Psicología del huracán

Nadie ni nada escapa de su nombre. Nombrar es predestinar y los huracanes no son la excepción. Somos más hijos de nuestros nombres que de nuestros padres.

"Irma", variante o diminutivo del nombre Irmina, es de origen germano y significa, según la antropología onomástica, aquélla que tiene fuerza. Se diría que quienes lo escogieron para bautizar el huracán que azotó gran parte del Mar Caribe y el estado de la Florida en fechas aún recientes vislumbraban, meses antes de que el huracán fuera, que el noveno meteoro de la temporada amasaría un poder catastrófico. Bautizarlo fue predecir ese poder.

Aunque lo contrario también pudiera ser cierto: el poder del huracán no fue innato sino producto del nombre que se le adjudicó. De habérsele llamado Ángel o Dulce es probable que hubiera podido evitarse el siniestro. Hablo de probabilidades porque ángel también fue Luzbel y es prudente dar crédito a los refranes: del agua mansa, líbreme Dios.

No debería sorprender que el grado de ferocidad de estos fenómenos respondiera a una discrepancia entre su naturaleza más particular y el nombre escogido para cada uno; ni que su capacidad destructora denunciara su rebeldía ante la conducta impuesta por sus nombres. Nada más incómodo que un apelativo que lejos de responder a quienes somos nos fuerza a ser otros. Unos versos de Federico García Lorca ilustran esa extrañeza: Entre los juncos y la baja tarde, / ¡qué raro que me llame Federico! El titulo del poema al que corresponden no es menos sugerente: "De otro modo". ¿Cómo hubiera preferido llamarse el poeta?

Un huracán llamado Amparo no sabría qué hacer consigo mismo; uno llamado Homero, qué odiseas no provocar; uno llamado Moisés, qué inundaciones.

"María", el huracán que asoló Puerto Rico, es un ejemplo claro de los resultados que puede tener un bautizo contra natura. No es raro que el nombre de la madre de Jesús haya sido tan popular: los padres esperan que adjudicándolo a una hija o un hijo éstos desarrollen las virtudes de quien, como nadie, lo ennobleció. Los hay que no satisfechos con la previsión añaden, en el caso de las hembras, el nombre de Josefa, y en el caso de los varones, José, pretendiendo, además de masculinizar el de estos últimos, reunir en cada vástago a la Sagrada Familia o ponerlo al abrigo de ella. Un huracán llamado "María" es un potro salvaje revuelto contra una joven a quien le exigen domarlo y se aferra, porfiada, al pomo de la montura.

Habría que averiguar si los vecinos del barrio habanero de Jesús María son más virtuosos que los de los barrios colindantes y si el genio poético de José María Heredia debe algo a su nombre. Es natural que un pasodoble titulado Ángela María gozara de gran aceptación a mediados del siglo XX. Victoria de los Ángeles, la célebre soprano española, no hubiera podido cantar mal. María de los Ángeles Santana, actriz, cantante y vedette cubana, era un compendio de benefactores de altura: no debe de haber tenido un sólo problema en su vida. Hasta la abuela de Jesús velaba por ella.

No dudaré en firmar una carta donde se presente una queja ante quienes escogieron los nombres de "Irma" y "María" para personalizar a dos huracanes, y donde se demande una investigación del significado de aquellos nombres susceptibles de ser utilizados en temporadas futuras. Un huracán con un nombre comprometedor o en discrepancia con su yo más íntimo es una incitación al desastre.