Nuestros ídolos están muriendo

Estadio de Béisbol en Williamsport, Pennsylvania.

Nuestro supervisor nos envió una nota en las que nos enumeraba los jugadores de béisbol que habían fallecido últimamente y nos sugería que escribiéramos una nota sobre el particular y añadía “quizás por proximidad generacional debe ser Rafael” el que la haga.

Siempre he percibido que el hacer referencia a mi generación era una forma caballerosa y educada de decirme viejo. Pero al revisar la edad del fallecimiento de esos grandes jugadores me percaté que soy más joven que los más viejos y más viejo que los más jóvenes de ese insigne grupo. Así que, efectivamente, estoy justo en el medio de esa generación, o sea más que proximidad.

Estos desaparecidos peloteros fueron los ídolos de mi adolescencia y juventud. Veamos quienes fueron estos virtuosos del diamante.

De los fallecidos en más o menos los últimos 2 meses el de más reciente deceso fue Joe Morgan, indudablemente una de la mejores segunda base de todos los tiempos. Morgan acaba de morir a la edad de 77 años. Jugó para seis equipos pero se le recuerda como miembro de la “Gran Maquinaria Roja” del Cincinnati donde hacía una excelente combinación de doble plays con el torpedero David Concepción.

Morgan fue exaltado al Salón de la Fama en 1990. Después de su carrera en el béisbol, Morgan trabajó como comentarista deportivo. En esta nueva disciplina nunca alcanzó la altura de su época de atleta.

Whitey Ford, el gran lanzador de los Yankees de New York, murió recientemente a los 92 años de edad. Perteneció al gran equipo neoyorquino de Mantle, Maris, Martin, Berra y otras luminarias de esa era. Ese elenco de estrellas le permitió ganar varias Series Mundiales. Terminó con promedio de efectividad de 2.75, siempre con los Yankees. Entró en Cooperstown en 1974.

Otro grande que perdimos recientemente fue Al Kaline que también pasó toda su carrera con un solo equipo, en su caso con los Tigres de Detroit. Kaline hizo tal impacto en Detroit que se le conocía como Mr. Tigre. Nuestro amigo Orlando Peña que pasó 14 años en Grandes Ligas, donde se enfrentó varias veces a Kaline y también fue su compañero de equipo, nos decía que fue el mejor jardinero que vio jugar en su vida.

Kaline bateó 3,007 hits y lo hizo con gran poder. Su actuación lo llevó al salón de los inmortales en 1980. Murió a los 85 años.

Tom Seaver fue el que más joven murió de los que hemos perdido, a la edad de 75 años. En su carrera jugó con unos cuantos uniformes pero se le conocía más por haber jugado con los Mets de New York y en especial en 1969 donde el llevó su equipo a la cúspide del pasatiempo donde adquirieron el sobrenombre famoso de “Los Milagrosos Mets”.

Seaver ganó en su carrera 311 juegos con promedio de efectividad de 2.86. Fue introducido al Salón de la Fama en 1992.

Lou Brock nació el mismo año que yo, así que ahí hay más que proximidad. Murió a los 81 años. Se le considera el mejor robador de bases del siglo habiendo llegado a la siguiente almohadilla sin permiso de nadie en 938 ocasiones. Bateó 3,023 hits y se inició como inquilino de Cooperstown en 1985. A Brock lo recordamos por su actuación en los Cardenales de San Luis, aunque militó en otras franquicias

Bob Gibson es el último de los héroes perdidos recientemente que vamos a reseñar en esta crónica. Quizás no haya sido el lanzador más dominante del béisbol pero seguro que fue el más intimidante de todos. Gibson no le cedía “su” espacio del home plate a ningún bateador y si éste no se quitaba le hacía saber que él lo quitaría. Murió hace muy poco a los 83 años de edad.

Gibson jugó siempre con los Cardenales y terminó con un promedio de por vida de 2.96. Lo eligieron al Salón de la Fama en 1981. Fue un tremendo atleta, temible bateador, jugó baloncesto profesional y compitió en atletismo

Estos atletas, en su mayor parte jugaron toda su carrera o mayormente en una misma organización. Uno se acostumbraba a que era parte de ese equipo y en los esporádicos casos en que por alguna circunstancia cambiaban de novena, nos lucía algo desagradable e inusitado. Eran casi como conocidos íntimos o parte de nuestro entorno. Eran los ídolos de nuestra juventud.