La Habana sin bicicleta y sin los cinco espías

Wichy y Helvetiella frente al Capitolio de La Habana

“Una biografía de Khaddafi, editada hace veinte años, visto como héroe revolucionario y no como el demente genocida que fue, le viene muy bien al turista “izquierdoso” que va a la isla”, observa el guionista cubano Wichy García Fuentes.

Su luna de miel finalizó en La Habana, si acaso es que termina el viaje. Con una mexicana tan bella cualquiera se casaría mil veces y estaría reafirmando los votos nupciales, indefinidamente, en el Caribe. Pero este es el caso de un viaje lleno de ilusiones y temores, a partes iguales. Había que hacerlo, sin embargo.

Casi una década de ausencia, unos padres que esperan allí donde dicen están cambiando las cosas, y una ciudad convertida en ruinas y en llanto. Eso lo sabía el artista, el periodista inquieto y enamorado de las nuevas tecnologías de la comunicación. Su mujer le pidió que anduviera con cuidado, que, si podía, evitara los contactos peligrosos con la oposición. Tiene todo el sentido del mundo viajar limpio de polvo y paja, pero también tiene lógica ser transgresor. ¿Acaso no han firmado ya las paces?

Sí, Estados Unidos observa. Y Cuba, ¿qué hace?

Esta conversación que presentamos más abajo es un pase rápido por lo que vio el bloguero Jorge Luis (Wichy) García Fuentes, director de teatro, guionista y columnista de opinión en la revista Replicante, de México. Él vive en Hermosillo, la capital del desierto de Sonora. Vive muy cerca de la frontera con Estados Unidos pero por su cabeza no ha pasado cruzar.

Este verano, él y su mujer, Helvetiella Espinoza, visitaron primero por el DF y a continuación volaron a La Habana.

¿Cuánto tiempo sin visitar la isla?

Llevaba unos ocho años sin pisar mi ciudad, que es un período más que suficiente para adaptarse a vivir en otra parte, pero no tanto como para desprenderse del todo de aquel lugar en el que se vivió por casi cuatro décadas.

¿Cómo encontraste el tejido social, la economía doméstica?

La gente sigue sobreviviendo más o menos como lo hace desde que pasó aquella pesadilla de mega recesión llamada eufemísticamente “período especial”. La recesión continúa, pero como todavía el estado recibe un subsidio muy generoso del chavismo, además del aporte de futuros acreedores internacionales, los apagones, por ejemplo, ya no son un castigo constante. La gente va sobreviviendo como puede, resolviendo por aquí y por allá, robando algo por aquí, sobornando por allá, manteniendo aquella misma economía subterránea que ha sostenido al castrismo por tanto tiempo, y que se alimenta del invento popular tanto como de las remesas que llegan del exterior.

Me sorprendió comprobar que, por ejemplo, las bicicletas han desaparecido de la ciudad, aquel “pueblo bicicletal” que predijera Virgilio Piñera en su cuento Concilio y discurso, y que se materializase durante la crisis de los noventa, ya no existe. El transporte tuvo una mejoría sospechosa. Y digo “sospechosa” porque, aunque me subí a unas guagüitas Yutón, que por sólo cinco pesos (MN) te llevan distancias largas con todo y aire acondicionado, no podría garantizarte cuánto va a durar ese parque circulando sin problemas por ahí. Ya sabemos por experiencia que allá las cosas se van rompiendo, los repuestos se desaparecen y al final todo vuelve al punto de partida.

¿Viste algún cambio en la actitud socio-política de la gente común?

En rigor, no. Desde afuera uno se entera de los movimientos pro-democracia, de la represión a las Damas de Blanco, de las sesiones en Estado de Sats, etc., pero en la población cubana nada de eso tiene influencia real, por desgracia. La gente sigue hablando mal del gobierno como siempre, pero en plan doméstico, sin conciencia cívica alguna. Aunque ahora existan medios como el famoso “paquete” de internet, en el que pueden ver noticias del extranjero y puntos de vista opuestos al del régimen, la apatía política es lo que prevalece. El cubano medio se queja todo el tiempo, pero sigue ignorando que no tiene derechos humanos, porque ni siquiera tiene conciencia clara de lo que significa ese concepto, a no ser “meterse en problemas”. Hoy por hoy, el pueblo cubano en general no está ni medianamente listo para protestar pacíficamente, para rebelarse o salir a las calles a exigir democracia, porque ya olvidó, o nunca aprendió, de qué se trata eso.

El humor en la televisión, por ejemplo, ha cambiado mucho. Ahora se hacen chistes del sistema de una manera en que hace diez años ni siquiera podíamos soñar. Pero igual se sigue jugando con la cadena sin tocar al mono, lo cual me lleva a pensar que no se trata de algo casual, sino de una estrategia muy bien pensada, y que se encamina a crear un clima de libertad de pensamiento que en verdad no existe.

Esa foto de libros de Fidel, Chávez y Khaddafi en anaqueles de La Habana asusta, ¿no?

Biografías de dictadores en anaqueles de libreros particulares, en La Habana (foto de Wichy García)

Es curioso, pero puedo aventurar que, al menos en ese caso, no se trata de una política oficial. De hecho otra de mis grandes sorpresas, amén de las incontables banderas norteamericanas que aparecen por todos lados, fue constatar la ausencia de los habituales carteles en contra del imperialismo, de aquellas vallas publicitarias con mensajes ideológicos. Ni siquiera los cinco espías aparecen ya por todas partes, como años atrás. Los libreros de segunda mano están ubicados en zonas donde transita el turista, son cuentapropistas y consiguen cualquier cosa con tal de vender. Una biografía de Khaddafi, editada hace veinte años, visto como héroe revolucionario y no como el demente genocida que fue, le viene muy bien al turista izquierdoso que va a la isla a buscar, además de disfrute hedonista, un refuerzo de su ideología. Los libreros conocen ese mercado muy bien, y lo aprovechan. Por eso las estanterías de El Vedado y la Plaza de Armas están desbordadas con libelos sobre (o escritos por) el Che Guevara, a niveles francamente absurdos. Y es que el turista de izquierdas viene a buscar esas bazofias literarias, y se las lleva con igual pasión que las boinas, las camisetas y los llaveros con la imagen de Korda.

Como periodista de opinión (con opiniones abiertamente contestatarias), ¿tuviste temores una vez allí?

La habilitación de mi pasaporte –ese cuño sucedáneo del infame permiso de entrada, y que en la práctica funciona igual que aquel– me tomó desprevenido. Supuse que algunas estrategias estaban cambiando desde los simulacros de apertura raulista encaminados a dar la impresión de cambio, y que por ello quizás visitar a mis padres no sería un problema grave. Tengo la impresión de que las autoridades en estos momentos viven una época de caos organizativo respecto al control ideológico de sus fronteras. A unos les permiten entrar y a otros no, dejan salir a unos y a otros les quitan el documento sin que aparentemente exista un criterio único, oficial, como si improvisaran sobre la marcha.

Por otra parte creo que mis artículos , al ser publicados online, no tienen influencia real en un país donde el internet todavía es un lujo, y eso me libera en buena medida de una eventual “peligrosidad”.

¿Por qué establecerse en México y no venir a Estados Unidos, como la mayoría de los cubanos?

Se suele creer que los cubanos sólo vienen a México para seguir camino a los Estados Unidos, y aunque muchos sí lo hacen, otros tantos nos quedamos acá, junto a miles de emigrados de otros países.

En mi caso personal, fue una decisión basada en oportunidades profesionales. Entiendo que muchos cubanos encuentren en La Florida un medio adecuado para sobrevivir, desde trabajar en la caja de un supermercado hasta echar a andar empresa propia, pero en mi caso, que soy malo para los negocios y vivo de la escritura y las artes escénicas, cuando visité Miami hace unos quince años estimé que no era el lugar ideal para proseguir con mi carrera. México me puso en bandeja lo que andaba buscando y lo aproveché. Acá el nivel de vida no es tan alto, pero sí se me hizo posible subsistir, con aceptable confort, más o menos de lo mismo que hacía en Cuba.

Y como en México, ya sabes, andamos regados por todo el planeta. El cubaneo abundante en USA a veces produce una especie de “miamicentrismo” en el pensamiento del exilio, y no sólo se induce a creer que la verdadera y auténtica emigración cubana es la que vive a poco más de noventa millas de La Habana, sino que muchos se sorprenden de que elijamos destinos tan diversos como Hermosillo, Copenhague o Guayaquil. El hecho concreto es que seguimos marchándonos de Cuba hacia todas partes –con preferencia por La Florida, evidentemente– y que ello nos ha definido culturalmente desde hace medio siglo.