Sed de consumo se dispara en Cuba

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La hija del fallecido disidente cubano Oswaldo Payá, Rosa María Payá (i), visita al expresidente de Chile Patricio Aylwin (1990-1994) en Santiago de Chile (Chile).

Un artículo del New York Times dice que a raíz de las reformas en Cuba está surgiendo una clase de consumidores que hace trizas la presunción de que en la isla todo el mundo es igual.
Luego de la adopción de las reformas económicas en Cuba el país está desarrollando “lentamente” un apetito por gastar en bienes y servicios que hasta hace poco eran impensables en la isla, según un artículo del diario The New York Times.

El periódico cita el caso de un habanero, Manuel Alejandro, quien hace poco pagó $3 dólares por ver una película en un televisor de tres dimensiones (3-D) y de 55 pulgadas, en un pequeño cine privado que desde hace dos meses funciona en un apartamento de su barrio.

“Alejandro es parte de una pequeña pero cada vez más visible clase consumidora en Cuba –dice– cuyo apetito por los lujos, aunque modestos acorde con los patrones en EE.UU., ha captado la atención de los empresarios de la isla”.

El diario destaca que algunas avispadas personas con habilidad para los negocios están transformado sus hogares y garajes en pequeñas salas de cine, otros están alquilando piscinas, bares, cafés con juegos de video, establecimientos para fregar carros e incluso acicalar y pelar a mascotas.

“Gente como Alejandro –precisa– son estrictamente una minoría en Cuba, donde el Estado paga a sus cuatro millones de trabajadores un salario promedio de $19 dólares al mes, y los jubilados reciben poco más de la mitad de eso”.

Aunque disponen de raciones de comida, atención médica y en muchos casos de remesas de sus familiares en el extranjero o dinero obtenido en el mercado negro, aclara, “la mayoría de los cubanos vive humildemente, teniendo incluso como un lujo el papel higiénico”.

A pesar de que “el número de cubanos que ha estado gastando dinero ha crecido durante los últimos cuatro años”, el Times menciona el caso de un mujer que se identificó como Yunesky, quien dijo que con el salario de $80 que su esposo gana como guardia de seguridad privado “no puede darse el lujo siquiera de comprarles un helado (a sus dos hijas y un nieto)”.

El Times señala que en una isla “donde se supone que todo el mundo es igual, los privilegiados usualmente mantienen un bajo perfil, y levantan destartalados muros alrededor de sus bien decoradas casas, o beben cerveza en la sala en lugar de hacerlo en el bar de la localidad”.

Como ejemplo, alude a un cubano que alquila artículos para fiestas infantiles a $60 por medio día, quien admitió que rutinariamente bota la basura a varias cuadras de distancia de donde vive para no llamar la atención de lo que se consume en su casa. “Todo el mundo vigila—dijo—. “Los cubanos son muy envidiosos”.

De acuerdo con el periódico, un trabajador del club deportivo de un hotel, donde la membresía mensual cuesta unos $50, indicó que la proporción de clientes del patio en comparación con los exiliados se ha elevado significativamente los últimos tres años.

En La Habana, agrega, restaurantes privados que hace un año o dos servía comida mayormente a exiliados de visita en la isla ahora tienen más clientes que residen en el país.

No obstante, el artículo subraya que según Lenier González, coeditor del la revista católica Espacio Laical, aunque el sector privado ha elevado la calidad de los servicios no está ligado a la producción de bienes tangibles, “es solo dinero en un circuito cerrado”, y a menos que el gobierno estimule la producción y eleve los salarios, la grieta social se ampliará.