García Márquez, 85 años sin soledad

García Márquez en su cumpleaños 85

Además de su aniversario también se conmemoran los 65 años de la publicación de su primer cuento, en “El Espectador” de Colombia
El pasado martes 6 de marzo cumplió 85 años el escritor colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura en 1982 y autor de uno de los libros más famosos de la literatura universal, “Cien años de soledad”. Para conmemorarlo, han decidido convertir su novela más emblemática en libro digital, y ahora la saga de Macondo, ese pequeño pueblito del Caribe poblado por la magia de los Buendía, está en la web por el módico precio de 7,8 dólares.

‘Gabo’, como lo conocen sus amigos más cercanos y los que se empeñan en serlo, se adelantó al festejo y el domingo celebró sus 85 años, con un pastel adornado de mariposas amarillas y acompañado por seis amigos nacidos bajo el mismo signo de Piscis. ‘Gabo’ sopló velitas junto a Carmen Mutis, Ana Terán, Carmen Parra, Eduardo Terrazas y José Luis Cortés. La cantante peruana Tania Libertad entonó “Las Mañanitas”, tema que nunca falta en sus cumpleaños.

Pero este marzo no sólo se celebran los 85 años del nacimiento de Gabriel García Márquez, un escritor espléndido, alabado por sus empresas culturales (fundador de la Escuela de Cine Latinoamericano de La Habana, de la Escuela de Periodismo de Cartagena de Indias, de la revista “Cambio”, en Bogotá), pero criticado duramente por su amistad con un patriarca funesto para Cuba, Fidel Castro, al que años atrás le dedicó una semblanza indigna de su pluma, en la que lo describía comiendo una cantidad pantagruélica de bolas de helado en la Cuba de la escasez.

Dos de los escritores que más han criticado esa “amistad peligrosa” han sido también premios Nobel de Literatura: Mario Vargas Llosa quien lo llamó hace algunos años “cortesano de Castro” y la alemana Herta Müller, quien le dijo a la revista proceso de México: “García Márquez es otro caso que yo no comprendo. Como hombre político no lo comprendo. Esa lealtad a Fidel Castro, pase lo que pase en Cuba. Es una lástima”, expresó la escritora.

Pero decía que además de su aniversario también se conmemoran los 65 años de la publicación de su primer cuento, en “El Espectador” de Colombia, 45 de la aparición de “Cien años de soledad” y 30 de haber recibido el Premio Nobel de literatura.

García Márquez, nacido el 6 de marzo de 1927, publicó su primer cuento en 1947, “La tercera resignación”; “Cien años de soledad” el 30 de mayo de 1967, y el Nobel lo recibió de las manos del Rey Carlos Gustavo de Suecia el 10 de diciembre de 1982. Nada mal para un hombre que ama las cábalas y que siempre dijo, con orgullo, que era el hijo mayor del telegrafista de Aracataca, su pueblo natal, un lugar hirviente y polvoriento donde hoy hacen peregrinaciones lectores de todo el mundo.

Cuando llegué a trabajar a “El Espectador”, en las puertas del llamado Nuevo Milenio, todavía quedaban en la redacción dos reporteros emblemáticos de la época en que García Márquez había laborado allí. El uno, don José Salgar quien había sido su jefe de redacción y quien siempre solía aconsejarle que le torciera el cuello al cisne, en clara referencia a que eliminara de sus escritos periodísticos los destellos literarios que siempre lo acompañaban.

El otro era don Luis de Castro, un cachaco de ‘raca mandaca’ que siempre vestía de riguroso saco y que fumaba pipa, como un lord inglés.

Don Luis de Castro, veterano redactor judicial de los tiempos en que los ministros pasaban al teléfono y no había necesidad de los relacionistas públicos para obtener entrevistas, nos contaba que ‘Gabo’ era un costeño gritón que fumaba sin parar en la redacción y que subía los pies al escritorio mientras trabajaba. Saber que a pocos pasos de la amplia redacción, en el archivo centenario, reposaban los artículos originales escritos por García Márquez en la década del 50 era un enorme estímulo para jóvenes reporteros como: Andrés Grillo, Francisco Quintero, Mauricio Bernal y yo mismo, que queríamos emular, con nuestras crónicas, al maestro colombiano.

Francisco Quintero, por ejemplo, el discípulo más aventajado de todos, cargaba como un preciado relicario una edición gastada de las “Crónicas y Reportajes”, que recopilaba algunos de sus trabajos más notables en “El Espectador” de los 50. En uno de ellos, se había ido al Chocó, la enorme extensión de tierra -virgen y remota- que con su pluma pareció hacerse más cercana para los colombianos. En otro relató, con la precisión de un relojero, lo excitante que resultaba la costumbre de ir a cine a las tres de la tarde. Y en uno más revelaba la suerte de las cartas que no llegaban a sus destinatarios, e iban a parar al “cementerio de las cartas perdidas”.

Tres veces traté de entrevistar a García Márquez, y las tres fracasé. La primera fue en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en La Habana, yo había ido para intentar matricularme, y, cuando salía con la documentación imposible, me lo topé casi de frente, vestido todo de blanco, como si acabara de salir de una ceremonia de santería. Me quedé paralizado, sin saber qué decir, yo que me sabía al dedillo los comienzos de “Cien años de soledad”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera” y “El coronel no tiene quien le escriba”.

La segunda fue en una recepción diplomática en Bogotá donde además de García Márquez estaban Noemí Sanín, la bella ex canciller colombiana y Sergio Cabrera, el director de la película “La estrategia del caracol”. Lo más que logré fue seguir la velada hasta la madrugada, al lado de tan selecto grupo, en el apartamento que García Márquez tenía en una zona exclusiva de Bogotá.

Y la tercera, ¡ay!, la tercera fue en 2002 cuando García Márquez publicó sus memorias, “Vivir para contarla”. Como encargado de hacer un suplemento especial para “El Espectador”, empecé una cacería implacable con llamadas a toda hora a su apartamento de Ciudad de México. Dejando regados por el camino muchos mensajes en clave, guiños de complicidad, anécdotas suyas en Cuba, noticias de los artículos raros que íbamos encontrando en el archivo. Pero nada, lo único fue que un día la secretaria nos dijo que García Márquez había salido a cenar y nos dio, con lujo de detalles, toda la información del menú que había comido y el vino que había tomado. Información más para una crónica de sociedad que para una separata cultural.

Me quedé tan triste como el viejo coronel que siempre esperaba la carta que jamás llegaba al correo. Tan desubicado como el alma de Prudencio Aguilar, quien vagaba en las noches con una lanza clavada en el cuello. Tan desconcertado como los hermanos de Ángela Vicario al enterarse de que su hermana había perdido la “virtud”. Expectante como Florentino Ariza ante el amor imposible de Fermina Daza. Humillado y ofendido, como un héroe de Dostoievski.

Pero ni eso -ni su inexplicable y constante amistad con un patriarca que hace rato tuvo su otoño- me han hecho dejar de leerlo. Con el periodista colombiano, Francisco Quintero, siempre teníamos un acertijo, cuando el peso de la rutina y de la chapucería en algunas redacciones nos hacía perder la fe en el oficio. ¿Qué hubiera hecho ‘Gabo’ ante esta situación? Ni en los momentos más desoladores dudamos la respuesta: Jamás torcerle el cuello al cisne. ¡Salud, ‘Gabo’!, a tus coroneles que no tienen quien les escriba, a tus mariposas amarillas, a tus vírgenes voladoras, gallos solitarios, alcaravanes rencorosos y putas tristes. Porque para ti, al contrario de tus seres mitológicos, siempre habrá una segunda oportunidad sobre la tierra.