“Fidel Castro quería un negro sumiso, un negro sin color”

Porta de la autobiografía de Carlos Moore.

Carlos Moore, activista cubano de origen jamaiquino, publica autobiografía a los 72 años, luego de buscar una madre sustituta que alguna vez pensó podría ser la “revolución”. "Había un solo negro en posición de mando, pero era manipulado", dice con frustración.

La apasionante historia de Carlos Moore, el activista negro que tuvo que salir corriendo de Cuba en tiempos de Castro, la trae el periódico español El País, este fin de semana, mediante una extensa entrevista que le hace la periodista y documentalista brasileña Eliane Brum.

Se trata de un artículo de lectura preferiblemente dominical, porque cada detalle de la vida de este hombre es por sí solo una novela. Eliane Brum comienza diciendo, en un lago párrafo introductorio, que a los 22 años Carlos Moore ya había vivido más que la mayoría de la gente en una existencia entera. Y no le falta razón, a juzgar por todo lo que le tocó vivir a este descendiente de jamaiquinos que fue rechazado hasta por su propia madre, golpeado por ella y luego por la segregación racial cubana, antes y después de la llamada “revolución”.

Moore, según narra la entrevista, tuvo que salir huyendo de la isla rumbo a Egipto y después a Francia, luego de refugiarse en la embajada de Guinea en La Habana. Moore había sido llevado, por el régimen de Castro, a campos de trabajo forzoso, tras denunciar que el racismo se había instalado en el nuevo gobierno comunista.

Este es el caso de alguien que termina siendo rechazado por la izquierda y por la derecha. Jean-Paul Sartre lo rechazó convencido de que era un “agente del imperialismo”. Y así transcurre su vida hasta que se instala en Brasil, pensando que allí el racismo no era tan fuerte, pero con el tiempo comprobó que estaba equivocado.

La entrevista de Brum parte de una noticia. Carlos Moore, a sus 72 años y luego de sobrevivir a una embolia pulmonar, lanza en Brasil su autobiografía Pichón: raza y revolución en Cuba, por la editorial Nandyala, gracias a una financiación colectiva. La vida de Carlos Moore, dice Brum, también puede contarse por medio de una larga travesía en busca de una madre y de una identidad, ya que su madre los abandonó a todos sus hermanos y a él. Pero el activista negro la perdona a fin de cuentas. Ella fue violada por su padrastro cuando tenía 13 años y quedó embarazada del incesto. En fin, una historia llena de amargura y desencantos.

Sobre el título del libro, Moore comenta un punto que parece muy interesante para comprender antropológicamente a Cuba:

-El editor estadounidense –comenta- quería quitar ese título, diciendo que no era un título comercial. Le dije que no lo cambiaría, porque le puse ese título para que la gente se preguntase: ¿qué es pichón? Pichón, en la Cuba de mi infancia, significaba “crío de buitre”. Solo más tarde, como adulto, vine a descubrir su significado más neutral, que era el de crío de cualquier ave. En Cuba era el término que utilizaban para humillarnos. Aquellos negros que venían del Caribe eran buitres, porque eran negros y también porque se decía que les robaban los empleos a los cubanos y que comían carroña. Y esta fue la palabra que más me dolió. Que me insultasen llamándome “negro de mierda” era normal. De modo general, los blancos estaban acostumbrados a llamarles “negros de mierda” a todos los negros. Pero solo a algunos negros los llamaban pichón, a aquellos que eran hijos de inmigrantes caribeños negros, gente venida de Haití, Jamaica, Barbados...

-Los negros cubanos ostentaban nombres como González, Díaz, Hernández y así por el estilo. Pero un negro con el nombre Moore ya se sabía que no era cubano, aunque poco importara que hubiera nacido en Cuba y que hubiera pasado 100 años allí. Había un odio profundo, racista, dentro de la sociedad cubana, para con los hijos de aquellos inmigrantes negros, a los que se consideraban más primitivos, más bárbaros, más africanos. Más negros. Su negrura era exponencialmente mayor, en el sentido negativo. Así que me dije: “Si ese es el término que más me hirió, durante mi infancia, es el que quiero utilizar como título del libro”. No lo quitaría por nada del mundo-, explica el activista con una larga vida de exilios.

-¿Por qué decidió escribir esta autobiografía?-, pregunta la periodista. La respuesta es una clase de historia que sería oportuno recordar de vez en cuando:

-En 1996- explica Moore- tuve una embolia pulmonar y estuve entre la vida y la muerte durante tres semanas en un hospital de Trinidad y Tobago, donde trabajaba como profesor universitario de relaciones internacionales. Pensé que, si muriese, todo aquello que necesitaba decir acerca de mi experiencia con la revolución cubana se perdería. La gente tiene una idea de que fue una revolución generosa, correcta con todo el mundo. Y fue la peor de las represiones contra los homosexuales, contra los negros. Así que pensé que, si yo sobreviviese, saldría de la universidad e iría a un lugar donde nadie me conociese como militante, para escribir este libro. Elegí Salvador de Bahía. Bahía, para mí, es como si fuese un país. La culinaria, la música, el candomblé... Quería un lugar donde pudiese vivir tranquilamente y terminar esta obra.

-¿Qué agujero se abre en su vida cuando usted descubre que la revolución cubana está reproduciendo el racismo?

-Fue un choque. Yo tenía una necesidad ontológica de que blancos y negros, juntos, pudiesen cambiar la sociedad. Cuando descubrí que estaban todos mintiendo, que estaban destruyendo las organizaciones negras, destruyendo las religiones africanas, designadas como santería, destruyendo todo lo que era negro, porque no querían convivir con esas diferencias, porque querían crear a un nuevo negro, a un negro sumiso, a un negro comunista, fue un gran choque. Lo que estaban proponiendo era un negro sin color, un cubano sin color. Pero yo quería mi identidad, yo no quería rebajarme a la categoría de un ser sin color. Había este discurso de que éramos todos cubanos, solo que el color cubano seguía siendo el blanco, ya que solo había un negro en posición de mando, entre todos, que era manipulado por Fidel, como yo ya me había dado cuenta en los Estados Unidos. Así que me dije: “no”. Pero fue un gran choque llegar a la conclusión de que estos dirigentes blancos no tenían la menor intención de convivir con gente como yo. No puedo ni describir lo que Fidel Castro significaba para mí. Él simbolizaba la revolución, y la revolución era para mí como una madre sustituta. Era aquella cosa de que podía entregarme y amar y ser amado por ella. Ser aceptado y amado por ella. Aceptado del modo como yo era. Y que ella nunca más iría a rechazarme. Y entonces me la encuentro y, de repente, me percato de que ella me rechaza, tal cual yo soy. Y es por eso que cometo esas imprudencias locas que voy a cometer, porque estoy convencido de que Fidel Castro no forma parte de eso. Yo estaba convencido de que Fidel estaba rodeado de los blancos racistas de siempre, que no eran la revolución. Cuando descubrí que Fidel era aquel que realmente estaba al frente de todo eso, ahí me rompí en pedazos... Todo eso me sucedió cuando no tenía ni 20 años- se explaya Moore sin esconder nada.

Carlos Moore tuvo que retractarse en público para no ser enviado a la hoguera, como parte del plan para poder escapar. En sentido recto, y según esta apasionante conversación, el activista iba a morir de manos de un radicalismo feroz que no quería que nadie replicara. Y se marchó de la isla pero, al parecer, nunca encontró su lugar ideal.