Impudicia senil

Fotografía de archivo de una cárcel.

Debemos manifestarnos sin dobleces, sin discursos por duplicado, sin medias tintas, y decir que una dictadura es una aberración aunque se disfrace de angelical, de solidaria, de paternalista
Petar salió por la puerta delantera de la tienda con una bolsa en cada mano. Chucho lo esperaba en la acera de enfrente y comenzaron a caminar en la misma dirección con la avenida mediante. El búlgaro cruzó la calle y pasó frente al museo napoleónico y en la facultad de Filología. Chucho lo estaba esperando bajo la sombra de un framboyán, le preguntó si había podido comprar todo, Petar asintió y le dio las bolsas, Chucho miró hacia los lados y luego metió la mano en el bolsillo, antes de que la extrajese salieron de detrás de los arbustos dos hombres vestidos de civil y se abalanzaron de inmediato sobre Chucho, al que redujeron, mientras que al búlgaro le pidieron con modales más atenuados que permaneciese en el mismo sitio.

Súbitamente llegaron dos hombres más, uniformados de policías, y después de intercambiar algunas directrices procedieron a llevarse a los dos muchachos y a las dos bolsas de compras a la comisaría de Zapata y C.

A las dos horas salió por la escalera de la puerta principal hacia la calle, el ciudadano búlgaro que vivía en La Habana, porque el padre estaba destinado como técnico extranjero en la isla. Chucho no salió. Al menos no a la calle.

A los seis días fue expelido rumbo a la prisión del combinado del Este, donde esperó juicio durante seis meses por posesión ilegal de divisas. Al final pasó cuatro años preso, se le sumaron la posesión de divisas con el comercio ilegal.

Cuando llevaba dos años de escarnios, soportando una vida que no estaba hecha para su delicadeza, regida por verdaderos delincuentes que no dudaban en clavar todos y cada uno de sus objetos puntiagudos en lo que se terciase, el gobierno del Partido anunció que entraba en vigor la nueva ley que despenalizaba la posesión de divisas para los cubanos. E incluso se les empezaba a permitir entrar a comprar en las tiendas para turistas, las que de hecho vivían de las compras ilegales ya que los turistas solían arribar a Cuba con su cupo de blue jeans cubiertos, eran poco frecuentes los que visitaban la isla para retornar a sus países con suvenires como ventiladores, tocadiscos, camisetas de brillo o chancletas fucsia refulgente en cantidades generosas.

A Chucho ni le avisaron los guardias mientras lavaba los calzoncillos de uno de los guapos de la galera en que estaba, ni cuando acudió esa tarde a la enfermería a curar el agujero de la chaveta que le había ocasionado en su nalga derecha por no dejarse abusar los primeros días por un grupo de violadores.

Se enteró por los rumores. Entonces esperó feliz a su abogado con el cual tenía visita en breve, para preguntarle cuando saldría de aquel agujero al que había entrado solo por querer vender unos camisetas y unos vaqueros entre los vecinos para ganarse unos pesos y de paso mantener contento al vecindario, pero casi le da el mismo soponcio que le dio el caluroso día en que el Juez dictó la sentencia de cuatro años de prisión. El abogado le dijo que la ley no era con carácter retroactivo, le comunicó que debía cumplir los años que le quedaban.

Esa noche Chucho se hizo un tajo en su muñeca, a partir de ahí debería ir a curarse otro agujero más a la enfermería, pero la oquedad que le infligieron en su vida no había enfermero, médico ni brujo que lograse alivianarlo.

Al ver como se desdice de la teoría de la evolución, del comunismo científico, del ostracismo a los religiosos practicantes, a los que no fuesen estrictamente marxistas, al mismo dictador que sostenía aquella ley caprichosa por la cual fueron presos muchos cubanos que querían lucir un pantalón alejado de la estética soviética o china, el que de la noche a la mañana cambió su propia ley, despenalizó y beatificó los dólares para sus amigo ministros y demás altos cargos, no solo sin indemnizar a los damnificados como Chucho sino sin liberarlos con indultos o amnistías y ni siquiera hacer un mea culpa admitiendo la extrema crueldad de aquella disposición caprichosa, no solo me dan arcadas por lo inasimilable e inasumible de su actitud en materia de vergüenza y decoro, sino que reclamo que ese ser dé cuentas públicamente, ya no solo por el dolor causado sino por la evidencia de que estos caprichos eran producto de una falta total de escrúpulos para mantenerse en el poder, prueba de que no existe ni siquiera la convicción del malvado en el mal, sino la del oportunista en la ocasión.

Al no ser feligrés, desconozco que pretende la Iglesia Católica poseedora de un hegemónico poder milenario al simpatizar con un régimen que ostenta un poder sensiblemente menor y en decadencia, pero que paradójicamente aún despierta simpatías entre los desposeídos por una suerte de perverso proselitismo.

Pero pienso que de una vez y por todas debemos manifestarnos sin ambages, sin dobleces, sin discursos por duplicado, sin medias tintas, y decir que una dictadura es una aberración aunque se disfrace de angelical, de solidaria, de paternalista.

No se la defiende, no se la apaña, no se la justifica, solo cabe condenarla o ser su cómplice.