"La chusma diligente" en la Cumbre de las Américas

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Activistas lesionados tras ataque de turbas oficialistas cubanas.

El autor comenta algunos de los hechos que han tenido lugar en Panamá.

La imagen de un grupo de cubanos agrediendo a otro verbalmente, golpeándolo, pateándolo, siempre en nombre de una abstracción que tanto los esbirros como sus mentores –entre los que pueden figurar desde trogloditas hasta altos representantes de la cultura oficial– llaman patria, no debería serme extraña, pero continúa siéndomelo. No hay vez que esa imagen me salga al paso que no me pille desprevenido, que no me fuerce a hacer un alto para cerciorarme de su actualidad, aunque la vez anterior me jurara que la sorpresa no volvería a contribuir a la indignación, el desaliento e incluso la ira contra mí mismo que acaba ganándome cada vez que me expongo a estos actos.

Ira por olvidar el grado de abyección que sufrimos y que se perfila incurable; ira por las ilusiones en torno al destino de Cuba que aún, tonto, me arriesgo a hacerme; ira por no haber atinado a aceptar, después de cincuenta años de exilio, que el país en el que he permanecido mental, emocional y culturalmente arraigado, a pesar de mi distanciamiento físico, el único país del que me siento parte, va teniendo poco que ver con aquél cuya redención esperé desde la consumación de mi niñez, seguro de que más tarde o más temprano la decencia prevalecería y el recuerdo de las turbas organizadas para avasallar e intimidar a otros cubanos serían, además de un fenómeno distante, motivo de contrición.

Un apunte olvidado de José Martí viene al caso: Mi tierra tiene que ser "purificada" como el establo de Augias: hay que volcar sobre ella un río –hay que torcer sobre ella un río–. Martí alude a uno de los trabajos de Hércules, héroe de la mitología clásica a quien se le encomendó fregar las caballerizas de un rey donde la acumulación de estiércol era de tal magnitud que ponía en duda la habilidad del forzudo para coronar exitosamente su empresa. Ese río, antes de volcarse sobre Cuba –donde la mugre desborda las fronteras nacionales y alcanza otros países del continente que lejos de rechazarla se aficionan a ella– debe volcarse sobre cada cubano. No en balde el personaje cómico más admirado de la antigua radio de la isla, un sinvergüenza empedernido, no sólo continúa gozando de popularidad entre nosotros, sus compatriotas, sino en esos países y en las comunidades de hispanohablantes que residen en Estados Unidos: Es un arquetipo que tan pronto vemos encarnar en un bribón patriotero y sin escrúpulos, como en un Jefe de Estado.

El poema más célebre de Gertrudis Gómez de Avellaneda, "Al partir", escrito el 9 de abril de 1838 a los 22 años de edad, a bordo del buque que la trasladaba a España, muestra a la joven despidiéndose de Cuba y empleando una expresión que el cubano promedio llegó a malentender:

¡Voy a partir!... La chusma diligente
para apartarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.

Chusma, voz de origen griego, llegó al castellano a través de Italia y tiene varias acepciones, entre ellas, galeote, es decir, hombre condenado a remar en las galeras del rey. Y es en este sentido que la Avellaneda la utiliza, acompañándola de un calificativo no exento de ironía: diligente. Los galeotes, grupos de esclavos donde coincidían delincuentes de la peor ralea, soldados de ejércitos vencidos y hasta algún noble caído en desgracia, se esmeran en el trámite de separar a la escritora de Cuba, y algo más curioso aun: Cuentan con la complicidad de los aires de la isla, émulos precoces de los vientos de la Historia.

El cubano posterior descartó esa acepción naval de la palabra chusma en beneficio de otras que el diccionario también registra: Gente soez, persona de ademanes groseros y comportamiento vulgar. Nada de arbitrario hubo en su predilección: Una lacra (la incivilidad) sustituía a la otra (la esclavitud): Mientras los remeros forzados desaparecían ante la superioridad de las embarcaciones de vapor, la canalla terrestre prosperaba al punto de gozar de la anuencia del poder, al que también tendría acceso exhibiendo, con orgullo zafio, su naturaleza burda.

Lo que no desapareció fue la diligencia. La participación de la chusma insular en la VII Cumbre de las Américas, su servilismo atroz, la revela tan escrupulosa en la ejecución de sus deberes como los galeotes de la Avellaneda.