José Díaz Pimienta, pirata cubano de San Juan de los Remedios

Cuentan que pronto el pirata isleño dio pruebas de gran valor y que hubo una ocasión en que, al abordaje de una nave española, recibió tal golpe de alfanje en pecho y barriga que las tripas se le desparramaron por sobre cubierta.

En 2007, con el demagógico fin de congraciarse con la influyente comunidad hebrea venezolana, la entonces candidata a la presidencia de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, mencionó durante un discurso ante el Centro de Estudios Sefardíes de Caracas al fraile José Díaz Pimienta como un judío venezolano quemado vivo por la Santa Inquisición debido al hecho de ser el reo un dechado de virtudes contestatarias.

La actual mandataria argentina, que no parece ser precisamente una lumbrera, estaría doblemente errada en su discurso de acercamiento a la comunidad hebrea venezolana pues Pimienta no sería quemado vivo, sino muerto, quiere decir, estrangulado antes y después quemado, quemado muerto, y lo más importante, no sería un judío venezolano, sino un católico cubano que, acorde a la circunstancia, cambiaría del catolicismo al judaísmo con la misma facilidad con que cambiaría de casaca.

Y no deja de ser cierto que José Díaz Pimienta fue fraile, pero tampoco es menos cierto que fue además un falsificador, aventurero y pícaro de siete suelas y, sobre todo, un pirata cubano, entre los más documentados de los depredadores isleños de la mar. El profesor Richard Gottheil de la Universidad Columbia, en Nueva York, publicó un artículo titulado Fray Joseph Díaz Pimienta, Alias Abraham Díaz Pimienta en la revista de la Sociedad Judía Americana de la Historia, No. 9 de 1901, dando cuenta de su estudio en los archivos de Sevilla, septiembre de 1900, de los documentos inquisitoriales correspondientes al Auto de Fe realizado en esa ciudad el 25 de julio de 1720, del que resultó estrangulado y quemado el mencionado fraile por haberse convertido al judaísmo; y es verdad que sería estrangulado y quemado por judío pero también lo es que, acorde a las conveniencias, el pirata pasaba unas veces por cristiano y otras por judío.

Acorde con el informe escrito por los eficientes oficiales del Santo Oficio de la Inquisición en Sevilla, fray José habría nacido en el pueblo de San Juan de los Remedios, en la actual provincia de Villa Clara en Cuba, y según los documentos bautismales tenía treinta y dos años de edad al morir, aunque el reo declararía tener treinta y seis, y fue bautizado y confirmado en la ciudad de La Habana, mientras que a la edad de nueve años su padre lo envió a esa ciudad a estudiar dos años y medio para luego ir al convento de Nuestra Señora de la Benevolencia como un miembro laico en espera de la edad adecuada para tomar el hábito de monje, lo que vino a suceder el 24 de septiembre de 1706 al ser admitido como fraile de la mencionada orden.

Pero sucede que el díscolo Pimienta escapa del convento dos meses después de su ordenación para permanecer cerca de diez meses en casa de sus padres, pasados los cuales retorna al monasterio pero, un año y medio después, pide permiso a sus superiores con el fin, según declara, de viajar y completar sus estudios, pero los superiores que de tontos no tienen un pelo se lo niegan.

Entonces, cabra que tira al monte, el futuro filibustero se da a la fuga nuevamente para arribar a Caracas (hecho del cual probablemente provenga el error de la política del cono sur al darle al sujeto ciudadanía venezolana) y después a Veracruz, y de acá a Puebla, donde, tras falsificar su partida de bautismo, el Obispo de la ciudad mexicana lo autoriza para ser ordenado como sacerdote después de estudiar gramática y moral en el Convento de Puebla, por lo que nombrado vicediácono de la orden oficia misa en dicha ciudad y, al transcurrir cuatro meses, regresa a La Habana donde el Obispo le retira los títulos al conocer que no tenía la edad suficiente para ser ordenado.

Por dicho motivo el problemático Pimienta es recluido en un convento donde debía cumplir su noviciado pero, ni loco, el futuro filibustero se fuga varias veces por lo que es encerrado en una cárcel, de donde logra escapar, yendo después a Puerto Príncipe, actual Camagüey, donde falsifica un permiso del Obispo para poder viajar a la Nueva España, México, con el plan de partir posteriormente hacia la isla de Curazao, una posesión holandesa en el Caribe, con la supuesta intención de convertirse al judaísmo.

Pero antes, en algún momento de su azarosa existencia, Pimienta porta los hábitos al cuidado del denominado Padre Procurador General de la Redención, ocupación eclesial que no es otra que la de rescatador de cautivos, suerte de negociador moderno, dedicado al empeño de liberar a los cautivos españoles de piratas, corsarios y otros de la misma ralea que pululaban al acecho por entre los mares de Europa y las Indias, acordando con los bandidos del mar un precio por los rescates.

Parece ser que acompañando al Padre Procurador General de la Redención en las dichas negociaciones fue que fray José Díaz Pimienta entra en contacto con el ambiente de la piratería, y parecer ser también que a su alma aventurera aquel oficio de salteador de los mares debió serle mucho más atractivo que el aburrido oficio de fraile, por lo que a poco que el padre redentor fallece, y habiéndosele dado el cargo antedicho, no tuvo mayores problemas de conciencia nuestro Pimienta en malversar, una y otra vez, los fondos de rescate de cautivos, de manera que según los informes inquisitoriales "en breve tiempo gastó la mayor parte del caudal de los cautivos en vicios y maldades". Por lo que, enterado el perdulario de la llegada desde España del vicario general, sabiendo las malas y seguras consecuencias para su persona que se desprenderían de una fiscalización de la caja, se decidió entonces a saltar definitivamente el muro del convento, no sin antes hacerse acompañar de seis mil pesos que tomó para su uso.

Este es el punto en que la vida de Pimienta da el giro definitivo que lo llevaría a Curazao, punto que suelen pasar por alto los interesados en construirle una hagiografía de lo políticamente correcto al personaje, país que se había convertido en refugio seguro de muchos judíos sefardíes que, habiendo sido expulsados de España y posteriormente de Portugal, encontraron aceptación en la pequeña isla caribeña. Entonces nada más arribar a Curazao, ni corto ni perezoso, nuestro buen fraile abjura de la religión cristiana para abrazar la religión judía, se circuncida, acepta los nuevos ritos y toma el nombre de Abraham Díaz Pimienta, dando por otro lado inicio al oficio de aventurero y pirata.

El expediente inquisitorial hace constar que Pimienta llegó a Curazao el día 6 de febrero de 1715 y que en una conversación con los judíos allí establecidos se quitó el hábito de monje y se fue a vivir en la casa de un judío que sería su padrino de conversión y quien le entregó trescientos pesos, y que él le contó al judío que su madre y abuela habían sido judías y que su progenitora le había aconsejado que viviese siempre en un lugar donde hubiese judíos, ya que él huía de la Inquisición.

Tras esta revelación de que la madre era judía, le dieron un esclavo negro como sirviente y algunos libros sobre las leyes judías, en los que se explicaban cosas tales como no comer mantequilla con la misma cuchara de comer carne, ni tampoco con el mismo cuchillo ni plato, o que el sábado era para ser observado no encendiendo fuego ni fumando, hasta llegar a 132 preceptos.

También se cuenta en el informe que Pimienta realizó otras ceremonias judaizantes y que después de todo ello se fue en un navío a Bahía Honda, en Cuba, donde recolectó más de quinientos pesos de manera que pudiese mantener cómodamente las estrictas regulaciones judías pero que al encontrar que estas eran muchas, optó por no observar ninguna excepto, claro, cuando otros judíos estaban presentes. La relación del Santo Oficio asegura que al regreso a Curazao y durante el camino Pimienta no hizo más que rezar letanías a Nuestra Señora de las Salvas, “siendo que estaba ya cansado de ser un judío o por cierta veneración que aun tenía por la fe católica”.

Cuentan por otra parte que pronto el pirata isleño dio pruebas de gran valor y que hubo una ocasión en que, al abordaje de una nave española, recibió tal golpe de alfanje en pecho y barriga que las tripas se le desparramaron por sobre cubierta, y que Pimienta no tuvo otra alternativa que recogérselas a su sitio con su propia mano, y que además tuvo la templanza de coserse así mismo la horrible herida.

Al poco tiempo de dicho percance el pirata fue apresado y le fue cortada la nariz de un acuchillada y llevado a Cartagena de Indias, procesado por el Santo Oficio y castigado con el sambenito, quiere decir, ir siempre vestido de penitente, para finalmente ser desterrado a España y obligado a permanecer el resto de sus días encerrado en un convento de su antigua orden, pero, aseguran los inquisidores que a lo largo de la travesía el pirata no paró de insultar y blasfemar como si estuviese poseso por legión de espíritus demoníacos.

El informe inquisitorial abunda que, una vez llegado a la península, el pirata se escapó de la prisión donde le habían encarcelado rompiendo, no sé sabe cómo, la pared maestra, mientras dejaba a los señores alguaciles una esquela diciendo que se daba a la fuga debido al mal trato que había recibido, pero sucede que al poco tiempo al picardo no se le ocurre otra cosa que presentarse en el convento de su antigua orden pues, suponen los inquisidores, el tiempo entre su fuga y la vuelta al redil lo ha gastado en abundantes zascandilerías propias de truhán y que, probablemente, viéndose sin un real, sin oficio ni benefició, llegaría a la sabia y sibilina conclusión de que al menos en el convento tendría con que alimentarse.

La existencia paradojal de Pimienta no para de asombrar pues durante todo el cautiverio no sólo no dio muestras de arrepentimiento alguno, sino que se dieron ocasiones en que aseguraba a los inquisidores que la ley de Moisés era la verdadera y, por otro lado, hubo veces en que aseguró que la crueldad del Santo Oficio era mucho mayor que la de los mismos piratas. Pero, ahí no para la cosa, pues hubo varios intentos por parte del filibustero de pedir dinero a importantes hombres de conocida ascendencia judeoconversa, documentados por las cartas que les envió, y se cuenta además que mandó misivas al Rey solicitando dinero y fuerzas militares para acometer la conquista de Curazao, isla a la que terminó culpando por su conversión al judaísmo y por todas sus desgracias.

Por otro lado, en carta al comisario inquisitorial el pirata aseguraba: "… bien sé que he de morir quemado, y que he de ir preso, y me admira como no me han llevado ya al Tribunal para dar mil vidas en el fuego." Todo esto provoca que nuestro polémico personaje fuese convocado a un nuevo proceso en su contra, proceso que en definitiva hubo de posponerse pues Pimienta, temiendo, huyó por enésima vez del convento y, en un primer momento, buscó en la ciudad de Cádiz un barco inglés que lo llevase hacia Londres pero el capitán, amedrentado por las consecuencias, le aconsejó que se dirigiese mejor a Lisboa, donde seguramente le sería más fácil alcanzar su destino.

Entonces, detalla el informe inquisitorial, el filibustero fugado fue hacia a Lisboa, con el declarado fin de tomar navío que lo llevase hasta Londres, y si parece ser que el fugado llegó a Lisboa también parece ser que debió arrepentirse pues a poco apareció en Sevilla, donde se presentó ante el rector del Colegio de San Laureano confesando todas sus tropelías y acogiéndose a la jurisdicción del Santo Oficio, iniciándose de este modo el último proceso a que fuera sometido y donde, además, diera muestras de perseverancia en la fe judaica y de desafío constante frente al tribunal. Ante tanta muestra de rebeldía por parte del reo el tribunal no tuvo otra opción que entregarlo al brazo secular con objeto de que fuera estrangulado y luego quemado.

Paradójico hasta el final, ante la inminencia de la pelona, Pimienta se arrepintió de sus pecados y renegó de haber abrazado la ley mosaica que tan encarecida y desfachatadamente defendiera días atrás ante el tribunal que lo juzgaba, por lo que a último momento hizo llamar a dos sacerdotes para que lo confesaran y dieran la comunión acorde con los sacramentos de la religión católica. Así, a las seis de la madrugada del día 25 de julio de 1720, José Díaz Pimienta sería conducido con gran pompa y beato, según el informe inquisitorial, rodeado de oficiantes de las numerosas órdenes católicas, hasta el cadalso situado en la plaza de San Francisco, en Sevilla, donde compasivamente recibió la merced de ser estrangulado antes de que se le arrojara piadosamente a la hoguera, ocurriendo que el reo entregara su atormentada alma a los 32 años de edad; cerrándose de esa forma el último capítulo de la díscola existencia de quien fuera, si no el más destacado, al menos sí el más documentado, pícaro y paradojal de los piratas cubanos.