Félix Anesio: "La libertad no se entrega en bandeja de plata: hay que ganársela responsablemente" 

El escritor Félix Anesio. (Foto tomada de su Facebook)

Félix Anesio, escritor, poeta, ingeniero y guantanamero por más señas, es nuestro invitado a esta variante de Hilo de Ariadna que es el espacio Dile que pienso en Ella, donde los hijos de la isla hablan de Ella y de sí mismos, en Ella y lejos de Ella, demostrando que la ausencia no es precisamente olvido y que, junto al dolor, siempre terco, rebelde y consistente, habita un amor sin atenuantes.

¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?

Siempre pendió sobre mí la Espada de Damocles de la implacable política oficial del gobierno hacia toda persona que pensara diferente. Por ello, siempre estuve viviendo en una encrucijada, intuyendo el momento y la posibilidad de partir, aún sin desearlo de manera consciente.

Desde mis tiempos de estudiante en el Colegio De La Salle presagiaba que algún día habría de abandonar el país junto a mis padres, o sin ellos, lo que sería mucho más terrible. Era mucha la afrenta, el daño psicológico y social. Términos, consignas y frases adversas como: curas falangistas, niños bitongos, explotadores, gusanos, pérdida de la patria potestad, bloqueo yanqui, presidio político, crisis nuclear, drenaje de cerebros, exilio, patrias o muertes coreados por millares…, poblaban un entorno draconiano.

Vi partir a familiares y amigos a los que tenía que darlos por muertos, porque nunca más tendría noticias de ellos, lo cual en muchos casos fue cierto. Pero mis padres aún esperaban —aferrados en su estoicismo— a que las cosas cambiaran, incluso después de que perdieron los bienes adquiridos durante toda una vida y de que mi padre estuviera preso en (la cárcel de) Boniato. Esa prisión fue algo sumamente traumático para toda mi familia; una mácula con la que habría que cargar ante aquella sociedad tumultuosa y vengativa.

En esos tiempos, recuerda que soy guantanamero, muchos amigos abandonaron el país a nado por la Base Naval (de Guantánamo). Mis padres temían que cualquier noche mis hermanos y yo diéramos el peligroso paso en el que te jugabas la vida. Solo los tranquilizaba el hecho de que soy mal nadador, de hecho, casi no sé nadar.

En la universidad estuvieron a punto de expulsarme en las tristemente célebres comisiones de depuración, porque la misión de la universidad era graduar técnicos revolucionarios y yo, según ellos, era incompatible por mi creencia y mi forma idealista de pensamiento. Durante años estuve esperando la expulsión, cada día, cada noche… Pero dada mi tozudez, mi empeño y mi talento, me gradué finalmente en el 1975 con notas excelentes, pero con un expediente que acotaba serias deficiencias ideológicas.

No obstante, mis padres apelaban a que ejerciera mi profesión decorosamente. También el padre Pastor González Sch. P., nuestro guía espiritual (consejero de Mons. Pedro Maurice Estiú) nos exhortaba a lograr un espacio propio, a pesar de las muchas presiones del sistema. Así pasaron los años y alcancé un gran prestigio profesional, aunque no contara con militancia política alguna, lo cual demandaba un esfuerzo extraordinario para salir airoso en cada proyecto.

Por toda esa historia que relato avizoraba que algo mayor habría de ocurrir, como un detonante que me impulsara, e hiciera factible, la salida del país. Una invitación que hicimos a un colega radicado en España, para impartir una conferencia en la Unión de Ingenieros fue ese detonante. Por entonces, yo era presidente de los ingenieros hidráulicos en mi provincia y coordinador de las cinco provincias orientales, pero debido a ese solo hecho que refiero, fui expulsado de la organización y de mi labor de más de 25 años. Muchos colegas fueron sancionados. Este suceso fue divulgado por Radio Martí, según conocí después.

Nunca tuve vocación de paria… Fue entonces que tomé la riesgosa decisión de presentarme ante la Oficina de Intereses de los EEUU para obtener el visado, el cual me fue concedido de inmediato en la categoría de profesional desestabilizado. El temor paralizante de todas las etapas anteriores de mi vida había sido definitivamente exorcizado, anulado.

En el año 2000 pude viajar junto a mi esposa a los EEUU. Sabía que nunca más vería a mis padres; ellos lo sabían y me dijeron, no sin lágrimas: “Hijo, vete y no regreses nunca”. No los vi morir y eso ha sido uno de los episodios más duros y tristes de toda mi vida.

Momentos antes de partir escribí un poema relacionado con esta circunstancia y que reza:

Farewell

Si he de partir

dejando en unos la impresión de estar loco.

Si he de partir

dejando en otros la impresión de estar cuerdo.

Y esperar como un eterno adolescente

la justificación a este acto de mi vida

dejando atrás ingentes memorias y recuerdos.

Y mientras tanto, Dios se ausenta y quedo sumido

en el lacerante horror del desamparo.

Qué más da, si mi destino no es otro que partir.

¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?

El otro lado no era nada ajeno para mí. De hecho, había estado con mis padres en el 58-59 aquí en Miami y en Tennessee. Y es que yo —como guantanamero natural— nací y me crié entre gringos; conocía de primera mano sus costumbres y cultura, y aprendí bastante bien la lengua desde niño. Recuerdo que aquí celebramos—en Biscayne Boulevard— el triunfo de la revolución a la salida de Batista. Entonces regresamos a Cuba en marzo del 59 y el resto es historia…

¿Qué encontraste?

Al llegar definitivamente en el 2000, encontré un país que seguía funcionando acorde a su Constitución y a los principios del derecho. Claro que no es un País de Jauja; hay notorios contrastes: polarización desmedida de la riqueza, la clase media erosionada, problemas con las migraciones, las drogas y la violencia, etc. Ya sabemos que el mundo es cambiante y complejo, pero este país se fundamenta, a pesar de todo, en el principio que reza “E pluribus unum” y eso lo hace garante de toda su grandeza. Un país en que mis hijos logran sus metas y donde han nacido mis tres nietos perfectamente bilingües que conocen nuestras raíces y que, como gesto empático, quizás, dicen ser cubanos.

Personalmente —y esto lo quiero destacar— encontré un orden decoroso que propició el surgimiento de mi literatura, aspecto que ha dado una razón capital a toda mi existencia.

¿Qué has aprendido durante el proceso?

Que lo importante es trabajar y aplicarse, ya que del cielo no caen las cosas.

¿Qué es para ti la Libertad?

El derecho que tiene todo hombre a pensar y hablar sin hipocresía (cito al Maestro), a trabajar para el bien de su familia dentro de una sociedad que respete la honradez y los derechos de cada uno de sus ciudadanos. Pero la libertad no se entrega en bandeja de plata: hay que ganársela responsablemente.

¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?

Puedo decir que tengo dos patrias, dos culturas fragmentadas e integradas en mi conciencia: Cuba y los Estados Unidos. En una de ellas viví por 50 años —y sagrados son sus mejores recuerdos y vivencias, a pesar de todas las contingencias que relato—. En la otra llevo casi 20 años y en ella he podido desarrollar esa gran pasión que es la literatura, sin la cual nunca hubiera estado plenamente conformado como persona.