Retrato de un hombre bueno

Marta Pérez, en una escena de la zarzuela "Cecilia Valdés", en la Plaza de la Catedral diseñada por Demetrio Menéndez en 1970. Miami-Dade County Auditorium.

El autor recuerda a un compatriota cuyo trabajo y cuya persona ennoblecían al exilio cubano.

Demetrio Menéndez, escenógrafo y diseñador de luces nacido en La Habana, uno de los fundadores de la Sociedad Pro Arte Grateli, falleció en Miami el pasado 14 de octubre a los 85 años de edad. Estas palabras son un testimonio de amistad y de admiración al artista y al ser humano.

Demetrio Menéndez.

Miami, la ciudad soleada por excelencia -capital del sol, certifica una frase-, tiene en estos días un lugar oscuro; oscuro como un agujero negro que amenazara tragarse, además de una época, un modo de ser y de soñar a Cuba. Y ese lugar es el escenario del Miami-Dade County Auditorium. La oscuridad no es gratuita: ha muerto su mejor amigo, el mejor de cuantos ese escenario conoció; el que solía madrugar y compartir con él algo más precioso que la música y el aplauso: el silencio, la expresión risueña y la taza de café. Ha muerto el amigo que solía llenarlo de luces y formas que, aun evocando la realidad, la trascendían, no eran sino su quintaesencia, aquello que de la realidad hacía falta para darnos la ilusión de que el mundo, tan complejo, era así de sencillo.

Ha muerto el amigo que le permitió a ese escenario imaginarse La Habana, ser La Habana, plantando en él un calco de su catedral; el amigo que le permitió a ese escenario imaginarse París, ser París, reproduciendo en él una sala del Restaurante Maxim´s; el amigo que le permitió imaginarse España, ser España, porque, además de llenarlo de calles y fachadas madrileñas, lo llenó de bosques y sierras, pastos y senderos donde un día se personó El Quijote, y con el Quijote, milagro de milagros, la hija de este hombre transformada en Dulcinea, es decir, en una mujer redimida por el único milagro que no ha perdido valor, el único milagro en el que aún, tristes, nos arriesgamos a creer: el milagro del amor.

Al mejor amigo del escenario del Miami-Dade County Auditorium tienen que haberle dolido los clavos que se clavaban sobre ese escenario, los golpes que se daban en él, los objetos que caían o se arrastraban sobre él y los ruidos que pudieran haberlo ensordecido. Tienen que haberle dolido los impostores que utilizaban ese escenario como pedestal y la torpeza de los públicos que no sabían apreciar la excelencia de los artistas verdaderos, porque el mejor amigo del escenario del Miami-Dade County Auditorium era, él mismo, un artista.

Era, además de escenógrafo, fotógrafo y músico, un amante de la naturaleza, un auténtico hombre de fe, un maestro de la luz, un diseñador de las tonalidades y perspectivas que la luz puede adoptar, y nadie que trasiega tanto con la luz puede evitar el contagio. Aunque es posible que el beneficio haya sido mutuo y que la luz también saliera beneficiada, porque en la madera de que estaba hecho este hombre no había una veta de sombra.

El mejor amigo del escenario del Miami-Dade County Auditorium rezumaba decencia y placidez, y ese escenario y quienes lo frecuentaban se lo agradecían, veían en él una suerte de talismán humano. Si él estaba allí todo iría mejor, y si iba mal, él sabría servirles de paño de lágrimas, restar importancia al fracaso e incluso reducir sus honorarios o renunciar a ellos para que el empresario en aprietos, o el artista desdoblado en empresario, además de volver a casa más tranquilo, conservara la pasión por el teatro, el baile y la música, y quién sabe si la fe en la humanidad.

Su mujer ha destacado la maravilla de su carácter: no exagera. Este hombre amansaba el mundo, forzaba al mundo a ser menos zafio, y por su decencia lo forzaba a ser más decente, y por su humildad, a ser más humilde. Era un hombre inmune a las bribonadas y la vanidad.

El mejor amigo del escenario del Miami-Dade County Auditorium iba y venía entre telones negros y pintados por él indicando dónde situar los decorados, plataformas,instrumentos musicales, atriles, micrófonos, plantas ornamentales y máquinas de humo, o colocándolos él mismo, y sus pies no parecían rozar el suelo, temeroso, quizás, de dañar la superficie de aquel entramado cuya delicadeza debe de haber percibido y donde había visto posarse las zapatillas de Margot Fonteyn, alguien a quien había iluminado, a quien había seguido con un reflector por varios países como seguiríamos nosotros a un ángel que atravesara nuestro dormitorio y nos sonriera; alguien, acaso, cuyas huellas aún entreveía dibujadas sobre el piso de tablas y temía borrar.

No ha desaparecido un hombre más: ha desaparecido un hombre bueno, intrínsecamente bueno. Y la desaparición de su bondad nos empobrece a todos. Adiós a los barrios y paisajes de España que, sin cruzar el Atlántico, veíamos llenarse de gente y música desde la remota Florida; adiós al Maxim´s que nos abría las puertas y mostraba su enorme lámpara lacrimosa, tan amiga de repartir guiños y provocar sonrisas; adiós a la Catedral que nos repatriaba.

El escenario del Miami-Dade County Auditorium tiene razones para estar a oscuras. Nosotros, escenarios de tantas cosas, también lo estamos.