Operación Carlota y sus secuelas en Cuba

Tropas cubanas en Cuito Cuanavale, Angola.

La guerra de Angola, en la que la isla intervino durante 16 años, dejó una secuela de traumas personales, mutilaciones y locuras. Como todas las guerras.

El 14 de noviembre, Michael Quintana hubiera cumplido 60 años. Pero hace dos años el exceso de alcohol lo mató de un infarto. Bebía mucho, comía poco y, a ratos, propinaba salvajes golpizas a su esposa e hijos.

Era un inadaptado social. Un desequilibrado. Trabajaba de custodio en una cafetería por moneda dura al sur de La Habana y el dinero que ganaba se lo gastaba en tomar ron de cuarta categoría con sus amigos.

Cuba guerra Angola.

No siempre fue así. En el verano de 1979, Quintana, navegó 15 días en un mercante comercial cubano hacia Luanda para participar en la guerra civil de Angola.

Era soldado de las tropas especiales de la FAR: Un grupo de élite entrenado con esmero por instructores de la otrora URSS y asesores vietnamitas. En los dos años que estuvo en Angola vivió experiencias horribles, me contó.

Regresó trastornado. Nunca recibió terapia médica. Como a todos los soldados diestros en el manejo del fusil, le costó adaptarse a la vida civil.

Joel tampoco recibirá un diploma por su participación en la guerra de Angola. En el otoño de 1975 voló en un vetusto avión Bristol Britannia a Luanda como parte de la Operación Carlota, nombre clave que utilizó el Gobierno de Fidel Castro en la contienda.

Dos veces más regresó a la selva angolana. Llegó a obtener el grado de Mayor. Quien lo conoció, quizás lo recuerde cantando música salsa en Acosta y 10 de Octubre, en la barriada habanera de La Víbora.

Los vecinos le decían "Pedrito", por su parecido físico con el cantante de la orquesta Los Van Van. Se vestía como un mamarracho y portaba un rústico bastón de madera. Cuando no estaba ebrio era un tipo sensato.

Al que quisiera escuchar, le contaba la génesis de su delirio. Una noche cerrada, rodeado por tropas de Jonas Savimbi, le llegó una información que tres soldados angolanos bajo su mando colaboraban con la UNITA.

En un juicio sumario fueron condenados a muerte. Para no develar su ubicación con una descarga de fusilería los ahorcó con sus propias manos.

Esa pesadilla le dañó su conciencia para siempre. Joel murió andrajoso y borracho una tarde lluviosa de 2009.

Jesús Morales era un piloto de categoría de aviones MIG. Un comunista tan convencido que lindaba con el fanatismo. Residía en un apartamento estrecho en el municipio Playa, al oeste de la capital.

Estaba casado con una rusa y con ella tuvo una hija. Su demencia fue gradual. Espiaba a su familia y sus vecinos. Enviaba informes a la Seguridad del Estado sobre las personas del barrio que escuchaban Radio Martí y sobre disidentes como el matrimonio de Oscar Chepe y Miriam Leyva.

En su intransigencia, llegó a prohibir en su casa el uso de divisas y la compra de cualquier mercancía que vendiesen en las shoppings. La legalización del dólar y la apertura al turismo fueron sus únicas diferencias con los Castro.

Jesús murió de un derrame cerebral, solo y abandonado. Su esposa y su hija habían huido del infierno familiar.

Casos como este abundan en la isla. La guerra de Angola, en la que Cuba intervino durante 16 años, dejó una secuela de traumas personales, mutilaciones y locuras. Como todas las guerras.

Tropas cubanas en Angola.

Más de 300.000 soldados tomaron parte en el conflicto. Según cifras oficiales, 2.655 cubanos murieron en los combates o fueron víctimas de las minas terrestres y el fuego amigo.

En su momento más crítico, Fidel Castro concentró 52.000 hombres y más de 1.000 carros de combate en el campo de operaciones. Desde una casona en el reparto Nuevo Vedado, apoltronado en una butaca de cuero negro, puntero en mano, dirigió a distancia las acciones bélicas, moviendo en una maqueta gigante tanques y soldados de calamina.

Según él mismo ha contado, en su obsesión por conocer al detalle el teatro de operaciones, envió un equipo audiovisual de las Fuerzas Armadas para que filmaran el campo de batalla.

Fidel Castro estaba al tanto del rancho que consumían sus tropas. Supervisaba personalmente el envío de chocolate, helado Coppelia y latas de sardinas.

En la decisiva batalla de Cuito Cuanavale, orientó construir con premura una pista de aterrizaje para aviones MIG.

Aun se desconoce el monto de dinero que dilapidó la autocracia verde olivo en la guerra civil angolana.

Si la prensa oficial detalla que un día de guerra en Irak le costó a Estados Unidos cientos de millones de dólares, ¿cuánto le costaron a Cuba las contiendas africanas en Angola y Etiopía? Sobre todo conociendo que la guerra de Angola no contaba con el apoyo financiero de la URSS.

Pero no sólo en materia económica o humana se debe evaluar el costo de la participación cubana en África.

También hubo un coste geopolítico. Es cierto que gracias a la victoria militar cubana Namibia fue independiente y la Sudáfrica del apartheid tuvo que rubricar su rendición y, posteriormente, ante la fuerza de lo evidente, liberar a Nelson Mandela y aceptar el juego democrático.

Pero se soslaya la alianza con la estrategia soviética, que entonces sostenía un diferendo con China: las tropas cubanas también combatieron contra Holden Roberto, que era financiado por Pekín.

Cuando se analice racionalmente el rol que tuvo Cuba en la guerra entre Somalia y Etiopía, se podrá entender el vacío de poder actual en Mogadiscio. Fidel Castro apoyó en su momento al Gobierno de Siad Barre.

Pero luego, cuando la Etiopia de Mengitus Haile Mariam se alineó con el marxismo, ayudó a las tropas etíopes a ganar batallas importantes en Ogadén. Después Somalia se ha erigido en un país sin ley. No sólo el "imperialismo yanqui" es el culpable. Pero más importante que la geopolítica es el factor humano.

Cuando este 5 de noviembre se cumplan 40 años de la Operación Carlota, no se debe olvidar a los miles que regresaron de Angola dementes, mutilados o en un ataúd de madera. Un minuto de silencio por ellos.