo en Chile a finales de los 80, el embargo hubiera sido levantado y las relaciones diplomáticas normalizadas, y Cuba y su gente hubieran tenido el apoyo total de Estados Unidos.

Los Castro, desafortunadamente, han mostrado que ellos pueden mantener el control total de Cuba indefinidamente ante la política de línea dura de Estados Unidos, incluyendo el embargo comercial, mayormente por sus habilidades despiadadas y su brutalidad, pero también por la ayuda de la suerte (incluyendo el 9/11 y sus consecuencias, que enfocaron a Estados Unidos en adversarios más peligrosos). Ellos han mantenido el control en una variedad de contextos, durante y después de la Guerra Fría y luego de la enfermedad de Fidel en 2006. Nunca olvidaré la víspera de año nuevo de 1989, poco después de la caída del Muro de Berlín. Mi anfitrión costarricense y yo tuvimos un vigoroso debate mientras bebíamos mentiritas. Yo insistía en que el régimen de Castro caería en seis meses; él decía que en 12.

Entiendo el dolor que el cambio de política del presidente Obama ha causado en muchos amigos en la comunidad exiliada cubana. He simpatizado con ellos y su causa justa de una Cuba libre durante toda mi vida, incluidos mis 32 años en Miami.

Lo que los Castro han hecho a Cuba y su gente es un crimen horrendo –miles de personas asesinadas, millones exiliadas y cientos de millones empobrecidos– por más de cinco décadas.

Consecuentemente, la normalización de relaciones con los Castro todavía en el poder se siente como una humillante derrota para muchos exiliados cubanos, especialmente para aquellos de las generaciones más viejas. Como estadounidense cuyo país ganó la Guerra Fría y que está en el lado correcto de la Historia, no veo el cambio en la política EEUU-Cuba como una derrota. Más bien lo veo como una decisión del ganador de utilizar nuevos métodos para limpiar el reducto, mínimamente peligroso, del enemigo.

Muchos de los que critican el cambio de la política de Obama se quejan de que los abusos de Derechos Humanos, los ataques a disidentes y la hostil retórica antiamericana han continuado desde el anuncio del 17 de diciembre de 2014. Todo esto es cierto, pero todo esto ha estado pasando por décadas antes del cambio. La desafortunada realidad es que los Castro siempre fueron capaces de manejar el status quo antes del 17 de diciembre. Pero dudo que sean capaces de resistir la embestida de las olas masivas de turistas, empresas y periodistas estadounidenses.

Quizás los Castro puedan adaptarse a la nueva realidad y mantener el control de Cuba y su gente hasta la inevitable (pero talvez demorada debido a la longevidad de la familia Castro) solución biológica. Incluso si estuviera equivocado sobre la habilidad de los Castro de mantener el poder a pesar del masivo flujo estadounidense, creo que los 11 millones de rehenes que viven en Cuba estarán mejor económica, política y socialmente cuando el cambio de régimen, eventualmente, ocurra.

Los críticos del cambio de política del presidente Obama hacia Cuba, cubanoamericanos y no, se han quejado de que Obama no obtuvo ninguna concesión del régimen de Castro con respecto a los Derechos Humanos, o ni siquiera un progreso mínimo hacia la democracia. Quizás el Presidente trató profundamente de obtener estas concesiones pero le fue imposible. Quizás pareció tan dispuesto a normalizar relaciones que el régimen de Castro no vio necesidad de hacer concesiones y, por consiguiente, mantuvo su línea dura.

Dada la desafortunada historia del presidente Obama apaciguando regímenes dictatoriales antiestadounidenses, incluyendo a muchos más peligrosos que Cuba, por ejemplo, Rusia, Irán, China y Siria, es bastante probable que Obama llegó a un acuerdo más débil de lo que podría haber conseguido con una estrategia de negociación más dura.

Otra crítica válida a Obama en relación con su política hacia Cuba concierne a la manera en la que la presentó. En lugar de defender sin excusarse el embargo que ayudó a ganar la Guerra Fría mediante al sangrado de la Unión Soviética de miles de millones de dólares al año por 30 años, se disculpó por el embargo, como un fracaso de más de cinco décadas.

Obama debió culpar inequívocamente a los Castro por su completa responsabilidad en la miseria del pueblo cubano, destacando que buenas relaciones económicas y diplomáticas estuvieron siempre disponibles si los Castro hubiesen accedido a cesar sus abusos al pueblo cubano. Obama debió enfatizar que Fidel Castro es un perdedor que apostó al caballo equivocado –el comunismo soviético– en lugar de al capitalismo democrático.

En 1959, Cuba se estaba acercando rápidamente al estatus del primer mundo, muy por delante de España, por ejemplo, de acuerdo con cualquier medida social o económica. Hoy, Cuba es un caso perdido y España está sólidamente arraigada en el primer mundo.

El presidente Obama también debió haber dado las gracias expresamente a los miembros de la comunidad cubana en el exilio por sus importantes contribuciones a la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, a través de sus valientes y diligentes esfuerzos en el Ejército estadounidense y los servicios diplomáticos y de Inteligencia, así como en el sector privado. De esa manera, podría haber tranquilizado a los exiliados sobre que, como estadounidenses, son ganadores y que el cambio de política hacia Cuba es un cambio en las tácticas, diseñado para acabar con el último adversario de la Guerra Fría.

El presidente Obama de un ala anti-anticomunista del Partido Democrático y ha implementado una política exterior estadounidense basada en la debilidad. Entonces, no estoy sorprendido de que él no presentara ni implementara el cambio en la política hacia Cuba del modo en que me hubiera gustado: Del modo en el que el presidente Reagan o el presidente Romney lo hubieran hecho. Aun así, creo que la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba como propone el presidente Obama es, en general, un cambio positivo para Estados Unidos y para el pueblo cubano. El pueblo cubano no estará peor como resultado del cambio, y es casi seguro que estará mejor.

El tren estadounidense ha partido. La pasada semana, comités del Congreso, dominado por republicanos, dieron los primeros pasos para levantar las restricciones de viajes de estadounidenses a Cuba y las limitaciones de los bancos de comerciar con la isla.

Con la eliminación de las restricciones a turistas y empresas estadounidenses, al régimen de Castro le será difícil negarle al pueblo cubano (y a muchos miembros del régimen y simpatizantes que quieren hacer negocios con Estados Unidos) los beneficios económicos de este cambio, que la gente sabe que está en camino.

Ciertamente, los Castro y sus compinches se beneficiarán con creces en el corto plazo de un aumento de negocios con Estados Unidos, pero el pueblo cubano común –las personas más importantes para mi análisis– también se beneficiarán. Como resultado de la afluencia de estadounidenses, estarán mejor económica y políticamente cuando se produzca el inevitable cambio de régimen.

Dado que el cambio tiene un potencial alcista importante y una desventaja mínima, lo apoyo.